Era gafe
El filo de la navaja es la adaptación cinematográfica de la novela homónima del escritor británico Somerset Maugham, adaptación que en 1946 dirigió por vez primera Edmund Goulding, contando con la interpretación de Tyrone Power, Gene Tierney, Anne Baxter, Herbert Marshall y Clifton Webb como protagonistas. Así pues, El filo de la navaja es un remake y, por consiguiente, es obligado comparar ambas versiones para descubrir el interés de rodar de nuevo lo que ya estaba hecho.En 1946, Herbert Marshall incorporaba a la figura del propio Somerset Maugham, convirtiéndose en narrador y en un plus de verosimilitud -él era testimonio de lo que el filme contaba- En 1985, el personaje que interpretara Herbert Marshall ha desaparecido -y se pretende que sus explicaciones las proporcione la acción misma del filme. Por ejemplo, en la versión actual, la guerra, con sus horrores, ocupa un lugar más importante que en la película de Goulding, y se cargan las tintas del tremendismo, muy en la línea de Somerset Maugham, con esos discursos ante el cadáver del amigo que incluyen lágrimas al tiempo que se dice: "No voy a echarle de menos. Era un cerdo".
El filo de la navaja
Director: John Byrum. Intérpretes: Bill Murray, Theresa Russell, Catherine Hicks, Denholm Elliot y James Keach. Guión: J. Byrum y B. Murray.Fotografía: Peter Hannan. Música: Jack Nitzsche. Angloamericana, 1985. Título original The razor's edge. Estreno en Madrid: cines Palacio de la Música, Juan de Austria, Infante, Cartago y Aluche.
También se concede más importancia al personaje de Theresa Rusell -antes lo interpretó Anne Baxter-, en detrimento de Catherine Hicks, mucho más tontorrona que la pérfida Gene Tierney de la primera versión. Y el snob interpretado por Denholm Elliot también es una lengua menos viperina que la del siempre excelente actor Clifton, Webb. El protagonista, Bill Murray, que rodó Cazafantasmas con la condición de que luego podría ser el héroe de El filo de la navaja, aporta un cierto sentido del humor, de naturaleza un tanto extravagante -su desorientación existencial adquiere tintes de pasotismo-, a la engolada trascendencia que Tyrone Power imprimió en el personaje:
El sentido de la vida
Si los personajes se nos muestran distintos en ambas versiones de la novela, menos estilizados y más bondadosos en la última, fruto de una mayor literalidad respecto al la letra de Somerset Maugham, el marco físico es ahora realista, lo que también contrasta con la primera versión. Los fastuosos decorados de estudio, con su Tíbet inventado o con una Europa de opereta, han dejado su lugar a decorados naturales, auténticos templos y montañas que no son de cartón piedra. Además, John Byrum ha procurado poner al servicio del relato su experiencia previa como cineasta de personajes que buscaban el sentido de la vida en la fallida película que se tituló Generación perdida.No hace falta decir que la obra de Somerset Maugham vive dentro del tópico -"En la India no hay respuestas, pero hay demasiada soledad"-, y sus pretensiones filosóficas están muy por debajo de su estricta capacidad como pintor de la apariencia de las cosas.
Precisamente por eso, por lo que, hay de falso en la novela, la versión de Edmund Goulding era bastante más creíble que esta. A veces, lo falso sumado a lo falso da chispazos de autenticidad, y eso era lo que sucedía, muy esporádicamente, todo hay que decirlo, en la película de 1946, con el hermanamiento de decorados enloquecidos con arquetipos humanos y con el consabido digest filosófico.
A Byrum y Murray, El filo de la navaja les ha parecido un texto literario digno del mayor rigor y seriedad, y se han aplicado a buscar razones que justifiquen el deambular del protagonista. Para lograrlo, al margen de potenciar los aspectos traumáticos y reveladores de la guerra, han optado por servirse del montaje paralelo de secuencias, mostrando ora a Bill Murray empeñado en la meditación trascendental, ora a James Keach y Catherine Hicks practicando a destajo lo que se ha dado en llamar vida social.
La trampa del montaje
Pero el montaje paralelo se toma montaje alterno, y, por un azar de exceso significante, las secuencias adquieren una relación de causa-efecto, de manera que Murray, cada vez que musita una oración, provoca una catástrofe -muerte del esposo y del niño de Theresa Russell, suicidio del padre de Keach, crack del 29-, hasta que decide incorporarse de nuevo al mundo. Si ya antes, en la guerra, logró que muriera su mejor amigo, ahora, en París, provocará un asesinato y su llegada coincidirá con un mortal ataque cardíaco que se llevará al tío snob a visitar al Todopoderoso,Al final, Bill Murray se alejará de la siempre enamorada Catherine Hicks diciéndole: "No has comprendido nada". Y el espectador -que por su parte sí ha comprendido- sabe que Murray huye porque es gafe, porque mata con su sola presencia, porque basta que piense en alguien para que se arruine o le arrolle un tranvía. Porque en definitiva ésa es la interpretación más fiel que puede hacerse del filme, de lo que vemos, prescindiendo del carácter grotesco de tal mensaje y de su nula adecuación a los propósitos iníciales.
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