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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cuadros de una exposición

The knee plays son los entremeses creados por Robert Wilson para mediar entre las jornadas de su ópera The CIVIL warS, de varias horas de duración. La obra se mostró anteayer y se muestra en días sucesivos en el Festival de Otoño de Madrid, donde se presenta como un gran acontecimiento. Son piezas breves, mudas, lentas. Ofrecidas una tras otra, presentan una unidad de espectáculo. Se desarrollan con una música de fondo basada en las raíces del jazz, con tendencia a la técnica repetitiva -que es algo que también se puede encontrar, si se busca, en el jazz- y sobre unos recitados que lee el propio Robert Wilson; resultan poco perceptibles porque los ahoga la fuerza de la música.El espectáculo parece una herencia de los antiguos cuadros vivos; una composición de figuras sobre un fondo neutro, que a veces se anima. De todas las artes conjugadas para este espectáculo -mimo, danza, música, poesía- la dominante es la de la pintura. Los movimientos son lentísimos y a veces se fijan; los colores son el blanco y el negro, con algún ocre -o una gama pajiza, en algún momento-, el azul.

The knee plays

De Robert Wilson (intermedios para la ópera Ihe CIVIL warS). Música y letras de David Byrne. Coreografía de Suzuki Hanayagui. Iluminación de Julie Archer. Escenografía y dirección de Robert Wilson. Estreno: Palacio de Exposiciones y Congresos (Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid), 7 de octubre de 1985.

Hay unos elementos desmontables, que a veces parecen estallar -una explosión también lentísima- y recomponerse. Hay una gran reminiscencia -buscadade la depuración asiática, sobre todo japonesa. Todo es de una enorme belleza.

Interpretación individual

La interpretación de todo ello será, naturalmente, individual: por el propio laconismo del espectáculo. Se puede acudir a la explicación de Robert Wilson: la lucha de la humanidad por la supervivencia, y también atenerse al último monólogo sobre el futuro que profetiza: un mundo frío, de suicidas, de biología genética, de píldoras y holografia, de fortaleza y ausencia de libros. Es decir, el sistema de utopía negativa que se viene desarrollando desde principios de siglo y del que Orwell parece ahora, por la ráfaga de moda, el paradigma. No hay ninguna novedad ideológica, sino la inclusión en un sistema ya conocido.

Dictadura glacial

Algo de ese futuro penetra en el espectáculo de las Knee de Ribert Wilson; actores-doctores en bata blanca, robotizados: un mundo donde el sexo no entra -ni su derivado, el amor-, ni parece haber iniciativa, rotura, arbitrio o espontaneidad.Parecería que Robert Wilson practica en su teatro presentado en el Festival de Otoño de Madrid lo contrario de lo que predica: un nazismo escénico, una dictadura implacable y glacial; si no fuera porque el minuciosísimo trabajo de los actores revela personalidades extraordinarias.

Y si no fuera por la posibilidad de imaginarlo como una ilustración negativa, como un ejemplo de aquello de que se reniega; y con la continua referencia que uno pueda hacer a la ópera ausente, al fresco o a la epopeya a la que las piezas sirven de bisagra.

Una mezcla de razas, un acopio de briznas de culturas diferentes, un dominio de las técnicas humanas y extrahumanas -entre éstas la luz, el sonido, la proyección, la geometría- muestran al norteamericano Robert Wilson como un gran creador de algo que es parcialmente teatro, pero a lo que sobre todo cuadra la genérica, amplísima y libre denominación de espectáculo.

Una gran parte de la belleza de este espectáculo se debe a la extraordinaria música de Byrne, a la coreografia obra de la japonesa Suzushi Hanayagui -y a sus propias interpretaciones- y a la iluminación de Julie Archer. Desde luego, se debe al conjunto de todos ellos, al sentido de escuela, a la penetración del espectáculo en cada movimiento.

El público tuvo algún desconcierto inicial por la frialdad del escenario -dentro de la frialdad misma del auditorio del Palacio de Congresos-; la propia gradación del espectáculo le fue llevando consigo y, a pesar de la inquietud tradicional del español ante la lentitud y su tendencia al aburrimiento, reconoció el gran talento escénico de Robert Wilson y de todos sus colaboradores.

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