_
_
_
_
La visita del presidente norteamericano a España

No es fácil llegar hasta 'el emperador'

Francisco G. Basterra

No es fácil llegar hasta el emperador aunque sea en la ocasión de su primera visita oficial a la estratégica aliada España. Un millón y medio de personas visitan anualmente la Casa Blanca, pero sólo unos centenares, bien filtradas, penetran en el Despacho Oval, donde, de nueve de la mañana a cinco de la tarde, trabaja Ronald Wilson ,Reagan. Varias cartas, un buen número de llamadas telefónicas y una espera de varias semanas fueron necesarias para que en la suave tarde del 25 de abril el 41º presidente de Estados Unidos recibiera durante unos minutos al corresponsal de EL PAIS en Washington. Cuando llegó el momento de sentarse a su lado en el Despacho Oval, la conversación trató sobre sus recuerdos del Alcázar de Toledo, una corrida de toros y una noche de flamenco en Madrid. Era 1972, vivía Franco y Nixon había enviado a Reagan a España. El actual presidente era entonces gobernador de California.La Casa Blanca me comunicó que había tenido mucha suerte de conseguir una photo opportunity, como es bautizada la institución tan americana de intercambiar unas frases con el presidente y estrechar su mano. La misma suerte tuvieron otros cuatro colegas de la Prensa española. Se aprovecha la ocasión para entregar al corresponsal las respuestas a las preguntas, en esta ocasión sólo cinco, que EL PAIS ya había presentado por escrito. "Tardamos en responder porque, como la entrevista pasa a los archivos históricos al ser publicada, deben revisarla muchos ojos", asegura uno de los portavoces presidenciales, mientras el nervioso periodista espera que llegue su turno en el salón Roosevelt.

Más información
El 64% de los socialistas, y un 37% de los votantes de AP se oponen a que España siga en la OTAN
Sólo el 19% de los españoles desea continuar en la OTAN
El 88% cree que España debe fortalecer sus relaciones con Latinoamérica e influir por la paz
El PSOE mantiene su ventaja, y Suárez, en tercera posición, supera la barrera del 5%
Ficha técnica del sondeo
Diversas manifestaciones
España aprovechará la estancia de Reagan para intentar equilibrar la balanza comercial
Roca considera que el presidente llega en mal momento

La cita es a las 4.30. El maríne con uniforme de gala y la cabeza perfectamente rapada al cero, bajo la gorra de plato, sonríe abre la puerta de la entrada principal del ala oeste de la Casa Blanca. Allí espera Bob Sims, el número dos de Prensa de la presidencia, encarga do de Europa occidental. Anuncia que habrá que esperar unos minutos. Aparece el ministro de Justicia, Ed Meese. Es un superconservador, íntimo airtigo del presidente desde sus tiempos de gobernador de California. En el primer mandato de Reagan fue un miembro del trío que gobernaba, junte, con James Baker y Michael Deaver, la Casa Blanca.

Continúa la espera en el salón Roosevelt, una habitación tapizada en color salmón que sirve para las reuniones matutinas de la pla na mayor del presidente y para que Reagan reciba a grupos grandes. La bautizó así el presidente Nixon en honor de Theodore Roosevelt, bajo cuyo mandato se construyó el ala oeste. En las paredes cuelga un retrato ecuestre de este presidente y también un busto de bronce suyo, junto a otro cuadro de Franklin Roosevelt.

Espera en 'la morgue'

Bajo la presidencia de este último, esta habitación, donde Sims nos ha dicho que nos relajemos, fue bautizada como la morgue porque muchas personas se enfriaban a la espera de entrar en el Despacho Oval. La estancia tiene una chimenea y está decorada en los estilos chippendale y reina Ana. Todo esto lo aprendí luego en un libro sobre la Casa Blanca porque los nervios no me dejaron concentrarme. En la puerta, a la que sólo separa un pasillo de cuatro metros del Despacho Oval, montan guardia dos fieles escuderos del presidente que me comunican que después de recibir a EL PAIS Reagan todavía tiene que despedir a algunos miembros de su plana mayor que abandonan la Casa Blanca. Pregunto si se trata de Deaver, el asesor de imagen del presidente y mago de la relaciones públicas, que deja ahora la Administración y es considerado el principal culpable del desastre de la visita al cementerio nazi de Bitburg, y me piden silencio, diciendo que estos días y en este lugar no debe pronunciarse su nombre.

Por fin se abre la puerta. Bob Sims me acompaña hasta el presidente y hace las presentaciones. Reagan espera de pie a un lado del despacho, una habitación pequeña y proporcionada con una alfombra de color dorado pálido, con rosetas turquesas y el escudo de la presidencia, en bajo relieve, en el techo. La estancia, construida en 1909, está inundada de luz que entra por las tres ventanas que dan al Rose Garden, bañando la mesa de trabajo de Reagan, un regalo de la reina Victoria al presidente Rutherfard Hayes en 1880, fabricada con las cuadernas del buque Hms Resclute. Una mesita, llena de fotos familiares en la que destaca un retrato de Nancy, está justo detrás de la mesa del despacho.

El presidente, que viste un traje azul y una corbata de¡ mismo color con algunos tonos rojos, tiene un aspecto excelente y da la impresión de estar muy alerta. Puede ser un tópico, pero no aparenta los 74 años que acaba de cumplir. Ofrece una silla al visitante y se sienta en otra a su lado, delante de la chimenea sobre la que cuelga un cuadro de George Washington. Delante de nosotros hay dos sofás tapizados del mismo color. No ha sido, sin embargo, una buena semana para Ronald Reagan. Por primera vez desde octubre de 1985 su índice de popularidad ha descendido, aunque se mantiene todavía en un saludable 54%. La economía ofrece signos de cansancio. Acaba de perder un importante voto en el Congreso sobre Nicaragua y las torpezas de sus ayudantes y el deseo de contentar al canciller Helmut Kohl le han metido en un lío por la visita al cementerio de Bitburg que ha ensombrecido, su viaje a Europa.

Pero el gran comunicador está en gran forma. Uno tiene la impresión de estar ante un actor que consigue hacer creer que está pendiente de lo que se le pregunta y muestra un gran interés por su desconocido interlocutor. La jornada de Reagan había comenzado a las nueve de la mañana con la

No es fácil llegar hasta 'el emperador'

acostumbrada reunión con su plana mayor, en la que recibe un informe sobre la situación internacional que le presenta el consejero de Seguridad Nacional, Robert McFarlane. Además de atender a una decena de fugaces visitas, como la de EL PAIS, Reagan pronunció un discurso a las 11.40 en la rosaleda de la Casa Blanca, en una ceremonia de reconocimiento de jóvenes voluntarios. A continuación tuvo un almuerzo de trabajo con miembros del Gobierno y de su plana mayor para preparar la cumbre económica de Bonn.Durante toda la jornada, el presidente fue continuamente informado de que crecen las críticas, incluso de su propio partido, por su intransigencia en visitar el cementerio donde reposan tropas de las SS nazis. El jueves 25 de abril fue también el día en que la Administración mostró su máxima irritación por la derrota sufrida en el Congreso sobre la política de ayuda a los contras y, por primera vez, comparó la actual situación en Nicaragua con Vietnam. La noche anterior Reagan había pedido a los ciudadanos, en un discurso televisado, que escribieran a sus congresistas pidiéndoles apoyo para los recortes presupuestarios que solicita. Los telegramas habían comenzado a llegar también a la Casa Blanca.

El presidente parece tener una gran capacidad de encantamiento personal. Sorprenden sus ojos azules claros y la permanente sonrisa mientras explica que estuvo en España en 1972, cuando era gobernador de California, y visitó los alrededores de Madrid. Recuerda que estuvo en el Alcázar de Toledo, "donde me contaron toda aquella historia", y luego me cuenta que fue a los toros con Nancy y a un taáblao flamenco, donde a good looking lady me hizo subir a bailar".

Se lamenta de que en esta ocasión no tendrá tiempo ni para toros ni para flamenco. Su estancia en España sólo durará 41 horas. El presidente explica que está encantado de volver a España y manifiesta su aprecio por el rey Juan Carlos, que le visitó en Washington. En un momento dado, Reagan pone su mano sobre la rodilla del corresponsal, como si éste fuera un asiduo de la mansión presidencial. Qué gran profesional de las relaciones públicas. Bob Sims carraspea: "Mister president", y da por terminado el encuentro. Han pasado cinco minutos escasos, durante los cuales varios fotógrafos no han dejado de disparar sus cámaras. Fuera, el marine saluda y abre la puerta. Son poco más de las cinco de la tarde, y la Pennsylvania Avenue ya está embotellada por el tráfico de la hora punta de salida de Washington.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_