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Reportaje:

El educativo acto de ser convenientemente azotado

El Parlamento británico estudia una ley para restringir, que no prohibir, el castigo corporal

Presionado el Gobierno británico por el Tribunal Europeo de: Derechos Humanos, ante el que había sido denunciado, no le ha quedado otro remedio que remitir al Parlamento una curiosa ley que restringe, sin abolirlo, el castigo corporal en los centros de enseñanza del Reino Unido. Los padres podrán decir si desean o no que sus hijos reciban los tradicionales azotes, tan polémicos y arraigados en el sistema disciplinario de este país.

Hasta que el Parlamento británico apruebe, a finales de 1986, la nueva ley que restringe el castigo corporal (azotes con vara, correa o caña), las escuelas independientes, económicamente, del Estado pueden seguir propinando palos a sus alumnos en el Reino Unido.Un proyecto de ley fue presentado por el Gobierno al Parlamento el pasado 11 de enero y su discusión, enmiendas y vapuleos dialécticos se centra en esta cuestión: el castigo físico, ampliamente aceptado por la sociedad inglesa a lo largo de su historia con fines disciplinarios (en cárceles y en colegios), sólo será impuesto a los alumnos cuyos padres lo deseen. Y para ello las escuelas dispondrán de un registro en el que se anoten los nombres de aquellos niños aptos para el castigo corporal. Los otros, más afortunados, no podrán ser tocados por la vara de abedul, el célebre gato de nueve colas, la caña india o la correa escocesa sin que ello pase desapercibido, pues, conforme exige la Corte Europea de los Derechos Humanos, "los padres que tienen la convicción filosófica opuesta al castigo deben ver respetada dicha convicción".

Este tribunal condenó al Gobierno inglés con motivo de un caso denunciado a comienzos de los ochenta por dos familias que presentaron, con espanto y vergüenza de medio país, las nalgas azotadas de sus hijos.

Pero la tradición en el Reino Unido -magistralmente expuesta por Ian Gibson en su obra El vicio inglés- fue siempre y desde antiguo practicar la disciplina baja. Hasta 1967, a los reclusos de las cárceles en las islas Británicas se les castigaba con el temible gato de nueve colas y no hay indicios de que esta práctica haya sido abolida totalmente de la isla de Man, último reducto del sistemático azote.

Los padres tienen, pues, derecho a elegir, ya que el Estado se inhibe en esta cuestión. Optó por no abolir la práctica de azotes de un plumazo (en España las Cortes de Cádiz lo hicieron en 1813) alegando, en palabras del ministro conservador de Educación sir Keith Joseph, que "muchos padres y por supuesto muchos maestros favorecen la posibilidad de que siga en vigor el castigo corporal".

Según el portavoz de este mismo ministerio en declaraciones hechas a EL PAÍS, las escuelas estatales de Londres ya han suprimido estos castigos, pero en las independientes y en otras regiones del país que gozan de gran autonomía la práctica puede seguir en curso".

¿Da acaso calidad y prestigio, categoría y renombre a las escuelas de pago cuanto más se pegue en ellas? Pagar y pegar mucho es, en el fondo, el cimiento del sistema pedagógico autoritario, aquel en el que se han formado y siguen formándose las elites dirigentes. Y la flagelomanía abre las puertas de la política, de los grandes negocios y del supremo esnobismo aristocrático con la misma eficacia que abre las puertas de esos locales (le pornografía sadomasoquista salpicados por Londres y tan rentables en todo el Reino Unido.

Cuando todavía está reciente un escándalo en una escuela de pago inglesa en la que a los alumnos se les castigaba a ir desnudos por los patios, el titular de Educación se limita a crear dificultades burocráticas (el registro) con una ley más propia de colonia imperial bananera del siglo XIX que de una sociedad avanzada que aborrece la represión y se rebela contra cualquier manifestación de violencia organizada.

Bofetadas numeradas

"Muchas enmiendas que se nos van cursando", añade el portavoz interrogado por este periódico, "son puras bobadas que el Gobierno rechaza, tonterías tales como que se fije el número de bofetadas que hay que dar a la semana y cosas así, pero este Gobierno es un Gobierno de derechas, muy conservador, y sólo se preocupa en esta materia de no incumplir la Convención de Derechos Humanos". El mismo Gobierno anuncia, por estas fechas, que extenderá a la mayoría de los centros penitenciarios para delincuentes juveniles su sistema disciplinario conocido como tratamiento shock, short, sharp (instrucción militar, gimnasia, mínimo tiempo libre) porque, a su juicio, resulta sumamente correctivo.

Las autoridades, reacias a revelar qué centros educativos son los que hoy practican con más fervor el castigo corporal, reconocen, como lo hizo el portavoz, "que suelen ser los del norte del país, más proclives a la dureza".

No es, desde luego, asunto de chirigota. Es una cuestión que por su tenaz resistencia al exterminio revela la paradoja sexual (le los protagonistas que, como apunta Gibson, "deben negar su propia virilidad para conseguir una erección en su relación carnal con la otra parte". Y esto, silenciado en los claustros y en el Parlamento, explica gran parte del misterio. Es más fácil devolver el problema a las mismas escuelas que dictar una norma algo más progresista. Aunque para los mismos ingleses implicados en el asunto, pasado y presente de los castigos corporales apenas permiten, al compararlos establecer un paralelismo.

Habla el tutor de la prestigiosa Westminster School, Ashton, de 38 años, opuesto a los castigos físicos: "Aquí lo tenemos abolido, aunque podríamos, con la nueva ley, disponer de registro y discriminar en él a los alumnos sujetos al azote. Pero ya es suficiente el palo económico que tienen que recibir los padres a los que por un año de estudios de un hijo se les cobra, en régimen de internado, 4.000 libras (800.000 pesetas)".

Este profesor recuerda tiempos menos indulgentes con el alumna do. La historia de Westminster como la de Eton o Winchester, es de una brutalidad que a veces raya en lo grotesco: "Hubo en este colegio un director tan violento, un tal Busby, que en cierta ocasión golpeó a un viajante francés que encontró en el patio, y el pobre hombre estaba despistado y no sabía dónde se había metido".

Los alumnos aseguran que no reciben palos. Hoy el castigo (de 13 a 19 años) se limita a hacerles barrer o a correr durante un tiempo limitado. "A mí me pegaron un par de veces en mi época de estudiante", refiere el profesor Ashton me cascaron con la caña en el colegio de los Salesianos, los católicos metidos en la enseñanza en este país son los que más pegan, y la verdad es que nunca lo olvidaré: me pegaron en el culo delante de mis condiscípulos, 30 compañeros, y era humillante, aunque debo reconocer que aquello me corrigió y mejoro mi conducta".

Este mismo profesor reconoce que "la ley tal como se nos presenta es brutal, porque no controla al profesor y el padre que da autorización la da tácitamente, por que debe, de lo contrario, responder por carta a la consulta que le formula el colegio) no sabe a qué se arriesga. Es una ley típica de un Gobierno de extrema derecha".

Se sigue castigando en West minster, punto de mira de todos los centros privados, por fumar tabaco. Si se sorprende a un alumno con un cigarro de cannabis se le expulsa. Y según afirma el alumno Andrés Popovic, de 17 años y origen yugoslavo, el castigo por fumar equivale a estar "dos semanas con gating, es decir, sin poder traspasar las verjas del colegio, con el uniforme (traje de chaqueta oscuro y corbata) puesto y con la obligación de presentarme durante sábado y domingo cada dos horas en la oficina del director para firmar en un libro".

¿Es eficaz el castigo para estos muchachos adinerados? "No lo creo", dice Chris Torchia, de 17 años, origen ítalo-surafricano, "porque yo me emborraché para combatir la depresión del castigo de gating que me pusieron por pillarme fumando, y cuando me emborraché me pusieron otro castigo de gating, y esto es un círculo vicioso".

A casi todos les han pegado en primera enseñanza. Han tenido que ofrecer sus nalgas a la vara y han sentido la humillación que ahora desean sublimar. Y esa idealización del castigo flisico les hará aceptar el día de mañana idéntica suerte para sus hijos como la mejor de las suertes.

La historia de las escuelas de prestigio registra infinitos casos de handing (manos extendidas y golpeadas, hasta no sentir dolor, por la caña india) y, sobre todo, aún prosigue elfagging (servil atención de los más jóvenes a los mayores). "Hoy es menos cruel que antes, pero todavía hay que limpiarles los zapatos a los mayores, y llevarles el café a la cama si te lo exigen, y despertarles por la mañana y aguantar sus insultos", dice un estudiante.

La tortita

Y se echan a reír describiendo su fiesta, una especie de celebración eucarística, que cada año realizan en el comedor. Es maravillosa. Es violenta. Se pegan patadas, puñetazos, mordiscos para alcanzar en alto la tortita caliente que él les arroja, con todas sus fuerzas, por encima de una barra transversal de hierro. ¡Qué cara de pánico la del cocinero!

¿Y por qué tanto pánico el de ese cocinero de colegio rico?

También este miedo está históricamente justificado. En el pasado los alumnos mataron a uno. Como suena. Lo mataron porque hizo tres intentos fallidos de pasar aquella torta por encima de la barra de hierro, a lo largo del inmenso comedor. Y tal fue el cabreo de los muchachos que la emprendieron a palos con él hasta darle muerte.

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