Una semana de no parar
Las fiestas convierten a Madrid en una 'ciudad esponja', capaz de absorberlo todo
Lina Morgan daba anoche en la plaza Mayor la señal de partida de las fiestas de San Isidro 85, que se prolongarán hasta el próximo día 19. Las fiestas patronales serán este año una prueba de fuego de la vitalidad y originalidad reales de eso que se ha dado en llamar la movida, esto es, la versión madrileña de todo lo que pasa arriba y abajo, en el Este y en el Oeste. Madrid es una ciudad esponja, capaz de absorberlo todo, desde la rumba al rockabilly; desde la novela negra al estilo vogue. Sin embargo, algunos se preguntan si Madrid está creando realmente algo, aparte de una sucesión de fiestas.
Hacía sol y de repente empezaron a caer gruesos copos de nieve, y los madrileños se dividieron entre los que se pasmaban ante la belleza del momento y los que maldecían el largo, crudo, interminable invierno de 1985. Eso ocurrió el pasado lunes, y el acuerdo entre los fascinados y los quejumbrosos llegó cuando unos y otros recordaron que en breve iban a comenzar los festejos de la capital. "Cielos, de seguir este tiempo, más que arder en fiestas Madrid puede anegarse en ellas", dijo alguien.El tiempo que hará en los próximos días y las dudas que en algunas mentes empiezan a surgir acerca de la vitalidad y originalidad reales de eso que se dio en llamar movida madrileña fueron dos de los asuntos más debatidos en los bares madrileños en estos días previos a San Isidro 85. El primero es un tema clásico, inexcusable en estas fechas. La principal fiesta madrileña está dedicada a un labrador gigantesco, de casi dos metros de altura a tenor del tamaño de su momia, al que los ángeles labraban las tierras mientras se dedicaba a sestear. Cuentan de él que era muy hábil en descubrir pozos de agua, y algunos aseguran que en realidad el santo era un aguador, un zahorí.
Tal vez por eso apenas hay fiestas de San Isidro en las que no llueva. Pero la lluvia de mayo sobre Madrid, lo dice Moncho Alpuente, "ya no empapa la tierra sedienta, sino que se desliza sobre el negro asfalto, golpea en las ventanas de carpintería metálica. y se desliza por los canales de uralita". O sea, que es más bien un inconveniente, y si no, que se lo digan al millón y medio de ciudadanos que el pasado año participaron en los festejos bajo un pertinaz e impertinente aguacero.
En las fiestas que comenzaron ayer, afirman los meteorólogos, Madrid va a disfrutar de sol y sombra. Lo malo vendrá al principio, casi hasta el miércoles, con un tiempo algo desapacible, temperaturas más bajas de lo normal y algún que otro chubasquillo. A mediados de la semana, siempre según los que de esto saben algo, la capital tendrá "sol y moscas", palabra de meteorólogo, un veranillo de andar en mangas de camisa.
Lo de la movida es el segundo gran tema de las tertulias. El alcalde ha escrito un bando para convocar a las fiestas, y, claro, se apunta a los que hacen encendido elogio del Madrid actual, "ciudad acogedora, cordial, libre, apacible y universal", que hoy por hoy es "el contento de Europa", dice el profesor, cuyo crédito ha subido muchos enteros entre la juventud de izquierda por su actitud durante la visita de Ronald Reagan. "Tierno, presidente del Gobierno", le gritó el otro día un buen puñado de jóvenes socialistas bajo el balcón de la Casa de la Villa.
Un popurrí
Para los europeos que la visitan, Madrid es, en efecto, un contento, pero por lo de siempre, no por algo generado en los últimos tiempos. El periodista parisiense Eric Favereau se asombra al ver a las dos de la madrugada de un martes de febrero las calles madrileñas llenas de coches y peatones, de todas las edades y condiciones, que van y vienen como si fuera un mediodía soleado. Los castizos, esto es, los que llevan viviendo en Madrid más de un lustro, dicen que eso "es de toda la vida". Aunque ahora se proclame con orgullo, Madrid ha sido siempre una ciudad bullanguera, en donde los momentos culminantes de las jornadas son las tertulias en torno a unas copas. Abierta como pocas ciudades de esta parte del mundo occidental también lo es Madrid, que en su himno, escrito por el zamorano Agustín García Calvo, se dice "tierra de todos y de nadie". Los que miren el programa de estas fiestas verán, entre otras muchas cosas, al cantautor catalán Lluís Llach, al trompetista de jazz norteamericano Freddi Hubbard y a los vallecanos Chunguitos. Es un buen popurrí, sobre el que brillan dos vedetonas de toda la vida, una más mayor y otra más menor: Lina Morgan y Alaska.Pero de todo eso, ¿qué es lo auténticamente madrileño? José Miguel Ullán dice que Los Chunguitos, y tiene sus razones. Para Angel Fernández Santos, "Madrid es una ciudad esponja", la mezcla de todo ello.
Madrid, a fin de cuentas, se debate entre el Norte y el Sur, Europa y Andalucía, y dos de los espectáculos estrella de estas fiestas expresan esa tensión con claridad meridiana: The Smiths, uno de los grupos más brillantes del actual pop británico, que actuarán en el parqué del Oeste, y el festival flamenco del Palacio de los Deportes, con un cartel que, de no fallar quien los aficionados se imaginan, es de los que hacen época: Lole y Manuel, Enrique Morente y Camarón de la Isla.
Pero no falta quien diga que lo auténticamente madrileño, la auténtica movida, está simbolizada por el grupo Los Coyotes, que ha cen rockabilly, salsa, corrido mexicano y rumba. Y es que algunas mentes empiezan a pensar que lo que Madrid ha vivido en los cinco últimos años ha sido una tremenda sucesión de fiestas de alta y baja sociedad, con un muy bien vendido surtido de imitaciones de lo foráneo. Y eso no es malo. Como dijo alguien, los pobres tienen que aprender imitando.
El programa de las fiestas de San Isidro 85 es reflejo del momento que vive la capital. Muchos actos en múltiples escenarios, pero nada radicalmente distinto de lo del ejercicio anterior. Una fiesta sin ferial porque toda la ciudad lo es; un montón de actos que le cuestan al Ayuntamiento unos 90 millones de pesetas, "lo que valen un par de buenas fallas valencianas", dice el teniente de alcalde Enrique Moral; unos días en que conviven el rock and roll con la clásica verbena de chocolate con churros, y durante los cuales casi todos los madrileños vivirán uno o más momentos en los que miren con ojos tan colorados como el fuego; casi un mes de resurrección de los mentideros taurinos de la calle de la Victoria y el hotel Wellington, donde la parroquia criticará sin piedad a diestros y ganaderías. Festejos, en fin, para todos: vendedores de globos, gigantes y cabezudos, lanceros de la policía, meretrices, romeros, mohicanos, zancudos, traficantes de droga y funcionarios, muchos funcionarios.
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