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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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Reagan y Gorbachov deben iniciar un diálogo político

Ya que parece probable un encuentro de conocimiento mutuo entre Ronald Reagan y Mijail Gorbachov durante la próxima Asamblea General de las Naciones Unidas, que se celebrará en otoño de este mismo año, no es demasiado pronto para preguntarse, señala el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger en este artículo, qué mensaje y qué impresión debe transmitir Gorbachov a sus colaboradores de vuelta a su país. De cualquier forma, escribe Kissinger, es. necesario el establecimiento de un. diálogo político entre ambos dirigentes.

Por ahora no hay demasiadas razones para ser optimistas sobre esta cumbre anunciada. Las democracias occidentales han repetido el estereotipo que ha sido práctica común a lo largo de las tres sucesiones soviéticas de los últimos tres años. Cuando los sucesores fueron dos hombres mayores se decía que una edad avanzada supone precaución. Ahora que ha tomado el poder un hombre más joven, se da por sentado su compromiso con toda idea progresista y conciliatoria.En cuanto a la dirección soviética, su respuesta ha sido igualmente uniforme, si bien sin un sesgo tan psiquiátrico. Desde los funerales de Breznev, sus propuestas se han basado fundamentalmente en los mismos clichés y en las mismas amenazas de siempre.

No obstante, el sentido común sugiere que la dirección soviética tiene que revisar, antes o después, su fosilizada política exterior, no porque sus dirigentes se hayan vuelto particularmente más pacíficos, sino porque las circunstancias parecen exigirlo así. Pero hasta donde lleguen en su revisión dependerá de forma importante de la actitud de los países occidentales.

Entre las posturas más preocupantes está la obsesión de los países occidentales por basar las esperanzas de paz en la personalidad del máximo dirigente soviético o en una relación personal iniciada en una cumbre. Estas esperanzas no corresponden con la realidad de la Unión Soviética. Ningún secretario general soviético, Stalin incluido, consiguió el poder indiscutible en menos de cuatro años. Además, un dirigente soviético no puede basar un cambio de política en consideraciones tan poco marxistas como su relación personal con un presidente norteamericano sin desacreditarse ante sus compañeros de Gobierno. Es más probable que la dirección soviética considere el énfasis en la conducta y el vestido de los dirigentes soviéticos como un signo de debilidad que constituye una oportunidad estratégica.

Pero estas preocupaciones nacionales harán que la dirección soviética tenga tanto interés por una tregua como que se muestren poco dispuestos a emprender cambios importantes en política exterior. Sentirán la tentación de comprar esa tregua mediante un cambio de tono sin sustancia alguna, tendencia sin duda reforzada por la repentina obsesión por los encuentros cumbre de una Administración norteamericana conservadora.

Es decir, una política occidental inteligente debe procurar convertir las tentaciones que sienten los soviéticos de lograr un interludio de ambiente en un cambio duradero.

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Puntos de partida

Es esencial dejar claro ante los dirigentes soviéticos dos puntos fundamentales: 1. Que un relajamiento de las tensiones debe incluir un componente político; y 2. Que el control de armas debe ser algo más que un intento de privar a Occidente de su armamento más avanzado.

Durante demasiado tiempo las democracias occidentales han evitado tener que hacer frente a la causa fundamental de las tensiones: los principios básicos que los soviéticos han conseguido imponer en el sistema de relaciones internacionales. Todo aquello que se hace comunista se mantiene inviolado para siempre. Todo aquello que no es comunista está expuesto al cambio: mediante presión, subversión, acciones guerrilleras y, si hace falta, por medio del terror. Si no se presenta resistencia alguna a estos principios básicos, el equilibrio de la balanza de poder se inclinará inexorablemente en contra de las democracias.

Las democracias se han mostrado poco dispuestas a ligar la conducta política con el control de armas porque tienen miedo a poner en peligro su objetivo principal de control de la carrera armamentística. Consecuentemente, de hecho, ponen ambos objetivos en peligro. El empleo de fuerzas delegadas cubanas en Angola y Etiopía, la ocupación de Afganistán por tropas soviéticas y de Camboya por fuerzas vietnamitas armadas por los soviéticos, la acumulación de equipo militar soviético en países terroristas como Libia, la presencia militar soviética en Cuba, Yemen del Sur y Vietnam, los apoyos de los servicios de inteligencia a movimientos guerrilleros, todo esto provoca tensiones internacionales, y peligros de cálculos erróneos, mayores que la carrera de armamentos como tal.

El control de armamentos, por muy importante que sea, no sustituye a la política exterior. Además, sería prácticamente imposible encontrar un tema menos adecuado para un encuentro entre jefes de Gobiernos adversarios tras una interrupción del diálogo de más de seis años. El tema se ha convertido ya en algo tan esotérico que encaja perfectamente en la descripción que el primer ministro británico lord Palmerston hizo de la cuestión Schleswig-Holstein. en el siglo XIX: "Sólo hay tres personas que lo han entendido" dijo. Una estaba muerta, la segunda estaba en un manicomio; él era la tercera persona y se le había olvidado. Las posturas sobre el control de armas no reflejan ningún concepto global, ya que provienen de polémicas burocráticas y no existe actualmente ninguna teoría intelectual fuera de los Gobiernos que las apoyen. Los jefes de Estado no pueden disipar estas nieblas en una sola reunión: su carencia de cualquier conocimiento sofisticado de la cuestión puede empeorar la situación.

Mientras los arsenales estén basados en cabezas nucleares múltiples y se prohíba la defensa, ningún programa previsible de control de armamento disminuirá la capacidad de ambos bandos para infligir daños civiles a un nivel apocalíptico.

Sólo existen dos ideas alternativas: limitar los misiles a una única cabeza nuclear y la defensa estratégica, la denominada guerra de las galaxias. La primera de estas dos ideas no figura entre los puntos de la reunión de Ginebra. La segunda sufre un ataque sistemático: por parte de los teóricos defensores de la teoría tradicional de control de armamentos, comprometidos con la idea de la destrucción civil asegurada; por los aliados que están ansiosos de eliminar todo lo que los soviéticos han declarado como un obstáculo al control de armas, y por la propaganda soviética cuya estrategia de intimidación se ve respaldada por una política militar basada en daños civiles apocalípticos. La convergencia de todas estas fuerzas ha conseguido tildar a la defensa estratégica de desestabilizadora y de obstáculo al control de armamentos incluso antes del comienzo de las negociaciones.

La Administración Reagan ha emprendido la retirada ante semejante ofensiva. Ha presentado por lo menos cuatro versiones diferentes de su política de defensa estratégica. Ha justificado la defensa estratégica invocando, mediante el lenguaje de los movimientos de paz, su miedo a una guerra nuclear (en el cual tendrá que basarse, al fin y al cabo, la teoría de la disuasión durante la próxima década, independientemente de la suerte que corra la guerra de las galaxias). Ha argumentado que la guerra de las galaxias no supone más que un proyecto de investigación, postergando todo juicio sobre su viabilidad y despliegue para un período muy posterior al del mandato del presidente Reagan.

10 años de investigación

De esta forma, puede que la Administración Reagan haya alentado presiones soviéticas todavía más feroces. Siempre ha estado permitida la investigación y ambos bandos llevan ya una década realizándola (de hecho, la parte del presupuesto destinada a este capítulo por la Administración Reagan supera en únicamente 8.000 millones de dólares al propuesto por el presidente Carter). El énfasis en la investigación ha favorecido la ilusión de que los aliados europeos apoyan la defensa estratégica. En realidad, apoyan la investigación en parte como una plataforma desde la que poder oponerse al despliegue. No hay duda de que la tendencia occidental, por razones de política nacional, consiste en contentarse con lo que los soviéticos definan como alcanzable.

Consecuentemente, resulta posible prever una solución en Ginebra que reduzca las armas ofensivas sin deteriorar la capacidad de devastación civil, al tiempo que se difiere el despliegue de armas defensivas a una Administración que tendrá por fuerza que hacer frente a presiones políticas mayores que las actuales. Además, existe siempre el riesgo de que el Congreso, en nombre del control de armamentos, mutile el proyecto de defensa estratégica tal como ha hecho con los MX, cargando a Estados Unidos con los aspectos peores de todas las alternativas posibles.

Estados Unidos tiene que abrirse paso a lo largo de un camino muy delicado con precipicios a ambos lados; un exceso de agresividad alejaría a Estados Unidos de sus aliados; un exceso de entusiasmo por una postura conciliadora sólo contribuiría al escapismo de los países de Occidente y eliminaría todo incentivo para que los soviéticos entablaran un diálogo serio.

Si bien yo hubiera preferido una preparación más cuidadosa de la cumbre, un encuentro entre Reagan y Gorbachov puede permitir a Estados Unidos dejar en claro el alcance y los requisitos indispensables para una auténtica reducción de las tensiones, siempre que el presidente norteamericano esté dispuesto a ser preciso.

El mensaje principal que Reagan debe transmitir a Gorbachov debería ser el siguiente:

1. Las actuales tendencias políticas pueden, antes o después, llevar a una confrontación no buscada por ninguna de las partes, debido a estallidos que ninguna de ellas pueda controlar. Los principios básicos actuales son tanto inaceptables como peligrosos. Si no se entabla un diálogo político se corre el riesgo de reproducir las condiciones que llevaron a la I Guerra Mundial, una acumulación de tensiones políticas, una de

Copyright Henry Kissinger. Los Ángeles Times.

Reagan y Gorbachov deben iniciar un diálogo político

las cuales se descontrola porque nadie ha pensado en cómo controlarla. Nadie se beneficiaría de una guerra de este tipo, excepto aquellas regiones que se vieran libres de su catastrófica devastación.Acuerdos específicos

Debe haber acuerdos específicos que definan los verdaderos intereses vitales de ambas partes, así como las amenazas a éstos que serían permisibles. Hasta ahora tales acuerdos se han limitado a generalidades que daban cierta ilusión de progreso. Debemos trabajar ahora sobre un programa concreto y definitivo.

2. En cuanto al control de armamentos, la tendencia actual consiste bien en confirmar los programas de armamentos existentes o en reducirlos superficialmente. Vosotros, los soviéticos, habéis empleado las conversaciones para intentar negarnos el empleo de tecnologías en las cuales vamos por delante y que reducen vuestra capacidad de chantaje nuclear. Tenéis que tener bien claro que no vais a conseguir apartarnos de un despliegue defensivo cuyo objetivo es la reducción del número de bajas civiles. No obstante, estamos dispuestos a mantener nuestro despliegue al mínimo necesario para hacer frente a la amenaza de una ofensiva. Está, pues, en vuestras manos el reducir el nivel de fuerzas defensivas mediante drásticas reducciones mutuas de fuerzas ofensivas. Teniendo en cuenta vuestra preocupación acerca de que la defensa estratégica podía llevar a un ataque por sorpresa, os proponemos la abolición por ambas partes de las cabezas nucleares múltiples durante un período de 10 años mientras se vaya introduciendo paulatinamente la defensa estratégica.

Establezcamos un canal de comunicaciones privado fuera del alcance público para definir qué tipo de mundo deseamos para dentro de 10 o 15 años, tanto en el campo político como militar. A medida que avancemos por este canal y por medio de nuestros ministerios de Asuntos Exteriores, podemos reunirnos periódicamente para revisar su trabajo y dar instrucciones de acuerdo con la marcha de los mismos.

Un mensaje semejante haría que el Politburó tuviera que hacer frente a su auténtica alternativa. Si se rechaza tal método de trabajo sabremos que cualquier relajación será casi seguro temporal. Si se acepta puede que nos lleve a una solución permanente.

En cualquiera de los dos casos, las tensiones se verán relajadas durante cierto tiempo. Pero no deberíamos conformarnos con una tregua. Sería una pena que el actual período pasara a la historia como el de una gran oportunidad perdida.

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