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El secuestro del avión de la TWA

Amal endurece sus condiciones bajo presión de los extremistas

IGNACIO CEMBRERO, La liberación de los 39 rehenes norteamericanos del más largo secuestro de la historia de la aviación, anunciada ayer por la Presidencia de la República de Siria y confirmada por la Casa Blanca, fue aplazada oficialmente a causa de la formulación por la milicia shií Amal, que los custodia, de nuevas exigencias. Las divergencias internas en el seno del movimiento shií entre Nabih Berri, líder de Amal, y el extremista Partido de Dios (Hezbollah, en árabe) explican, según fuentes solventes, el sorprendente retraso de la puesta en libertad de los cautivos que desde hace 14 días se encuentran en Beirut.

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Reagrupados en un colegio del barrio shií de Bourj el Barajne, pegado a un gran campamento de refugiados palestinos, 35 de los 39 ex pasajeros y miembros de la tripulación del vuelo 847 de la compañía norteameriana TWA se mostraban ayer, a última hora de la tarde, esperanzados por su inminente liberación.Interrumpido por los gritos de los niños que le llamaban chillando desde la calle, el piloto del avión desviado, comandante John Testrake, que por primera vez se reunía en Beirut con sus compañeros de este interminable viaje, afirmaba con una discreta sonrisa: "Nos han dicho que nos vamos a Damasco, pero seguimos esperando a los cuatro que faltan para ponernos en camino".

Como Testrake recalcaba en sus comentarios, faltaban cuatro rehenes en la escuela de la barriada shií. Ríchard Herzberg, un apellido judío, y Tony Watson, Jeffrey Ingals y Robert Brown, quizá militares de la fuerza aérea de EE UU, no acudieron a la cita en el colegio porque, probablemente, sus carceleros pertenecen al Partido de Dios, el ala radical del movimiento shií que inició la operación de piratería aérea, más tarde recuperada por Berri.

Este núcleo shií intransigente rechaza, al parecer, las condiciones pactadas por Berri en sus seis conversaciones telefónicas con el vicepresidente sirio, Abdel Halim Jaddam, y no está dispuesto a soltar a los cuatro rehenes en su poder si simultáneamente no son excarcelados todos los resistentes libaneses detenidos en la prisión de Atlit, cerca del puerto de Haifa.

El compromiso pactado por el líder de Amal no prevé esta coincidencia en el tiempo entre ambas liberaciones, a juzgar por las revelaciones de uno de los portavoces baasistas sirios, Assad Elias, que, aunque confirmó la próxima puesta en libertad de los reclusos de la cárcel israelí, precisó que no debe ser "necesariamente simultánea" a la de los rehenes estadounidenses.

Después de haber anulado tres veces una solemne conferencia de prensa, Berri consintió, por fin, a última hora de la tarde, en recibir a un grupo de periodistas libaneses, ante los que justificó la postergación de la ansiada decisión, "porque esperamos un compromiso de EE UU de no atacar Líbano, que nos deberían comunicar las autoridades sirias", que a petición del presidente Ronald Reagan han desempeñado un papel mediador.

Anuncio de liberación

Berri, en todo caso, no sólo dio el visto bueno a la propuesta del mediador sirio entre su organización armada y Washington -que a su vez se mantenía en contacto con su aliado israelí-, sino que debió convencer a su interlocutor de que podía persuadir al Partido de Dios de la necesidad de aceptar el plan de Damasco.

El régimen baasísta sirio debía estar tan convencido de la buena marcha de la operación que un comunicado de la Presidencia de la República hacía hincapié a media mañana en que, "gracias a los esfuerzos llevados a cabo por el presidente Hafez el Assad con las partes implicadas, e inspirados por preocupaciones de índole patriótica y humanitaria", los rehenes iban a ser trasladados a Damasco, donde a media tarde serían entregados a las autoridades de su país.

En la antigua capital de los omeyas, distante tan sólo un centenar de kilómetros por carretera de Beirut, habían sido reservadas 40 habitaciones en el hotel Sheraton, un avión militar norteamericano esperaba en la base aérea británica de Chipre instrucciones para volar a Damasco y el embajador de EE UU en Siria, William Eagleton, se desplazó a la frontera para acogerles.

Los portavoces del Gobierno sirio multiplicaban los elogios de la labor mediadora protagonizada por su presidente y hasta las radios locales interrumpían sus emisiones para anunciar la entrada en territorio sirio del autobús que, escoltado por un destacamento militar sirio y por la Cruz Roja, transportaba a 39 norteamericanos que iban a ser nuevamente hombres libres.

El autocar no cruzó el confin sirio-libanés a la hora prevista porque, probablemente, los guardianes de por lo menos cuatro ex pasajeros se negaron a entregarles y fuentes diplomáticas occidentales expresaban su extrañeza ante la "tomadura de pelo" de Berri, que, aparentemente, no controlaba en absoluto a sus correligionarios y que, por ese motivo, anuló tres veces la gran conferencia de prensa en su domicilio, con la que debía concluir su intervención en la crisis de los rehenes.

Para disimular su carencia de autoridad sobre sus propios partidarios confesionales sus consejeros afirmaban a los corresponsales extranjeros, decepcionados por la incomparecencia del ministro de Justicia, que habían sido reiteradas dos peticiones hasta ahora no satisfechas ni contestadas de forma satisfactoria: alejamiento de la Sexta Flota norteamericana de las costas libanesas y garantías de que ni EE UU ni Israel llevarán a cabo represalias a posteriori contra Líbano. Pero estas explicaciones parecían más bien un pretexto para hacer olvidar las divergencias entre shiíes.

Algunos diplomáticos acreditados en Beirut vaticinaban, medio en broma, que en vez de las represalias de Reagan, Berri debía ahora temer la venganza de Hafez el Assad, que, por su culpa, ha incumplido un compromiso con EE UU, al que Siria parecía otorgar una enorme importancia.

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