_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Movida'

Manuel Vicent

Franco estaba en El Pardo y nosotros tomábamos patatas bravas. La discoteca de moda era entonces El Infierno propiamente dicho, donde todas las noches actuaba el divo Lucifer y sus muchachos. Había que pecar para entrar allí: en eso consistía la estética. Por la calle de San Marcos volaban gonococos de 100 gramos, gordos como tordos. Los últimos tuberculosos, que exhibían la novísima palidez de la muerte, soltaban un hálito venenoso al escupir por el colmillo en los billares. Había mesas redondas de homosexuales en los urinarios públicos, mientras el teatro libre lo ejercían unos osos de zíngaro con pandero y los monumentos del Jueves Santo. En la oscuridad de los cines se oían taponazos de champán entre sudorosos gemidos. En los escaparates había bragueros, suspensorios y vírgenes llorosas. El dictador se adornaba con una guardia mora y por las calles iban los padres de familia con correajes, escapularios y hábitos morados de promesa.Hoy en Madrid está en alza la posmodernidad. Hemos pasado directamente del permanganato a la cocaína. Cuatro camiseros, un concejal de cultura, tres cantineros y cinco libélulas han urdido una pequeña fiesta, pero esta movida que sólo deja con la boca abierta a los paletos no es sino otra mala imitación de una pequeña nube de moscardas alrededor del Alphaville. En Berlín, Londres, Nueva York y Amsterdan se ven tipos a millones con la mollera rapada y crines violentas de color esmeralda o carmesí. Hay infinitas bandadas de nuevos románticos y viejos perversos de garrafa. Allí los punkies van a la oficina sin quitarse los garfios de la oreja y muchos ya son directores de banco. ¿A qué viene ahora en Madrid esta moda de ministerio? Creo que nuestra genuina aportación a la cultura consiste en revivir como expresión artística la neurosis de la dictadura: reencontrar el infierno clásico, vestirse de fascista de seda, descubrir el placer del cilicio, montar juergas con aceite de ricino, hacerse maldito en el pecado, pegarse un águila imperial en el cogote y llevar todo eso a la cumbre del expresionismo. Ésta sería la estética más moderna. El último pase de modelos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_