Una nueva imagen de Bach en el festival compostelano
Dos intérpretes catalanes de gran categoría asumieron dos conciertos en el III Festival de Música en Compostela, dedicados a la música de cámara de Bach: el ampurdanés Conçal Comellas (1945) y el andorrano Lluís Claret (195 l). En dúo con el clavecínista barcelonés Pablo Cano (1950), Comellas explicó cuatro de las seis sonatas para violín y clave, escritas durante la estancia de Bach en Cóthen (1717-1723), y ya señaladas por Forkel como obras maestras en las que Bach agotaba sus conocimientos instrumentales a través de un virtuosismo no por significante de una conciencia musical honda menos efectivo.
En estas páginas, Bach parece resumir diversas herencias -lo francés, lo italiano- y actitudes propias: ante lo religioso, ante lo profano. Y la síntesis, de un barroquismo evolucionado en el que la línea manda sobre la textura polifónica o, si se quiere, ésta fue concebida como un plural y naturalísimo fluir melódico, resulta sumamente bella.La misma calidad de sonido ya es en Comellas preciosa, pero la gran consecución está definida por un concepto a la vez severo y cordial absolutamente en línea con la actual interpretativa bachiana. Y, sobre todo, versátil tal y como reclaman unas composiciones en las que su autor está a punto de agotar todas las posibilidades y variedades, síntesis y contradicciones de pensamiento y el lenguaje barrocos.
La interpretación
Si interpretar es, antes que otra cosa, explicar, la lección que ofreció el violonchelista Lluís Claret en su interpretación de las suites primera, tercera y sexta para violonchelo fueron no sólo magistrales, sino geniales por la intensidad del poder creativo que exalta al intérprete hasta las más altas zonas de la categoría musical.De modo natural, el violonchelista nos desvela cuantos secretos ocultan estas páginas bachianas tan fundamentales en su género como en otro pueda ser la Pasión de san Mateo. Si en las sonatas violinísticas Bach explota al máximo sus saberes instrumentales, en las suites violonchelísticas investiga hasta la última razón -estética, técnica o expresiva- del instrumento.
Y si en unas se evidencia un valor de resumen, de creación a partir de o teniendo en cuenta a..., en otras estamos ante la plenitud creativa, en la que el compositor actúa como clásico y evolucionista de sí mismo. Trozos como el preludio de la sexta suite se alzan ante nosotros como algo impresionante y la emoción de la Zarabanda, en las tres suites, no desmerece de las más intensas arias que definen cantatas y oratorios.
Se habla constantemente de la polifonía, tan admirable, de Bach en el violonchelo, pero se menciona menos la ariosidad que domina su pensamiento, incluido el polifónico.
Quizá en esto reside una de las grandes novedades de las suites, alguna de las cuales, como la sexta, fueron concebidas para chelo de cinco cuerdas (con la afinación do-sol-re-la-mi) o para las cuatro habituales, pero afinadas de distinto modo, caso de la quinta (do-sol-re-sol), datos, entre otros muchos, que revelan el empujón técnico dado por Bach al instrumento como consecuencia de unas necesidades expresivas.
Lluís Claret expone un Bach, sin pretenciosa erudición, absolutamente en línea con la tan comentada nueva imagen (Piero Buscaroli) para evidenciar la capacidad expresiva de una música en función de su contenido psicológico (Schloezer).
Este programa -que previamente Claret había ofrecido en el festival de Andorra y en el de Granada- constituye un verdadero acontecimiento. Que éste reproduce, precisamente, cuando la música alcanza las más altas cimas de plenitud, no por el amontonamiento de centenares de solistas, instrumentistas y cantores.
El triunfo de los tres artistas en este concierto fue inmenso y el nombre de Bach y sus intérpretes convocó un crecido auditorio en la antigua capilla del Hostal de los Reyes Católicos: su cúpula alta daba sentido y resonancia a la cúpula musical de la música bachiana.
Babelia
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