Acuerdos de control para armarse, o cómo controlar las armas mediante no acuerdos
No hay que llegar a acuerdos sino a "intercambios privados". "Se podrían haber logrado mayores progresos hacia la reducción de los gastos de armamento por estos métodos que por las conferencias y esquemas de desarme que se han planteado en Ginebra". No se trata de las nuevas conversaciones que el martes 12 comienzan en Ginebra, sino de la Ginebra de 1933, pues esta frase la pronunció ese año el británico sir Winston Churchill. Pero vuelve a estar de actualidad. De lo que ahora se trata es de cómo armarse al amparo de acuerdos para controlar los armamentos, o de cómo controlar la carrera de armas mediante no acuerdos.8 de enero de 1985: George Shultz y Andrei Gromiko se encuentran en Ginebra y acuerdan algo. 13 de enero: Gromiko insiste en que cualquier eventual acuerdo deberá incluir los programas sobre armamento espacial; el secretario de Defensa norteamericano, Caspar Weinberger, dice lo contrario; Shultz dice primero que sí y luego. que no. Y Ronald Reagan afirma rotundamente que, incluso si se llegase a un acuerdo sobre la eliminación de las armas nucleares, Estados Unidos pretende desarrollar una defensa basada en el espacio contra las armas ofensivas. 12 de marzo: los jefes de ambas delegaciones, Max Kamlpelman y Víctor Karpov, se reunirán en Ginebra con una gran incógnita en el preámbulo de la agenda: porque, ¿de qué hablaron en realidad Shultz y Grorniko la vez anterior?
Lo dicho por Reagan viene a confirmar que EE UU parece claramente decidido a seguir por el camino de la investigación (y posterior desarrollo) de la guerra de las galaxias o Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI). Es algo más que un comodín negociador para que la Unión Soviética ceda en otras cosas. Pero lo que Washington parece buscar es que el proceso negociador ampare sus planes espaciales. Incluso, corno se ha llegado a sugerir desde Washington, ofreciendo, en aras de la estabilidad, esta tecnología a los soviéticos. En cuanto a lo que en esté terreno pase en Moscú, es difícil de decir, pues los caminos del Kremlin son insondables.
La tecnología militar parece imparable, y una nueva arma crea una nueva necesidad. Indudablemente, la SDI ha sido un elemento importante para que los, soviéticos vuelvan a la mesa de negociaciones. Pero si de lo de que se trata es de desempolvar el viejo discurso de la superioridad tecnológica norteamericana para doblegar la economía de la URSS, las declaraciones soviéticas quitan todas las esperanzas. Si es necesario, el Kremlin sacrificará el nivel de vida a los gastos militares. Desgraciadamente para todos, no sería la primera vez. Lo ocurrido con la carrera de los misiles; mirvados (MIRV, o con varias cabezas), es un ejemplo.
Defender armas ofensivas
Lo curioso del caso es que toda la polémica y la negociación se ha centrado en un proyecto de investigación de inciertos resultados. Aunque los primeros indicios sugieren que la SDI sí puede funcionar. Es una cuestión de coste. ¿Funcionar? Con la SDI no se trata de defender poblaciones -no hay defensa perfecta para ellas-, sino las propias armas ofensivas, a saber, los misiles balísticos intercontinentales (y el discurso parece similar en este punto en los supuestos desarrollos y experimentos que se están llevando a cabo en la URSS). Si no se hizo antes -en 1972, cuando se firmó el Tratado ABM, de limitación de los sistemas antimisiles- fue porque, entre otras razones, la tecnología no estaba al alcance de la mano.
La guerra de las galaxias no constituye una defensa contra bombarderos con cargas nucleares o contra misiles de crucero de vuelo a baja altitud. Esta última categoría -que hasta ahora parece haber escapado a las fauces del control de armamentos, salvo en su versión europea- de misiles, lanzados desde tierra, mar y aire, es el objeto de importantes planes de desarrollo y producción por parte de las dos superpotencias.
Además, ¿puede hablarse de armas defensivas en el espacio? ¿Quién garantiza que un láser o una ojiva capaz de interceptar una cabeza nuclear en vuelo no sea capaz de atacar otros objetivos? Como dice el especialista y crítico Theodore Draper en un reciente artículo en The NYT Review of Books, "la defensa es una estrategia, no un arma".
Estamos a las puertas de la mayor carrera armamentista -por parte: de ambas superpotenciasde la historia. Y va a ser difícil pararla. Si el objetivo de la SDI es hacer obsoletas las armas nucleares, ¿no sería más fácil reducir directamente éstas? Llegar a acuerdos entre las superpotencias es difícil no ya sólo para controlar, sino aún más para desarmar, como refleja la experiencia de las SALT, que ha conducido no hacia atrás sino hacia adelante la carrera de armamentos (aunque tienen otros méritos). ¿Cómo se establece una equivalencia entre armamentos con funciones desiguales? ¿Qué sentido tiene la numerología (que denunció en su tiempo el mismísimo Eisenhower)?
Queda, además, el problema de cómo EE UU -repetimos el misterio que rodea las iniciativas soviéticas- fija sus posturas negociadoras tras intensas luchas burocráticas -luchas por el puro poder-, que desembocan en resultados a menudo ilógicos.
Ante las dificultades, dos artículos de la influyente publicación Foreign Affairs, aparecidos poco antes de la reunión de Ginebra del 8 de enero (aunque escritos antes), cobran un especial relieve. Bajo el título de Control de armamentos con o sin acuerdos, Kenneth L. Adelman, director de la Agencia de Control de Armamentos y Desarme de Estados Unidos, se dedica a un ejercicio de crítica de los acuerdos de control de armas.
Por ejemplo, Adelman cita los problemas de la verificación de estos acuerdos. En efecto, cada vez esta verificación es más difícil con la proliferación de misiles móviles o duales (es decir, para cargas convencionales o nucleares). Adelman llega incluso a afirmar que el proceso del control de armamentos ha de contribuir a conservar en el arsenal algunas armas obsoletas y peligrosas para reforzar la palanca negociadora.
La conclusión de Adelman no deja.de ser sorprendente en razón de su cargo, aunque por parte norteamericana se insiste en que el artículo es personal y no refleja el punto de vista de la Administración: hay que ir a un control de armamentos sin acuerdos (es decir, sin tratados). Ante la dificultad de los acuerdos, Estados Unidos y la Unión Soviética deberían, según Adelman -que se apoya en la idea de Churchill-, "establecer políticas paralelas" en el campo de los armamentos con un "acento en las zonas o sistemas estratégicos de mayor importancia".
Con estos acuerdos informales se evitarían discusiones interminables sobre si esto o lo otro entra o no en un acuerdo escrito, y se superarían algunos problemas de la verificación al no tener ésta que ser tan rígida. A esto, Draper añade que el control de armamentos sin acuerdos tiene un atractivo irresistible: no requiere una negociación que desemboque en un éxito.
La idea del control por medio de no acuerdos puede parecer peregrina. Pero en el mismo volumen de Foreign Affairs, el propio Paul Nitze, ahora asesor especial de Shultz en estas materias, y que encabezó la delegación de Estados Unidos en las negociaciones sobre los euromisiles, parece ofrecer una visión similar, al asegurar que el objetivo inmediato del control de armamentos debería partir de la base de una política de "vive y deja vivir". Nitze, según declaró recientemente, piensa que convencer a los dirigentes soviéticos del punto de vista norteamericano "nos llevará hasta bien avanzado el próximo siglo".
Acciones complementarias
¿Y entre tanto? Donde Adelman decía "políticas paralelas", Nitze recomienda "acciones complementarias". Las negociaciones se convierten así en "discusiones constructivas", que llevan a que "una acción de una de las partes se vea acompañada por una acción de la otra".
Lo más curioso, según cita Draper, es que el portavoz soviético, Georgi Arbatov, ante las cámaras de la televisión norteamericana, dijo en diciembre cosas que no son muy diferentes de los conceptos de Nitze. ¿Es que hay tan poca fe en el proceso de Ginebra por parte de sus propios protagonistas? Claro que las conversaciones o negociaciones sobre armamentos tienen efectos políticos colaterales, y viceversa, sobre los que habrá que volver. Pero cuando se rompen las negociaciones, todo el mundo tiembla. Cuando se reanudan es el regocijo. En ambos casos, las armas siguen ahí. Y llegan otras.
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