Europa se mueve entre la perplejidad y el apoyo con reservas al plan de Reagan
Los aliados europeos de Estados Unidos han pasado, ante la guerra de las galaxias, de la perplejidad a un apoyo matizado a los proyectos personalizados en Ronald Reagan. La Iniciativa para la Defensa Estratégica (SDI) es un programa que rebasa el ámbito militar, pues tendrá, dada su amplitud, efectos colaterales de primer orden sobre la industria de punta y las nuevas tecnologías. Es en la actualidad el programa de mayor envergadura de cara a las próximas décadas. Y los europeos no parecen querer perder ese tren. De ahí el apoyo al programa de investigación (es un mínimo, si acaso, denominador común) y no, por el momento, al despliegue de una defensa estratégica.El vals de encuentros entre dirigentes europeos, norteamericanos y soviéticos ha sido impresionante en las últimas semanas. Por el torbellino han pasado Andrei Gromiko, el Gobierno español, Bettino Craxi, Helmut Kohl, Margaret Thatcher, Reagan, Caspar Weinberger y otros. Hans-Dietrich Genscher ha viajado de repente a Moscú. Hoy le seguirá su homólogo francés Roland Dumas.
El resultado ha sido una serie de declaraciones de apoyo matizado europeo -con algunas excepciones- a la política de Reagan en este terreno. Thatcher no desea que EE UU se deje adelantar por la URSS en materia de investigación en estas nuevas armas, y de ahí su "firme apoyo". Craxi ha adoptado una postura similar y, si pide que la defensa espacial sea "negociable" con la URSS, considera imposible parar la investigación.
Pero el Reino Unido, con armas nucleares propias que podrían quedar anticuadas con los nuevos desarrollos tecnológicos (como ocurriría en el caso francés, aún más independiente), diferencia claramente entre la investigación y el eventual despliegue de las nuevas armas defensivas, aludiendo a las inquietudes europeas de que la SDI lleve al abandono de la disuasión mutua por el equilibrio del terror.
Desde luego -cebo que Reagan ha puesto a los europeos- éstos quieren que si hay defensa contra misiles balísticos, ésta cubra también a Europa, de modo que no se rompa la "unidad estratégica del territorio de la Alianza", como lo ha expresado el canciller alemán Helmut Kohl. (Cabe recordar que, en noviembre de 1984, un informe de la Asamblea del Atlántico Norte aseguraba que la SDI no serviría para Europa). Pero, sobre todo, existe en Europa la preocupación por las inestabilidades que puede crear la SDI en la fase transitoria de su eventual puesta en práctica.
Por parte de los europeos hay un compás de reflexión. La SDI puede romper el equilibrio y el valor de algunas armas nucleares (y a la vez potenciar un nuevo papel de los misiles de crucero), con lo que se puede volver a plantear con crudeza el debate sobre la componente convencional de la defensa de la OTAN, en inferioridad en este terreno frente al Pacto de Varsovia. Toda esta reflexión estratégica no ha hecho más que comenzar, pero abre una caja de Pandora en Europa. "A veces perdemos la perspectiva, pues estamos hablando de proyectos de armamentos que aún no existen" dicen fuentes en la OTAN, "por lo que el matiz Político de la guerra de las galaxias es prematuro". De algo no hay duda: las nuevas tecnologías obligarán a la OTAN a replantearse su estrategia de la respuesta flexible, indican estas fuentes.
Francia es el país que más reticente se ha mostrado ante la SDI. Su ministro de Defensa, Charles Hernu, teme que el proyecto de Reagan lleve a aumentar el armamento ofensivo en tierra. Dumas considera que la SDI plantea los problemas de seguridad en "términos absolutamente nuevos", y que tiene un "elemento de seducción". Pero hay tiempo; es cuestión de 15 o 20 años.
Detrás de todo está el factor económico e industrial ante un proyecto que, cifrado en billones de dólares, superará la deuda actual de todo el tercer mundo. Kohl lo ha visto crudamente: "Prescindiendo de que la investigación produzca o no los resultados buscados, la SDI va a disparar una innovación tecnológica considerable en EE UU. Un país altamente industrializado como la RFA y otros aliados europeos no deben quedarse al margen". Craxi ha venido a decir lo mismo.
Aunque quieren más aún, de algo sí están satisfechos los europeos: del intenso proceso de consultas e información de que han sido objeto en la OTAN por parte de EE UU.
El general Abrahamson, jefe del proyecto SDI, ha informado por dos veces a los aliados de los aspectos técnicos de este programa. Algunos de los presentes se han sentido impresionados por los avances tecnológicos que ha hecho EE UU y por programas soviéticos no del todo diferentes y en algunos casos más avanzados.
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