La larga ausencia de Adolfo González
'Niño de la guerra', asturiano de 57 años, vuelve a España tras hacer carrera en la URSS
"Los rusos nos educaron de tal forma que siempre nos estábamos preparando para volver a España. El deseo de volver lo llevo en la sangre", afirma el asturiano Adolfo González, de 57 años, el niño de la guerra, cuyo retorno ha resultado hasta ahora el caso más difícil de resolver entre todos los que se exiliaron a la URSS a consecuencia de la guerra civil española. González, un hombre pequeño y vivaz, a quien los amigos llaman Fito y los colegas Speedy González, ha obtenido a finales de agosto luz verde para regresar a España, después de siete años de negativas por parte de las autoridades soviéticas.
A este hombre, que hizo una fulgurante carrera en la administración y la industria del petróleo soviéticas, y que representó internacionalmente a la URSS en el Comecon (Mercado Común socialista) y el Comité Internacional de Estandarización (ISO), le queda aún por resolver él problema de su pensión y también su vida tras el ansiado retorno.González tiene actualmente el cargo de vicedirector de trabajos científicos del Centro de la Organización Científica del Trabajo y de la dirección de la industria del petróleo de la URSS. Se trata de un puesto de carácter formal, donde sigue cobrando un sueldo. Falto de una actividad donde pueda ejercer sus capacidades, González ha alimentado sus siete años de espera con aficiones diversas, desde criar peces hasta coleccionar plantas de interior, pasando por el aprendizaje del armenio.
"Veo las dificultades de mi regreso, pero si hay dificultades las quiero tener con los españoles. Mi problema es que debo trabajar aún dos años antes de poder cobrar la pensión. Yo estoy en condiciones de trabajar. Si he sido listo en la URSS, ¿por qué debo de ser tonto en España? Si España necesita especialistas y gente bien preparada encontraré trabajo", afirma González, quien cree poder contribuir al desarrollo de las relaciones económicas entre los dos países.
En su condición de español de origen -aunque con pasaporte soviético-, González, que llegó a primer vicedirector del Instituto de Investigación del Petróleo de la URSS (1969-1979), se vio favorecido y limitado a la vez. "Para las generaciones soviéticas que vivieron la Guerra Civil española, nuestro país simboliza la juventud romántica, y eso me ayudó muchísimo. Hice carrera porque fui mucho más valiente que otros. Donde todos dudaban, yo decidía. Siendo español, yo sabía que me podía permitir cosas que otros no podían hacer. Por otra parte, yo fui siempre el segundo y llegué a cansarme de ser siempre el vice".
La peripecia vital de Adolfo González se inició en M6, cuando contaba ocho años de edad. El padre era minero, y la familia, madre y ocho hijos, vio cómo su casa, en las afueras de Oviedo, quedaba convertida en un peligroso lugar, al quedar situada entre unas trincheras franquistas y los mineros parapetados en el monte. "Mi hermana mayor estaba entonces en la cárcel Modelo de Oviedo, donde la metieron los falangistas. Nos mudamos a Gijón y en 1937 mi madre decidió enviarnos a los cuatro hijos menores a la URSS. La pequeña, Diamantina, se quedó en España por casualidad, porque el día que debíamos salir estaba de visita en casa de un tío mío. En el horizonte estaba el Cervera y había que salir de noche para que no hundieran el barco".
Salida de Asturias
Recuerda González el carguero francés con tripulación china que les sacó de Asturias. "Nos metieron en una bodega muy honda con una escalera muy larga. Ibamos corno sardinas. La mayoría se marearon y a la mañana siguiente todo estaba lleno de vómitos. Como yo no me mareaba subí a cubierta y encontré a dos chinos dando desayuno". Fito recuerda el hostiazo que recibió de un chino cuando puso las dos manos para recoger bollos para sus compañeros mareadosen la bodega.
En Le Havre les esperaba un buque soviético -el Kooperazia -y allí "era como el paraíso, porque todo estaba limpio y brillante, pero a nosotros nos tocó de nuevo dormir en la bodega. Los niños comenzaron a tirar por la borda todo lo que tenían, incluida la ropa, porque alguien les había dicho que a la URSS no se podía llevar nada", cuenta Fito.
Con dos guerras tras de sí, González terminó en 1945 la educación secundaria con una medalla de oro que le permitía entrar sin examen en cualquier institución superior. Ingresó en la facultad de Química en Moscú, donde acabó brillantemente, pese a las dificultades del idioma -los niños españoles eran escolarizados en castellano- y a que combinaba los estudios con paseos por la ciudad y eventuales trabajos, como "descargador de vagones, para ganar un dinerillo". Tras la universidad estuvo tres años en una refinería en Kuibichev, una zona cerrada a los extranjeros situada en el Volga.
En 1954 pasó a los Urales, donde se iba a construir uno de los complejos petroquímicos mayores de la URSS. Llegó a ser el ingeniero jefe y el responsable de todo el trabajo científico del combinado tras haber defendido su tesis doctoral. En 1964, poco antes de la caída de Nikita Jruschov, le llamaron a Moscú, donde ocupó el puesto de vicedirector de la dirección técnica del Comité de Petróleo y Petroquímica soviético.
González, cuyos hijos Gregorio y Alejandro residen en España, estuvo allí en dos ocasiones. En 1975, después de la Conferencia de Helsinki, y en 1978. En la última ocasión decidió que quería regresar.
El olor de la higuera
"Encontré a España tan encanta dora como me la había figurado. Yo tenía un olor metido en la cabeza y no sabía qué era, y en Oviedo me llegó a la nariz y olfateando como un perro llegué hasta una higuera. La higuera era el olor de mi niñez".
Adolfo González fue miembro del PCUS y del Partido Comunista de España desde 1949 hasta 1977, con un documento de afiliación firmado por Fernando Claudín. En 1977 tuvo que abandonar la doble militancia permitida hasta entonces a los españoles y elegir. Eligió el PCUS porque "necesitaba tomar parte en los procesos de decisión". Más tarde, al entregar los documentos para emigrar, entregó también su carné del PCUS. "O sea, que ahora no soy comunista, pero tampoco anticomunista". Contento de poder ser libre de marcharse al fin, González olvida la espera transcurrida.
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