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LA DIPLOMACIA AUTÓNOMA DE GRECIA

Papandreu hace sonar el timbre de alarma en Washington

La chispa salta en Atenas y el timbre de alarma suena en Washington. Casi es automático. El secretario de Defensa norteamericano, Caspar Weinberger, es el primero que lo oye y enseguida grita "¡fuego!". Al final resulta que no es para tanto, pero los bomberos ya están en la calle. En los últimos meses, este mecanismo ha funcionado frecuentemente, y así de mal, en las relaciones entre Estados Unidos y su aliado griego. Se ha creado así una imagen de crisis que los hechos concretos no acaban de confirmar. También es cierto que, aunque no fuego, algo de humo sí que hay, y éste, aunque no quema, puede llegar a asfixiar

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AtenasUn buen día, el primer ministro griego y titular de Defensa, Andreas Papandreu, líder del Movimiento Socialista Panhelénico (PASOK), que gobierna en solitario, dio el último de sus golpes de efecto y retiró el apoyo a la reelección de Constantino Caramanlis líder histórico y carismático de la derecha, como presidente de la República. Al mismo tiempo, presentó un candidato propio, el juez Christos Sartzetakis, y un proyecto de revisión constitucional destinado a reducir las atribuciones del jefe del Estado. Además de eliminar a un rival (que ahora deshoja la margarita de si se retira o no de la política activa), Papandreu cambiaba las reglas del juego, se alejaba del modelo francés y se aproximaba al italiano o alemán occidental.Objetivo retórico: devolver al Parlamento, o sea al pueblo, unos poderes que la Constitución de la derecha había entregado a quien no debe su cargo al sufragio universal directo.

Objetivo real: concentrar todo el poder en el Gobierno y quedarse con las manos libres para completar el programa de allagui (cambio) con el que el PASOK ganó las elecciones de octubre de 1981. El plan da por descontado que, en los próximos comicios generales, en mayo o junio, los socialistas conseguirán la mayoría absoluta, lo que no está del todo claro.

Esta fue la chispa que hizo sonar el timbre de Weinberger. Cuando los periodistas le preguntaron si las relaciones greco-estadounidenses iban a verse afectadas por la caída de Caramanlis, el jefe del Pentágono dijo: "Espero que no, pero es una sorpresa y un disgusto, ya que constituye una prueba más de la naturaleza volátil y la actitud cambiante del liderazgo griego". Luego matizó y casi rectificó, pero, ¿es esa la forma de hablar del Gobierno de un país aliado?

No era la primera vez. Atenas ya había calificado de "desgraciadas, inoportunas e inaceptables" unas declaraciones de Weinberger, a comienzos de febrero, inmediatamente después de que se produjera un atentado terrorista en un bar de la periferia de Atenas cerca de la base norteamericana de Hellenikon, en el que resultaron heridos docenas de estadounidenses. "Es una de esas cosas", dijo Weinberger, "que pueden ocurrir cuando se fomenta todo ese sentimiento antinorteamericano". Papandreu se consideró obligado a aclarar, poco después de que víajara a Moscú y se marcase un sirtaki en su embajada, que él hace "una aguda distinción" entre el pueblo de Estados Unidos y la política de su Gobierno, y rechazó categóricamente la acusación del secretario de Defensa.

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¿Qué ocurre en realidad? ¿Peligran la permanencia de Grecia en la OTAN y el mantenimiento de cuatro bases y 20 instalaciones de EE UU? ¿Es el allagui una vía hacia el neutralismo? La respuesta única es no. Y esto lo sabe Weinberger, lo sabe el secretario de Estado, George Shultz (que hace unos días aseguró que la política de Papandreu "cuestiona el futuro de la relaciones bilaterales"), y lo sabe el primer ministro griego, que, por si quedaba alguna duda, pidió a su portavoz, Dimitri Maroudas, que informara de que ahora, sin Caramanlis, como antes con él, su Gobierno no tiene intención de salirse ni de la OTAN ni de la CEE.

Un alto funcionario del Ministerio griego de Asuntos Exteriores aseguraba hace unos días en Atenas que no es cierto que la política exterior de Papandreu tenga una doble vertiente: radical en las palabras y moderada en los hechos. "El Gobierno es responsable sólo por su política, no por lo que se diga o se escriba de él. Y la política del Gobierno es estable y sin cambios. Grecia es miembro de la OTAN y de la CEE y pretende reforzar los lazos con los países que son sus aliados o socios. Y el objetivo fundamental, que con frecuencia no se entiende, es defénder los intereses nacionales y la integridad territorial". Fuentes diplomáticas señalan que Grecia no puede aceptar el superarmamento de Turquía con apoyo de Estados Unidos y el respaldo indirecto de la OTAN a los "planes agresivos turcos" contra sus intereses nacionales.

Un reciente estudio de la Revista Francesa de Ciencia Política mostraba que los griegos son los únicos europeos occidentales que confían más en la Unión Soviética que en Estados Unidos. Pero el enemigo no está en Washington, sino en Ankara. El sentimiento antiturco se encuentra profundamente implantado por el penoso recuerdo de siglos de dominio, guerras y matanzas. Los conflictos de Cipre y el mar Egeo mantienen abierta la herida.

En 1974, después de un golpe de Estado progriego que derribó al presidente Makarios, 40.000 soldados turcos invadieron la isla de Afrodita y ocuparon el 37% de su territorio. Allí siguen.

Atenas considera que EE UU y la OTAN se han puesto del lado de Turquía. Por varios motivos: por los planes de maniobras en la zona (que excluyen a la isla de Lemnos, cuya militarización impugna el régimen de Ankara); por el proyecto de desplazar el ámbito del mando atlántico de la Alianza en Esmirna (Turquía) hacia el Oeste, con lo que afectaría a buena parte del Egeo y por el desigual reparto de la ayuda militar estadounidense a los dos países.

Esta última cuestión tiene como clave la famosa relación a 10/7 (diez dólares para Turquía, siete para Grecia), que Atenas sostiene qué está recogida, en su espíritu, en el tratado con EE UU sobre las bases, firmado en 1983. En la petición de ayuda, exterior para el año fiscal 1986, hecha recientemente por Ronald Reagan, la cifra para Grecia se congela (501 millones de dólares) y la de Turquía se eleva a 939 millones, sin que se respete, por, tanto, la regla del 10/7.

Ante estas realidades, el Gobierno de Papandreu ha respondido desde la guerra de las palabras y también desde los hechos: dificultades para la firma de un nuevo acuerdo de aviación civil y para un convenio laboral con los trabajadores griegos de las bases norteamericanas, negativa a participar en maniobras de la OTAN, oposición al despliegue de los euromisiles, rechazo a toda participación en ejercicios militares de la Alianza, negativa a aceptar la renovación de parte del armamento e infraestructura de las bases, retirada del Colegio de Defensa de la OTAN... Chispas que hacen gritar ¡fuego! a Weinberger siempre, y a Shultz y a Reagan a veces.

Pero en Bruselas y Washington se tiene el convencimiento de que, aunque Papandreu diga "el peligro viene del Este -de Turquía- y no del norte -de los países del Pacto de Varsovia-", a la hora de la verdad, Grecia "estará donde debe estar", incluso con los socialistas en el poder. Después de todo, fue el Gobierno del PASOK el que firmó el tratado con Estados Unidos sobre las bases de la muerte. Y hoy hay tantas armas nucleares en Grecia como en 1980, cuando gobernaba. la derecha.

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