Los malos pasos de la economía
EL JARRO de agua fría recibido el pasado mes de enero, cuando se conocieron las primeras cifras económicas del año, se ha hecho más copioso conforme han ido abundando los datos correspondientes al primer bimestre del año. Los iniciales síntomas de reactivación descubiertos a primeros de año se han quedado en agua de borrajas. El de 1984 fue un ejercicio optimista, en el que parecía que los principales desequilibrios estructurales que padece la economía española desde hace más de un decenio, tendían a corregirse. Sin embargo, esta tendencia se ha quebrado en la primera parte de 1985. La inflación ha repuntado con fuerza (2,6 puntos entre enero y febrero) -lo que distancia inmediatamente la competitividad de la economía española respecto a los países de nuestro entorno-, el paro sigue su marcha irresistible (43.000 nuevos desempleados en el segundo mes del año) y el impulso exportador parece agotado, al menos coyunturalmente. Si a esto se le añade el hecho de que, según la Contabilidad Nacional, en el pasado ejercicio la inversión descendió nada menos que 3,5 puntos y que el consumo privado ha sido negativo, el panorama es algo más que desalentador.Cuando el ministro de Economía y Hacienda declara que el freno de la inflación se ha vuelto a convertir en la prioridad absoluta de la política económica del Gobierno, dejando para el medio plazo la corrección del déficit presupuestario (que, aunque ha disminuido, continúa en cifras absolutas verdaderamente intolerables para un sistema económico de la fragilidad del español), se intuye una preocupación muy semejante a la de los primeros momentos de la legislatura. Con un agravante más: si el consumo interno es negativo y las exportaciones decrecen en su ritmo ¿cuál va a ser el camino a tomar para que la economía crezca de forma suficiente para generar empleo?
La cuadratura del círculo parece tan endiablada que algunas voces oficiales han comentado la posibilidad de que se reduzca la presión fiscal para estimular el consumo, lo que, independientemente de la popularidad indudable de la medida, forzará por otra parte la disminución de los ingresos públicos y estimulará el crecimiento del déficit presupuestario, a no ser que se acometan reformas estructurales en el gasto presupuestado, muy dificiles en un momento casi preelectoral. Por otra parte, la reducción de los impuestos generales resulta contradictoria con los nuevos gravámenes municipales y autonómicos que se anuncian con profusión casi suicida en algunas comunidades y ayuntamientos.
Del mismo modo que en el mes de diciembre, cuando se intuían destellos del final del túnel de la recesión, no cupo el optimismo desbordante, tampoco ahora parece oportuno caer en el determinismo catastrofista. La dirección económica del Ejecutivo ha dado muestras a lo largo de los dos años y medio de mandato socialista de un pragmatismo superior al de otras áreas del Gobierno y hay que esperar de ella el equilibrio suficiente para tomar medidas compensatorias a corto plazo que resitúen los problemas. Por otra parte, la coyuntura de dos meses no es lo suficientemente dilatada en el tiempo corno para tomar como unívoca la tendencia al empeoramiento económico.
Sin embargo, la fragilidad de los cambios en la coyuntura permite nuevamente la reflexión sobre la falta de recetas mágicas en el campo de la economía. Los paradigmas clásicos fracasan una y otra vez, y al igual que en el pasado la terca realidad ha sobrepasado los presupuestos del keynesianismo y del relanzamiento de la demanda mediante la intervención administrativa, ahora queda claro que, al menos en una situación como la española, los esquemas puros liberales de mero funcionamiento del mercado conducen también a situaciones sin salida. Para relanzar el consumo y la inversión y domeñar el repunte inflacionario (en buena parte debido a la fortaleza de la moneda norteamericana), serán necesarias nuevas medidas administrativas.
La segunda parte de la legislatura, que se presentaba propicia para una política económica más expansiva -casi consultancial para cualquier Gobierno cercano a un período electoral- abre nuevos interrogantes. Ya no hay alternativa ni espacio para demasiados riesgos. El Gobierno deberá combinar la persistencia en la corrección de los desequilibrios con los caminos de un impulso al consumo interno y la inversión privada y pública. Todo ello con una agilidad casi imposible de conseguir con el aparato burocrático existente. Tarea para un pragmático, no para un doctrinario.
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