"... y edifiqué en el viento"
Es apasionante seguir el curso de las diversas distorsiones, modificaciones y mutilaciones a que se somete la imagen de Simón Bolívar en las cinco repúblicas que el genial caraqueño separó de la Corona de España. Ese intento angustiado nos va indicando, a su vez, el perfil de una agonía que paga en vidas humanas, en desencuentro con una identidad que se esquiva y en una irrescatable dependencia económica, la terquedad suicida de quienes hicieron fracasar el espléndido proyecto bolivariano de la Gran Colombia.Es por demás sintomático ver cómo se sigue insistiendo en llamar sueño a un planteamiento que se antoja más bien una obra maestra de realpolitik, un plan propuesto por alguien que, como Bolívar, tenía un conocimiento lúcido y con los pies en la tierra de la auténtica realidad social, económica y política de esa vasta región de Iberoamérica que al desgajarse de España quedaba al arbitrio de sus propias fuerzas, de su propio destino. Los soñadores fueron, en todo caso, los enemigos de Bolívar, los Santander, los Páez, los Flórez, los Córdova, responsables del brutal desmembramiento, en repúblicas entecas e incapaces de bastarse a sí mismas, de un territorio que, unido en una fórmula federativa (una "Antictionía" la llamó Bolívar recordando la asociación de las ciudades de la Hélade), hubiera estado mejor preparado para enfrentar el crecimiento vertiginoso y voraz de Estados Unidos en el Norte y de las repúblicas de lo que hoy llamarnos el Cono Sur, que empezaban a recibir una vigorosa emigración europea. Sin contar con el imperio de Brasil, que anunciaba con ser otra gigantesca potencia económica y política. Esos soñadores son los verdaderos causantes de la torpe obstrucción a la única salida posible de la trampa que amenazaba con asfixiar a esos antiguos virreinatos y capitanías españolas.
Bolívar fue siempre un impugnador incansable de la doctrina Monroe. Aquella fórmula de "América para los americanos" escondía una falacia que él fue el primero en denunciar. En efecto, Monroe no quería decir con aquello que todo el continente debía bastarse a sí mismo y encontrar sus propias soluciones, sino que todo el territorio de América debía estar bajo la férula y al servicio de Estados Unidos. Una de las razones de que tan monstruoso planteamiento se haya cumplido es el fracaso del proyecto grancolombiano. Basta releer la correspondencia de los últimos años del Libertador para advertir cómo va creciendo su angustia ante las sórdidas intrigas de sus antiguos compañeros de lucha, destinadas a hacer fracasar su proyecto y cobrarse con el magro salario del poder local en Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador o Bolivia, según el caso, en lugar de reunirse en una entidad de cuya grandeza futura no cabía la menor duda.
La polémica tal vez jamás tenga fin. Hipotecadas a la banca norteamericana, sujetas a los manejos del Pentágono y viviendo una ilusoria independencia que sólo ha venido a ser, a la postre, un rosario de interminables y sangrientas guerras civiles, las repúblicas, en mala hora y con inoportuna aunque involuntaria ironía, llamadas bolivarianas agonizan hoy tristemente en manos de los dignos herederos de Santander, de Páez, de Flórez y demás conjurados contra el Libertador.
Suele decirse que Bolívar murió a causa del desencanto y amargura que siguieron al atentado contra su vida en septiembre de 1828. Necia simplificación que se suma a tantas otras que se han urdido sobre el destino encontrado y trágico del gran hombre. El atentado setembrino fue únicamente la última escena de una larga conjura que Bolívar había ya descubierto y sopesado en toda su gravedad desde hacía muchos años. Otra vez me remito a su correspondencia, cuya lectura, por lo demás, puede ser una de las más apasionantes y esclarecedoras experiencias que le esperan a quien se interese en estas cuestiones. Allí denuncia, con una claridad y un realismo político ejemplares, los primeros síntomas y el progreso letal de una conspiración de los mediocres, los insaciables ambiciosos y los ciegos mezquinos que dieron en tierra con la Gran Colombia.
"Aré en el mar y edifiqué en el viento", dijo Bolívar agonizante.
Y ahora, estos países no saben qué hacer con ese fantasma que, como el del padre de Hamlet, clama venganza y denuncia un crimen que se está pagando en el abismal deterioro de cinco repúblicas que jamás debieron existir. La imagen de Simón Bolívar ha sido elevada a los altares de la patria para que nadie la toque ni nadie sepa cuál fue su destino. Los historiadores, entre tanto, siguen alimentando la estéril polémica sobre si Bolívar fue un gran general y un magistrado mediocre o viceversa. Actitud de avestruz que evita el problema y desvía la atención de los crédulos, mientras la sangre sigue corriendo y crecen el hambre y la miseria.
"Cosas de sudacas", diga quizá algún lector español de estas líneas. No sabe que intentan, con otros elementos y bajo otros cielos, dirimir el contencioso de las guerras carlistas y de los grandes pecados de la España decimonónica.
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