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Tribuna:FERIA DE SAN ISIDRO
Tribuna
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El nieto de don Guido

A don Guido lo hizo famoso en unas coplas aquel santo laico que hoy da savia a las margaritas del cementerio de Colliure. Mucho tiempo después, Serrat lo dio a conocer a las quinceañeras de aquellos años del Felipe en la Universidad y de Tierno y Aranguren castigados a no ir a la cátedra por haber sido malos y haber armado jarana y alboroto con los estudiantes. Hoy, gracias a Machado y a Serrat, a don Guido lo conoce casi todo el mundo.Pero casi nadie sabe que don Guido tiene un nieto. Aquel señor "de mozo muy jaranero y de viejo, gran rezador" resultó prolífico, a pesar de la frigidez de su santa esposa, siempre aconsejada en las materias del sexo por un sabio jesuita de la época. A la estirpe de esos retoños del árbol familiar pertenece su nieto, que lleva también su nombre y a quien por las tierras del sur, donde tiene sus latifundios, llaman Guidín.

Guidín ha venido a la feria de San Isidro a ver algunas corridas. Ha elegido las de Paula y las de Curro Romero, porque para él no hay más toreros que estos "brujos de cante y duende", como diría un plumífero de la laudatoria. De los otros diestros de la feria, Antoñete le parece un chufla, Esplá un titiritero, Julio Robles una repetición de aquel esaborío de El Viti y Yiyo un niño de esos que siempre levantan el dedo en clase cuando el profesor hace alguna pregunta dificil.

Sentado en un tendido bajo del 9, con el vaso de güisqui en la mano, está Guidín, vestido con cazadora marrón y pantalón verde oscuro, peinado a lo Bertín Osborne. Ha venido muy pocas veces a esta plaza, porque él prefiere "su Maestranza", donde tantas graciosas ocurrencias se oyen en los tendidos y donde nunca pasan esas estridencias que está viendo ahora mismo en el tendido del 7, qué horror. Un grupo de espectadores está de pie, agitando con extraño frenesí pañuelos verdes y con raras exigencias de que salgan toros. Al nieto de don Guido le recorre un escalofrío por los rizos de la nuca, porque uno de los que hacen señas con el pañuelo verde lleva barba. Y Guidín piensa si no será un anarquista o algo semejante. Sí, seguramente se trata de militantes de esos partidos nuevos que llaman verdes y de ahí el color de los pañuelos que exhiben. A esos partidos les da por la ecología y con el cuento de la defensa de laNaturaleza, quien sabe si no terminarán quitándole las fincas heredadas de papá...

Hay también numerosos espectadores que dan palmas de tango y Guidín vuelve a sentirse molesto. Recuerda las palmas por bulerías en aquellas gloriosas tardes de Paula en Jerez y se deja llevar por la nostalgia. Es evidente que en esta plaza no se puede disfrutar de una corrida y vuelve a acordarse de su feria de Sevilla, con el torito suave, el picador compasivo, el aroma de nardos y ese bendito tópico de la Giralda asomándose para ver torear a "su Curro".

Después de la corrida, Guidín acude a la tertulia del patio de arrastre. Cuando su padre venía a esta plaza, siempre encontraba a algún. subsecretario de Franco y conseguía bulas para especular con terrenos en Marbefia. Ahora, por aquí no se ve más que a los socialistas de la Comunidad de Madrid y Guidín cruza los dedos para ahuyentar el mal fario. Tambien le ha parecido ver a alguno de los peligrosos ecologistas que pedían toros a gritos. Como nose puede andar por entre tan peligrosas compañías, nuestro hombre decide abandonar el lugar, antes de que algún amigo se le arrime y se empeñe en flevárselo de noctambulismo por una ciudad que no le gusta.

Guidín puede terminar su día en Madrid en compañía de aquella muchacha de Illinois que se ligó en la Fiesta de la Vendimia de Jerez. Con ella, puede ir a cenar a un restaurante de lujo o darse una vuelta por el Casino. La americana, además de que se deja querer, le permite practicar su inglés de fascículos. Y en el casino puede tener un golpe de suerte en la ruleta, que le permita volver a Sevilla con un fajo de billetes para cubrir la cuota del impuesto de la renta, que no hay manera de rebajar por más filigranas que hace. Pero el nieto de Don Guido se decidirá, al fin, por acudir a su serrallo particular; una casa de masajes de las que se anuncian en las revistas de señoritas en cueros y de la que es cliente distinguido. Allí se portará como quien es. Y después de la faena se quedará benditamerite dorinido, ¡tan formal!, el caballero andaluz.

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