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La crisis política francesa

El 'escándalo Mitterrand

El prestigio del presidente francés, inevitablemente dañado por el turbio asunto del 'Rainbow Warrior'

Soledad Gallego-Díaz

Francia no es Estados Unidos, ni el escándalo Rainbow Warrior, un watergate; primero, porque no existen pruebas de que el presidente de la República diera la orden de hundir el barco ecologista, y segundo, porque los europeos parecen ser más tolerantes que los norteamericanos ante los engaños y mentiras del poder. La mayoría de los franceses, según los últimos sondeos, está convencida de que Mitterrand supo la verdad, es decir, la participación de agentes de la Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE) en el atentado de Auckland, hace ya varias semanas; pero un 65% cree que no hay ninguna razón por la que el presidente estuviera obligado a dimitir. Esto no quiere decir, sin embargo, que la operación Greenpeace no haya tenido un elevado coste político, tanto para Mitterrand como para su primer ministro, Laurent Fabius. El prestigio de ambos -pieza clave para los planes socialistas en los próximos meses ha quedado gravemente dañado.Uno de los puntos fundamentales de la campaña del PS iba a ser, precisamente, la integridad moral de sus representantes. Mitterrand y Fabius repetían desde hace varios meses que la diferencia hoy día entre la izquierda-y la derecha no es tanto un proyecto económico distinto como "una exigencia moral" que debe impregnar, e impregna, la acción de los socialistas cuando llegan al poder. El turbio asunto del Rainbow Warrior quitará, sin duda, fuerza a ese argumento. El PS ya no podrá lanzar a sus oponentes la lista de escándalos que sacudieron a Francia cuando ellos estaban en el poder: el caso Ben Barka, el caso Louis de Broigle, los diamantes de Bokassa... Greenpeace se ha convertido en el escándalo de Mitterrand.

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Lograr un consenso

La pérdida de prestigio personal de François Mitterrand no es un elemento desdeñable, sobre todo porque se produce en uno de los campos, la defensa, que resulta imprescindible para su supervivencia como presidente de la República a partir de marzo de 1986. Si la oposición gana las elecciones, como anuncian todos los sondeos, Mitterrand puede enfrentarse a un Parlamento hostil e, incluso, a un primer ministro conservador durante los dos últimos años de su mandato. La única forma de lograr un consenso, en este caso, sería concentrar sus actividades en la política exterior y en la defensa. No en balde el presidente de la República es en Francia el jefe supremo de las fuerzas armadas.

El presidente había conseguido superar la tradicional desconfianza del Ejército ante un dirigente de izquierda, gracias, sobre todo, a la callada labor de Charles Hernu, ministro de Defensa desde el primer momento. Hernu, acusado ahora públicamente de ser el responsable político del hundimiento del barco, ha tenido que dimitir y con él ha desaparecido también el principal instrumento de ese posible consenso. Mitterrand no dispone ahora de ningún político capaz de tender el puente con la oposición en temas de seguridad. El efecto del repentino viaje al atolón de Mururoa, donde se realizan los ensayos nucleares fanceses -un viaje destinado, precisamente, a acentuar la capacidad del presidente de la República para dirigir los asuntos fundamentales, como la fuerza de disuasión- ha quedado completamente arrasado por el escándalo que estalló pocos días después.

El sacrificio de Hernu era, pese a todo, una alternativa menos peligrosa que la posibilidad de implicar en el caso Rainbow Warrior a la cúpula del Ejército y, más concretamente, al general Jean Saulier, actual jefe del Alto Estado Mayor. Las primeras revelaciones del informe Tricot y de la Prensa indicaban, sin embargo, que Saulnier había dado el visto bueno a la operación. Para parar la bola de nieve que le podía llevar a un enfrentamiento con los mandos de las fuerzas armadas y destruir de un plumazo cualquier posibilidad de arreglo después de las elecciones, François Mitterrand tenía que presentar la cabeza de un responsable político y la única disponible era la de su íntimo amigo Hernu.

El ex ministro de Defensa ha aceptado, por el momento y a regañadientes, el desagradecido papel como la única forma de evitar que el presidente aparezca ante los ojos de las fuerzas armadas y de la opinión pública como incapaz a la hora de manejar los asuntos militares y de seguridad.

Una vez evitado el golpe a nivel de la cúpula militar, Mitterrand se enfrenta ahora a los ataques de la oposición. Su principal enemigo es el ex primer ministro Raymond Barre, que desde el primer momento negó que fuera posible combinar un presidente socialista y un Gobierno conservador. Barre, que desea presentar la victoria de la oposición en las legislativas como un referéndum contra el presidente, necesita que Mitterrand abandone el Elíseo inmediatamente después de los comícios para convertirse en el candidato presidencial indiscutible de la oposición.

El caso Rainbow Warrior, que hasta ahora no se ha atrevido a instrumentalizar directamente por miedo a comprometer al Ejército, puede darle más argumentos.

Duro golpe

Afortunadamente para Mitterrand, Raymond Barre no posee detrás de sí un partido. La Asamblea para la República (RPR), principal formación política de la oposición, tiene su propio dirigente, Jacques Chirac, para el que la dimisión del presidente de la República no reportaría ningún beneficio personal. Chirac, al contrario que Barre, es un hombre poco popular y necesita tiempo (dos años) para afianzar su figura desde el Gobierno. Por eso, sus ataques se dirigen más, en el escándalo Greenpeace, contra Laurent Fabius. La figura del joven primer ministro, 39 años, ha sufrido un duro golpe. Desde que se hizo cargo del palacio de Matignon, 1984, Fabius se ha presentado como un tecnócrata, un hombre moderado y eficaz al que cuesta pronunciar la palabra socialismo. El partido, pese a un reciente enfrentamiento con el primer secretario, Lionel Jospin, ha tenido que aceptarle porque suponía la única vía posible para lograr, tal vez, mantenerse en el Gobierno después de 1986. La estrategia del primer ministro es conseguir una derrota suficientemente pequeña como para poder formar una coalición con el centro. Los dos años siguientes, con Mitterrand en el Elíseo, le permitirían afianzarse como candidato a la sucesión del presidente, en las elecciones de 1988.

Su principal oponente, dentro del PS, es Michel Rocard, que se postuló a sí mismo la pasada primavera como candidato. Rocard mantiene un sepulcral silencio en el tema del Rainbow Warrior (nadie ha conseguido que pronuncie el menor comentario), pero sus amigos creen que llegará reforzado al congreso del partido, previsto para el próximo mes de octubre.

Desactivar la crisis

Fabius no ha conseguido que la derecha modere sus ataques contra él, pero espera que sus últimas revelaciones (acusando directamente en la televisión a Hernu y al antiguo director de la DGSE, almirante Pierre Lacoste) logren desactivar la crisis. Si no fuera así, corre el peligro de convertirse en el siguiente fusible que salte para evitar el cortocircuito en el Elíseo.

"Tengo la confianza del presidente y pienso continuar ejerciendo mis responsabilidades", dijo Fabius firmemente ante las cámaras; su postura sigue siendo, sin embargo, desairada, porque, de creer sus propias palabras, fue engañado reiteradamente por un ministro de su Gabinete: "Cada vez que pregunté si los agentes de la DGSE estaban implicados en el atentado se me contestó que no", afirmó textualmente. Mala carta de presentación para un hombre que aspira un día a ocupar el Elíseo y del que dependería entonces la fuerza de disuasión nuclear francesa.

El escándalo Rainbow Warrior ha hecho, sin duda, todavía mas difícil el ya complicado futuro de Mitterrand y Fabius. Los dos tienen ahora seis meses por delante para intentar recuperar puntos. Y eso siempre que no se produzca ninguna nueva revelación capaz de demostrar, pruebas en la mano, que conocieron la preparación del atentado.

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