Entre el sueño y el delirio, Ava Gardner
OCTAVI MARTÍEs extraño que una película repleta de errores, algunos de bulto, que flirtea con el ridículo en demasiados momentos, sea también un filme fascinante, con instantes mágicos e imágenes capaces de sobrevivir al alud visual de la época. La condesa descalza es uno de esos escasos títulos gracias a dos cosas: a la veracidad que Mankiewicz y Bogart han conseguido insuflairle al personaje de Harry Dawes y a la presencia magnética y perturbadora de Ava Gardner, la más bella cenicienta jamás soñada.
Harry Dawes es un director y guionista del viejo Hollywood, un contemporáneo de Gregory La Cava, uno de esos nombres que muy pocos recuerdan -la acción transcurre en 1.953, mucho antes de que los chicos de Cahiers nos convencieran de que debíamos prestar más atención a los cineastas que a las estrellas o a las empresas, que eran esos hombres sin rostro que firmaban en último lugar los verdaderos responsables del glamour de héroes e historias-
La condesa descalza
Director, productor y guionista: Joseph L. Mankiewicz. Intérpretes: Ava Gardner, Humphrey Bogart, Edmond O'Brien, Marius Goring, Rosanno Brazzi, Valentina Cortese, Elizabeth Sellars, Warren Stevens. Estadounidense, 1954. Cine Urquijo, Madrid.
Para su suerte, una de esas memorias excepcionales es la de María Vargas, la exótica bailarina de flamenco interpretada por Ava Gardner, personaje vagamente inspirado en Rita Hayworth, que compartía con el personaje protagonista su origen español, carrera meteórica y boda con un noble. Ese Harry Dawes es, a su vez, el otro yo del propio Mankiewicz, un director siempre preocupado por las relaciones entre la realidad y su representación. En La condesa descalza se parte de la idea de que el cine aporta una mirada especial sobre todo, una mirada que embellece, pero que también corrompe. La imagen, explícita desde el título a los diálogos, pasando por multitud de planos, es la del cuento de La Cenicienta, la chica pobre que vive en un mundo de sueños, acosada por una madre bruja y el miedo a la miseria y la soledad.
En su idealización del destino también tienen cabida los príncipes que se enamoran de ella por que es la más bella del baile.Perroo el príncipe es impotente -el Hollywood de 1954 prefería castrar a los machos antes que admitir su homosexualidad- y ella, a pesar de los sueños, nunca ha podido enterrar sus orígenes gitanos, los que impiden que su cuerpo quede satisfecho con delicados besos en la mano.
'Pandora'
Entre La condesa descalza y Pandora, la película de Albert Lewin recientemente repuesta, hay una especie de corriente subterránea, un común gusto por el riesgo y una suerte de enloquecimiento narrativo, de historia, dentro de la historia, de personajes con pasado legendario.Y coincide también en despropósitos como el hacer hablar en castellano a Ava, y a Mario Cabré en inglés o en presentar los locales nocturnos españoles como cavernas con individuos deseosos de gritar ¡olé! a la primera ocasión, o en un cierto abuso de la voz en off o en la digresión o en la obsesión por la escultura como arte que sobrevive al tiempo. Son puntos de contacto entre dos obras próximas y unidas por una magnífica protagonista en común.
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