El vanguardista obstinado
Para anunciar el concierto de Steve Lacy se repetían palabras como coherencia, intransigencia, integridad. Con ello se quería decir que Steve Lacy, al cabo de los años, sigue en sus trece.Al lado de este vanguardista obstinado, incluso Cecil Taylor, el insobornable Cecil Taylor, queda como blandengue y carrozón. Después de todo, Taylor está en la galería de famosos de Down Beat, mientras que con Lacy los de esa revista a lo, más que llegan es a nombrarle de vez en cuando primer saxo soprano en la encuesta de críticos. Título merecido, porque Steve Lacy es, con Sidney Bechet, el soprano más dedicado de toda la historia del jazz, con permiso de los Coltrane, Shorter y demás.
El concierto que dio en Madrid este tránsfuga de países y etiquetas discográficas venía enmarcado en un ciclo que se llama Maestros del saxofón contemporáneo o algo así. Es de esperar que el rótulo se extienda también a su colega Steve Potts, que toca el alto y el soprano por separado y a la vez; en el primero tiene un montón de recursos y dice sus solos con hondura. Estéticamente sigue la línea de Ornette Coleman, lo que, en la compañía en que se presenta, supone ser casi un clásico.
Steve Lacy Quintet
Concierto. Colegio mayor San Juan Evangelista. Madrid, 25 de enero.
Más moderno es el pensamiento musical de Steve Lacy. Éste se prodiga menos, pero, cuando toca, sienta cátedra y demuestra por qué va delante de todos. No está solo en la batalla. Junto a él, Irene Aebi da apoyo moral y se distingue más como cantante y violinista que como violonchelista, pues en este último papel, entre que ella toca mucho pizzicato y que el bajo toca mucho con arco en los agudos, acaban pisándose el terreno mutuamente.
Además, el batería les tapó a los dos, en parte porque estaba demasiado amplificado y en parte porque el chico, Oliver Johnson, tampoco se reprime.
El concierto se compuso de dos partes. Para la segunda reservaron las composiciones más ambiciosas, que, al menos a mi juicio, son también las más fatigosas y las menos jazzísticas, aunque la primera, Clichés, tiene un bonito arranque africano. Más gracia tuvieron los temas de la primera parte, en los que Lacy y los suyos entretejieron hermosas cacofonías, con frases largas en las que se intercalaban a menudo células pequeñas que se repetían y saltaban y brincaban como duendecillos malignos.
Con Steve Lacy recuperó el San Juan el aire de gran fiesta de otros tiempos, y el lleno fue total. Sin duda influyó el hecho de que hubiera una sola sesión, pero también tuvo algo que ver el tipo de jazz anunciado: tal vez no el más fácil, pero sí el más digno de ser interpretado en la universidad.
Babelia
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