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Eterno presente

El don más preciado de la memoria es el olvido, la conciencia de que, cortocircuitada aquélla, permanece éste en una extraña levitación que llamamos presente.Retóricamente corre el año de 1985, y Jorge Luis Borges acaba de cumplir los 86. Entre las muy escasas, ésa es una de las más paradójicas y sutiles gracias de que, disponemos. Rara además, pues el argentino provoca a menudo las convenciones heredadas, orillando una ausencia de ecuanimidad tan convencida como educada y sujeta a renovables cambios. El desconcierto periódico que ocasiona es la exacta compensación ante la rigidez del culto literario establecido. Ha contribuido al acervo, en su caso nada común, de una lengua cuyos límites intenta arbitrar la Academia. Borges recuerda a Paul Groussac, lamentándose a cada nueva edición del diccionario por los encantos que aún conservaba la anterior.

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En discurso fluido, fiel y lateral como los datos que sólo están ahí para empujarnos a una búsqueda que no reside en comprobaciones puntuales, Jorge Luis Borges dicta unos relatos y una elasticidad mental improcesable. Sencillamente, hace acopio de una biblioteca sin títulos ni autores, absorbidos todos como están en la pura evocación imaginativa del emancipado.

Perplejidad, indiferencia y ambigüedad. Se diría que el paradóJico visionario -o él único dotado de certeros ojos- reclama para poder seguir tirando esa rasa trinidad irreductible de realidades que postula como derechos para el receptor postrero del mínimo consuelo inútil que es la literatura. Han pasado tantas cosas y parecen pesar tan poco, que esa doble conciencia viene a anular el orgullo de quien se escandaliza, con toda razón, de que no estalle de una vez la rebeldía o de un solo golpe concluya la impostura. Mas ya que permanece la imposibilidad de la primera y sería temeraria la creencia en la repentina eliminación de la segunda, su decir se limita a mantener a raya las asechanzas e intenta modos de decir distantes y reparadores de esa pertinacia, irreductible también, que es la existencia.

Frágil balance pensativo

Es un decir de frágil balance pensativo, nunca detenido en un fiel inmóvil y que se prolonga en poemas o narraciones permutables. Esos poemas y prosas se intercambian matices y rehúyen el tono declaratorio. A fuer de conservador, Borges resulta indefinible como la inaveriguable línea de separación -si existe- entre el deslizamiento de poesía a narración y ensayo en sus páginas.

Como ciudadanos de Babel es imposible no reconocernos en Borges. Su rioplatense (ese correctivo natural frente a las discriminaciones del maestro Castro) alberga tanta savia europeo/ americana que los sonetos llegan a redimir, por ejemplo, la gastada utillería de los recursos para el pulimento. Jugando a la eternidad en inglés o alemán (de Everness a Ewigkeit), desgrana su admirable y monótona variación disidente contra lo castizo. Y contribuye así tanto más a conservar -aun frente a sus opiniones, aleatorias al fin como la evaluación que de sus cuentos hace para mantener el reto con los lectores- la relación viva con algún autor tal vez no tan eximiamente menor como él. Sin duda nos ha enseñado a verlo todo más contingente, en un medio expresivo demasiado proclive a los pronunciamientos tajantes. Seguiré gustando, tal vez mejor, de Antonio Machado y de García Lorca, de Alberti y de Hernández, de Baroja y de Galdós, pero no me quedará más remedio que comprender la mirada reticente de un antípoda. imprescindible.

Jorge Luis Borges difumina la determinante anfractuosidad de las rotundidades sólidas que con frecuencia coagulan el castellano. Con el adverbio al frente -el matiz por delante-, su frase pierde la pasión por emitir un juicio y deviene suasoria. El castellano más dialogante y sutil, el más capaz de un juego dilatador de posibles coloquios infinitos, es la difícil sencillez de Borges.

¿Pero hay coloquios posibles, verdaderos, sin pasión que los reactive? Ante la historia parecería que Borgés se siente después de la historia, o al margen, saboreando la agridulce atmósfera del presente. Puede desconcertar (¿todavía?) su utópico no ha lugar de un hombre que está cansado, pero siempre permanecerá con nosotros el sentido, de una lengua recuperada en sus travesías con Melville, Kafka, Henry James o el mismo Julien Green. El don más preciado de la lengua, decía, es la entreverada conjugación de la memoria y del olvido. No hecha, por supuesto, coágulo de agravios ni arsenal de deslumbramientos áureos, sino comunicación fluida de bondad e inteligencia según la ley rigurosa de Cervantes, como dijo Luis Cernuda. Ése es el único diccionario de un presente navegable. Vivir y ver; y saber, con Borges, de esa fragua, esa luna y esa tarde.

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