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El caballo que murió de hambre en Stalingrado

Pilar Bonet

Conseguir algo de comer era la obsesión de los niños españoles en los duros años de la II Guerra Mundial. Y para ello Adolfo González urdía artimañas que en muchas, ocasiones acababan en castigo. En Stalingrado, la casa de niños tenía un caballo al que se le daban los desperdicios de la cocina. "Siempre mirábamos lo que le llevaban a él y cuando se marchaba el cochero le quitábamos la comida. El pobre animal se murió de hambre"."Nos daban de comer, pero había muy poco para todos y hubo días en que tuvimos que conformarnos con una cebolla cocida". En Bashkiria, cuando los niños se alojaron en una granja colectiva, aprendió a abrir todos los candados.

Fito no robaba directamente, sino que mandaba a un ayudante, apodado el Académico, a quien había descosido los bolsillos para que pudiera llenarse el forro del abrigo de comida. "Hasta que nos cazaron y me enviaron a limpiar letrinas". González también cazaba estorninos, palomas y todo pájaro comestible, con ayuda de un tirachinas. Había hecho un trato con una familia española que también pasaba hambre. La familia guisaba los pájaros y se los repartían al 50%.

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El frío fue otra de las pesadillas de la guerra. El invierno de 1941 a 1942 fue especialmente frío y en Stalingrado los niños dormían en la sala de gimnasia de una escuela, de dos en dos, entre dos colchones atados. "Fuera había menos de 40 grados y debajo de la cama menos 17 grados. Y el balde que nos ponían en la habitación para orinar estaba helado cada mañana. Fue terrible".

Recuerda que cuando los niños españoles llegaron a la URSS había esperándoles en Leningrado una gran muchedumbre. "España era muy querida en aquellos tiempos. En la Casa de Niños de Leningrado vivíamos como reyes. Ahora no me puedo ni imaginar cómo pudo suceder que, por ejemplo, pararan un tren y dijeran: 'Tovarischi, éstos son los niños españoles, así que salid todos', y todos salían para que entrásemos nosotros. Teníamos invitaciones a todas partes. A la fábrica de chocolate nos apuntábamos siempre y aprendimos que había que comer al final de la visita, no al principio, cuando enseñaban los caramelos baratos".

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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