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Tres académicos testimonian su amor por la música en la Fiesta del Libro Español

Los académicos Federico Sopeña, Juan Rof Carballo y Joaquín Calvo Sotelo testimoniaron anoche de diversa forma su amor por la música, en sesión solemne del Instituto de España, en Madrid, que culminó con un concierto de flauta de pico y clave, interpretado por Álvaro Marías y José Rada. Sopeña, que este año se despide de sus clases de Historia de la Música en el Conservatorio, pidió a los músicos que no se alejen de la vida cultural. Rof Carballo indagó en los mitos de Don Juan y Lulú, a partir de las obras de Alan Berg, y Calvo Sotelo habló de la "eucaristía de la civilización" que es la ópera. La sesión solemne, en conmemoración de la Fiesta Nacional del Libro Español, estuvo dedicada al Año Europeo de la Música.

Federico Sopeña inició en la generación del 98 un repaso de la actitud de los intelectuales, españoles frente a la música, que en estos escritores no fue precisamente entusiasta. En tanto que Azorín, por ejemplo, tardó en admirar a Manuel de Falla, Unamuno escribió versos famosos que desconfían de la música, por su capacidad para adormecer el alma. "Quiero la luz cruda", escribió. Excepción sería la de Pío Baroja, en cuyo piano interpretó Falla algunas veces.A la influencia de Juan Ramón Jiménez, en cuyos primeros versos se escucha a Chopin y Beethoven, se debe la simbiosis entre música y musicalidad en la generación del 27, evidente, entre otros, en García Lorca, la poesía de Cernuda, y Bergamín, que insistió en que Falla escribiera uno de los primeros artículos de la revista Cruz y Raya. Recordó Sopeña que Marañón ligó la ópera con el espíritu liberal.

Juan Rof Carballo hizo un estudio pormenorizado de las obras Don Juan y Lulu, de Alan Berg, y de los mitos universales que de ellas se desprenden. Repasó la muy cambiante historia de Lulu, y explicó cómo el carácter inconcluso de la obra permite hablar de "obra abierta". Aportó sugerencias sobre el mito de Lulu -la mujer niña, inconsciente seductora, de la que Marilyn Monroe sería una encarnación-, y sobre el mito de don Juan, homosexual disfrazado u obsesivo encubierto. En la obra de Berg, ambos personajes alcanzan su pleno significado en la música, que logra trascender las fronteras entre lo objetivo y lo subjetivo. Pocos hombres viven la experiencia real del juego amoroso, dijo Rof Carballo en un momento, al igual que la experiencia mística, emparentada con la primera.

Calvo Sotelo, que nació en una familia melómana tuvo su primer encuentro con la ópera gracias a los bellos ojos de una muchacha vecina que acudía al balcón tan pronto como su novio, un oficial, silbaba una tonadilla desde la calle. El entonces niño decidió silbar a su vez, y como el experimento funcionó -la joven salía al balcón, aunque desconcertada-, repitió la jugarreta hasta ser sorprendido y recibir la humillación de un puntapié. No mucho después reconoció esa tonadilla en los primeros compases de la primera ópera a la que asistió.

Eucaristía de la civilización

Para Calvo Sotelo, cuando el telón de la ópera se alza sobre cualquier tipo de escenario -una plaza de mercado o un barco a punto de partir- "la civilización celebra su eucaristía". A su juicio, la concentración de belleza que se da en la ópera -fusión de palabra y música- no se da en ninguna otra actividad artística. Acaso no sirve, como el cine, como espejo en el que el hombre se mire, pero tampoco le hace falta. Es simplemente un monumento de la belleza. Calvo Sotelo lamentó la pobreza española en teatros de ópera y explicó que ese es un motivo de la timidez de los compositores españoles, que se arriesgan a no ser escuchados. Meditó sobre el hermetismo de la composición contemporánea.

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