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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un síntoma

LA NOTICIA de que Felipe González había embarcado en el Azor -el yate que el general Franco utilizaba para sus excursiones de pesca y sus vacaciones veraniegas-para pasar el fin de semana ha producido alegría en los adversarios del Gobierno socialista, consternación entre sus partidarios y perplejidad en el resto de la sociedad. Los medios reaccionarios han puesto el grito en el cielo y han forzado -en abierta contradicción con su propio pasado y con la opción política ultraconservadora a la que sirven- las analogías entre el franquismo y el régimen democrático. Pero no sólo la derecha autoritaria española se ha quedado de una pieza ante el desatraque del Azor del puerto de Lisboa. Resulta fácil desmontar la demagogia de quienes niegan a un gobernante elegido en las urnas, por el hecho de pertenecer a un partido de izquierdas, la adopción de pautas de conducta que, en cambio, aceptarían o aplaudirían entusiásticamente si la derecha conquistara el poder.Durante su permanencia en la oposición, los dirigentes del PSOE hicieron bandera de los fueros de la sociedad frente al anquilosado aparato estatal heredado del anterior régimen. "Los socialistas", decía el programa electoral del PSOE, "insistimos en el protagonismo de la sociedad. El Estado pertenece constitucionalmente a los ciudadanos. No corresponde a ninguna burocracia ni civil ni militar. Cuando esto se olvida, los intereses burocráticos se anteponen a los verdaderos intereses públicos, los aparatos burocráticos crecen más allá de lo razonable, se derrochan los recursos públicos y se debilita la creatividad de la sociedad". A lo largo de esta legislatura, sin embargo, algunos gobernantes socialistas se han instalado con tal fruición en la cumbre del Estado que han embotado su antigua sensibilidad para sintonizar con las preocupaciones y los problemas de los ciudadanos.

Encerrados en el recinto donde las cifras macroeconómicas, los cuadros estadísticos y los sondeos de opinión se convierten en únicos vehículos transmisores de información sobre los fenómenos sociales, esos administradores cortados de sus orígenes tienden a interpretar las críticas y las protestas de los administrados como fruto de la malevolencia personal, de las conjuras políticas o de la ingratitud de sus compatriotas para apreciar sus esfuerzos. En ese clima, los gobernantes corren el peligro de la ceguera y la sordera políticas.

En esa perspectiva, la excursión de Felipe González en el Azor es algo más que una anécdota: es también un síntoma. En su preocupación -coherente con la ruptura pactada en que se basó la transición- por subrayar los elementos de continuidad estatal imbricados en el cambio democrático, algunos altos cargos socialistas -incluido su presidente- han sobreactuado hasta tal extremo su papel como hombres de Estado que parecen haber olvidado su condición de mandatarios de la sociedad y de representantes de los ciudadanos. Algunos restarán importancia -como una simple cuestión formal- a esa reciente avidez por la solemnidad, el boato y el protocolo de quienes hace menos de tres años obtuvieron 10 millones de votos en buena parte gracias a que los electores se reconocieron humanamente en la figura de Felipe González. Pero la distinción entre las formas y el fondo no es fácil de trazar, entre otras cosas porque la manera de hacer política es indisociable de los contenidos a los que un determinado estilo sirve. Frente a las críticas que enlazan la utilización del Azor con el gasto público, otros defensores benevolentes del presidente González aducirán el argumento del chocolate del loro o recordarán que el mantenimiento del yate obliga -con pasajeros o sin ellos- a viajes periódicos. Pero los gobernantes que exigen a los gobernados sudor y solidaridad ante la crisis económica no pueden permitirse el lujo de ignorar el valor de la ejemplaridad ni ahorrar tampoco un solo gesto -como pudiera ser el desguace de una embarcación con funciones sólo representativas- para reducir el déficit.

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Finalmente, no faltará quienes rechacen, con toda razón y con el apoyo de la lógica más elemental, la pretendida superposición de las imágenes del general Franco y del actual presidente del Gobierno sobre la cubierta del Azor. Los contrapuestos orígenes de los títulos para ejercer el poder de uno y de otro convierten en una ofensa para los valores democráticos y en una broma soez cualquier analogía entre un dictador que impuso su voluntad a sangre y fuego a los españoles y un jefe del Ejecutivo elegido libremente por los ciudadanos en las urnas.

Pero hay que convenir que, en esta entrada de las vacaciones de verano, pocas personas sensatas habrán recibido sin sobresalto y sin turbación la noticia de que Felipe González embarcaba en el Azor para una excursión de recreo. Se diría que los asesores de Felipe González parecen trabajar últimamente al servicio de sus adversarios políticos. Porque hay que ser muy torpe o muy ignorante para desconocer las implicaciones simbólicas negativas y las reacciones emocionales adversas de la decisión de aconsejar al presidente del Gobierno esa insensata excursión marítima a bordo del yate que los demócratas españoles asocian inevitablemente con las largas vacaciones del dictador durante su largo mandato.

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