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33º Festival Internacional de Cine de San Sebastián

Un ambiente enrarecido acompañó la proyección de 'Zina', película de alto interés en torno a Trotski

En medio de un ambiente tenso y enrarecido por los acontecimientos políticos, el festival de San Sebastián celebró ayer su penúltima jornada con un apretadísimo programa. Se presentaron en la sección oficial tres películas de alto interés: la española Otra vuelta de tuerca, de Eloy de la Iglesia; la italiana Hijo mío, infinitamente querido, de Valentino Orsini, y la británica Zina, de Ken McMulien. Este último es un filme de excepcional calidad, que sin discusión es el mejor, el que ofrece mayores riesgos y mayores logros, de todos los que concurren.

El cineasta vasco Eloy de la Iglesia ha llevado a cabo con Otra vuelta de tuerca una nueva versión cinematográfica del famoso relato de Henry James, que en los años sesenta dio lugar al popular filme del británico Jack Clayton, Suspense. Otra vuelta de tuerca es, más o menos abiertamente, una contestación del cineasta vasco a aquella película.Eloy de la Iglesia sabe hacer cine, tiene instinto, un olfato infalible para visualizar historia y un envidiable oficio, que si en anteriores películas se manifestaba sólo a ráfagas, en ésta abarca completo el filme. Otra vuelta de tuerca es una película rotundamente bien hecha, sin ningún fallo técnico o mecánico digno de consideración.

No obstante, la película de Eloy de la Iglesia no es una obra convincente. El enrarecido clima poético del relato de James -muy bien reelaborado a traves de inquietantes imágenes en el citado Suspense por Clayton y Truman Capote, guionista de aquella película- en Otra vuelta de tuerca se hace mucho más esquemático y esto hace perder a la película.

Con más esmero y densidad en esa zona intermedia, casi invisible, a través de la que el cine genera sensaciones y emociones sutiles y casi imperceptibles, la película de De la Iglesia podría haber sido excelente. Pero este cineasta tiene inclinación a servirse de los trazos gruesos y aquí, aunque se frena a sí mismo, cae finalmente en la brocha gorda. La gran pincelada es eficaz en otros asuntos, pero no en éste, que pide a gritos la miniatura y ésta no es precisamente el fuerte del director. En resumen: la película está muy cuidada de factura y podría haber sido buena de no existir ese desajuste entre el tema y el estilo narrativo.

Hijo mío, infinitamente querido, es un curioso melodrama del italiano Valentino Orsini. Cuenta la historia del padre de un muchacho heroinómano que se hunde voluntariamente en la enfermedad de su hijo para así poder ayudarle a salir de su infierno. El chico logra salir, pero el padre queda atrapado, y la situación inicial se invierte: es el hijo, el que se enfrenta ahora con el mismo dilema que con enorme coraje afrontó su padre.

Es una rara y poderosa historia de amor loco, narrada con solidez y transparencia, y que contiene una sobria y magnífica lección interpretativa del actor norteamericano Ben Gazzara. La película no es de las que revolucionan el cine, pero sí de las que obtienen un merecido éxito de público. Toca fibras muy sensibles, pero lo hace sin lloriqueos, con elegancia.

La película del certamen

El gran filme del día, y en realidad del todo el certamen, es el británico Zina, del joven cineasta Ken McMullen, hasta ahora desconocido, pero que por todos los síntomas va a dejar de serlo muy pronto.Zina es una apasionante historia real: la de la hija mayor del líder de la revolución de Octubre, Leon Trotski. La película narra el encuentro de Zina con su legendario padre, en el primer destierro de éste en la isla turca de Prinkipo, su marcha posterior a Berlín en visperas del triunfo en Alemania del nazismo, y la progresiva desintegración de la mente de la hija de Trotski, que le condujo, unas semanas antes de la subida al poder de Hitler, a la locura y al suicidio.

El filme está narrado en forma de un puzzle vertebrado como relato, como documento y como poema alrededor de la figura del psiquiatra que trató clínicamente a la hija de Trotski durante su trágica estancia en Berlín.

Las notas y cintas grabadas por este médico, que contienen los recuerdos, evocaciones, ideas y delirios de Zina, van poco a poco ordenando ese puzzle alrededor de varios ejes: psicológicos unos, políticos y dramáticos otros. El rigor tanto histórico como cinematográfico de esta compleja ordenación de elementos tan dispersos es absoluto, y evidencia que tras este arriesgado filme hay un cineasta de gran talla, que ha ofrecido al paquete de películas a concurso, en esta edición del festival de San Sebastián, algo que, si, no es una obra maestra, se le parece mucho.

Zina es una pelicula ambiciosa y, sobre el papel, de las que presentan muchos riesgos. Representar en vivo una leyenda tan inabarcable como la figura humana e histórica de Trotski -tal vez el más alto dirigente revolucionario de todos los tiempos y uno de los individuos más complejos de este siglo-, y salir bien parado de la aventura, es todo un desafio que McMullen afrontó cara a cara y salió airoso.

Recuérdese como referencia el Trotski que hace unos años realizaron Joseph Losey y Richard Burton. Estos dos consumados maestros de su oficio pergeñaron un personaje cinematográfico ridículo comparado con la entidad histórica del hombre real. Pues bien, el Trotski de McMullen no sólo no es aplastado por el carácter ciclópeo del dirigente bolchevique, sino que da de él una imagen virogosa y a todas luces convincente.

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