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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fuegos Mortales

TRADICIONALMENTE, ESPAÑA huele a pólvora, ya se sabe, tanto para las tragedias como para las alegrías. Como en la mayoría de los países mediterráneos, él uso de la pólvora en las manifestaciones de alegría colectiva no es más que una herencia de la aplicación árabe del invento chino que tanto ha hecho sufrir y avanzar a la humanidad. La pólvora se derrama a raudales en los grandes festejos populares españoles, algunos de ellos, como los levantinos, elevados a la categoría de señas de identidad cultural. La industria de la pirotecnia, no por minoritaria y artesanal, y hasta en ocasiones en manos de aficionados, -deja por ello de gozar de cierta tradición legitimadora de una envergadura consolidada internacionalmente. Aunque también en este terreno del puro y simple festejo colectivo el riesgo forme parte inseparable del adorno de la alegría, y en ocasiones, como las que acaban de suceder en San Sebastián y también en la levantina Elche, la cubran con el luto de la tragedia.Es, desgraciadamente, curioso verificar que los tres últimos accidentes mortales ocurridos en nuestro país en este tema de los fuegos artificiales se hayan producido en el mismo escenario, San Sebastián, en pleno corazón de un País Vasco ya atenazado por la violencia política y la tragedia terrorista. Pudiera parecer como si un hado maléfico persiguiera las manifestaciones colectivas vascas, ya acostumbradas, por desdicha, a mezclar la protesta y la reivindicación radical con las expresiones de los ritos, las alegrías y el folclor colectivos. Un niño de nueve años muerto en 1976, otro de 12 dos años después y el que acaba de morir ahora forman una trágica e inexplicable cadena mortífera que no por lenta y casual deja de ser preocupante para el pueblo donostiarra.

Existe una reglamentación bastante reciente sobre la materia, que es de esperar haya sido convenientemente respetada, tanto en lo que se refiere al decreto de marzo de 1978 sobre armas y explosivos como a sus modificaciones de 1980 y 1981 en relación con las industrias de pirotecnia y fuegos de artificio. La inexcusable investigación debería aclarar en su momento si ha habido fallos y las responsabilidades que de ellos se deriven.

Pero lo cierto es que en este tipo de regocijos, donde el espectáculo parece haber entrado en una carrera de puja y mejora constantes, cada vez se asumen más riesgos que es preciso controlar adecuadamente. La aceleración vertiginosa de la idea de fiesta, que significativamente contrasta con la grisura inevitable de la vida en la gran ciudad, es una de las constantes de la cultura popular en el mundo occidental. Y esa aceleración conlleva una permanente rivalidad consigo misma, trátese de espectáculos del orden que sean, organizados o espontáneos, públicos o privados, que no conoce, paralelamente, un, refuerzo de las medidas de seguridad tanto más necesarias en un rito popular como el trágicamente celebrado en San Sebastián. Ante el auto desafío de ir cada vez más lejos, de arder, saltar, correr o reír casi con desespero, más que nada ni nadie, los poderes públicos no reaccionan con la adopción de medidas correspondientes. Es cierto que las bombas japonesas -y una de ellas es la que ha causado la muerte del niño en San Sebastián y más de 80 heridos, varios de ellos de suma gravedad- están citadas textualmente en la reglamentación legal al respecto, pero no en lo que se refiere a su consumo, sino a su producción y comercialización. Ese desfase si no es el que hace necesariamente que se produzcan sucesos como los de San Sebastián, puesto que el error humanos suele ser frecuentemente el que se halla detrás de tantas tragedias cotidianas, sí contribuye a la desprotección del ciudadano, ni siquiera advertido de los riesgos que corre con la manipulación de los nuevos panem et circenses.

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Está claro que si los espectáculos suben en intensidad y riesgo, si cada vez hay que hacer más y más, si el sistema exige una escalada de fascinación e impacto -tributo que pagan muchas actividades humanas en nuestros días, que radicalizan sus características para ser más y mejor consumidas-, hay- que incrementar también las cautelas y controles, ser más duros en adoptar las medidas precautorias que eviten en lo posible, si no estos imprevisibles accidentes, sí al menos sus mortales consecuencias.

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