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Nueva etapa en la Casa Blanca

El año decisivo de Ronald Reagan

En 1986 comenzará el abandono de un líder que ya no puede optar a renovar su poder

Francisco G. Basterra

La tradición norteamericana establece que un presidente en su segundo mandato sólo tiene realmente poco más de un año para establecer su influencia y conseguir resultados políticos. En 1986 se celebrarán elecciones legislativas, y los representantes y senadores se juegan su carrera con independencia del hombre que ocupa la Casa Blanca, que ya no deberá presentarse más a una reelección.Esto significa que a partir del próximo 31 de diciembre los republicanos del Capitolio se desengacharán políticamente del presidente. Los dos últimos años del segundo mandato son aún más solitarios para el jefe del Estado, que se convierte prácticamente en un lame duck (un pato cojo). Para entonces, en el seno de su partido ya se ha abierto la carrera por la designación a la Presidencia.

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Nadie espera que a los 73 años Reagan dé un giro a la política conservadora y populista que tan buenos rendimientos le ha producido. Los tres pilares del reaganismo, el crecimiento económico sin inflación, el rearme para conseguir la paz y el cultivo de los valores tradicionales, seguirán definiendo en los próximos cuatro años los objetivos de la política norteamericana.

Para realizar sus proyectos, Reagan ya no contará con el clan de los californianos, el fiel equipo de amigos que con gran habilidad actuó de auténtico Gobierno en la sombra en la Casa Blanca durante el primer mandato. Michael Deaver, casi un hijo para los Reagan, se ha ido a las relaciones públicas; James Baker, el capaz y pragmático jefe de Gabinete, será el nuevo secretario del Tesoro; y Edwin Meese, influyente amigo del presidente, será el nuevo ministro de Justicia, pero abandonará el entorno de la residencia presidencial. Otros amigos políticos, como William Clark y William French Smith también regresan a California. Sólo quedan, y eso debe bastar, Nancy Reagan, la principal consejera de su marido, y Ronald Reagan, que es el mejor vendedor de sí mismo.

El actual secretario del Tesoro, Donald Regan, un hombre de empresa que presidió Merrill Lynch en Wall Street, será el nuevo jefe de Gabinete de la Casa Blanca y dirigirá el lugar como si fuera un consejero delegado de una gran empresa, según aseguran los que le conocen. Parece que las grandes cuestiones ya no estarán más en manos de un pequeño grupo de amigos y que Reagan dejará que sea el Gabinete ministerial quien saque adelante los negocios del país. Como balance final, los conservadores no han logrado una mayor influencia en los puestos claves junto al presidente, aunque esperan que se produzca la sorpresa final y que la heroína de los de rechistas, Jeanne Kirkpatrick, consiga algún cargo en la Casa Blanca.

En la política exterior y de seguridad nacional, Reagan ha querido iniciar su segundo período poniendo énfasis en la negociación con los soviéticos, a los que denunció no hace mucho como "el imperio del mal". La retórica de la confrontación ha sido abandonada y probablemente no vuelva a utilizarse por algún tiempo. Sin embargo, Reagan seguirá utilizando la política de firmeza hacia Moscú, basada sobre todo en la continuación del rearme.

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El pulso con Moscú

El presidente y una mayoría de norteamericanos de todos los colores están convencidos de que sólo la propia fortaleza y la decisión de no hacer concesiones, reflejada en la instalación de euromisiles en Europa y en la prosecución de las investigaciones para desarrollar una defensa en el espacio, han sido las claves para lograr que la URSS vuelva a la mesa de negociaciones.

Sin embargo, las manos de Reagan estarán menos libres que nunca para lograr que el Pentágono consiga todo el dinero que dice necesitar. La independencia del Congreso ya se ha manifestado en estos primeros días de enero. Los propios republicanos han decidido redactar un presupuesto sin esperar a que la Casa Blanca presente el suyo, y están dispuestos a que los recortes que cercenarán una serie de programas sociales alcancen también el presupuesto militar. El Pentágono ha pedido un incremento del 8% durante los próximos tres años, ajustada la inflación, y probablemente no consiga más de un 5%.

Todos los esfuerzos de los primeros meses de la segunda Administración Reagan se dirigirán a lograr acuerdos rápidos de reducción en alguno de los apartados de las armas nucleares: misiles estratégicos de largo alcance o de radio intermedio (INF), sin ceder en el proyecto de defensa espacial. Moscú ya ha advertido contra la ilusión de que Washington logre esta cuadratura del círculo.

El éxito de esta vía de deshielo iniciada con Moscú no depende sólo de Washington. El presidente es sólo dos años más joven que el líder del Kremlin, pero es previsible que Reagan conozca aún a un -nuevo dirigente soviético. Esta posibilidad añade un factor de incertidumbre a las relaciones entre las dos superpotencias. Toda la capacidad de espionaje y análisis de las diferentes agencias norteamericanas dedicadas a estos temas han sido insuficientes para anticipar quiénes serán los nuevos dirigentes de la URSS y cómo reaccionarán. Washington sólo se enteró de que Andropov tenía una mujer cuando, ya viuda, se presentó ante su cadáver en la Sala de Columnas de la Casa de los Sindicatos moscovita.

Puntos 'calientes'

Centroamérica es otra área de roce entre las superpotencias. Reagan no ha cambiado de opinión, ni lo hará, sobre los sandinistas. Si el Congreso no lo impide tratará de reanudar la ayuda oficial de su Gobierno a los rebeldes que luchan contra la Junta de Managua. Sin embargo, los hombres de Reagan, ha escrito el The New York Times, saben "que no tendrán la suerte" de que Nicaragua invada a alguno de sus vecinos, única acción que permitiría una inter

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vención militar directa norteamericana. La segunda Administración Reagan seguirá manteniendo la presión sobre Managua, pero sin cerrar la vía negociadora. Los sandinistas, Cuba y la URSS deberán reconocer, si es preciso por la fuerza, que Washington tiene intereses estratégicos en el Caribe.

En este punto, como en el resto de los temas exteriores, Reagan seguirá utilizando las dos políticas, la de dureza y la pragmática, representadas en su Administración por el jefe del Pentágono, Caspar Weinberger, y por el secretario de Estado, George Shultz, respectivamente. Es posible que el presidente no se decida nunca definitivamente en favor de una u otra posición. Y, por tanto, muy arriesgado afirmar que ahora está triunfando la suavidad de Shultz frente al halcón Weinberger, cuando aún no se han decidido las posturas concretas que Washington llevará a las nuevas negociaciones con la URSS.

El secretario de Estado está teniendo, por ejemplo, más dificultades de las previstas para realizar un amplio cambio de embajadores, sustituyendo a la nube de enviados políticos nombrados muy directamente desde la Casa Blance;, por diplomáticos más profesionales. Se ha anunciado el cambio de todas las Embajadas centroamericanas, donde destaca la salida del procónsul en Honduras, John Negroponte. Los sectores más conservadores del Partido Republicano han acudido a Reagan para que impida que Shultz designe a peligrosos liberales.

Economía y 'moral'

En el terreno económico, si Reagan tiene suerte y no se produce en los próximos cuatro años una nueva recesión, al presidente le gustaría pasar a la historia como el político que controló la inflación y aseguró un crecimiento económico sobre bases sólidas. El enorme déficit (200.000 millones de dólares), el gran fracaso de su primer mandato, deberá ser encarado inmediatamente, porque en caso contrario corre el peligro de reavivar el crecimiento de los precios. Para ello, Reagan tendrá que tragarse algunas de sus promesas y recortar el gasto público, sobre todo el civil, pero también reducir el aumento del militar, e incluso subir los impuestos.

La cruzada iniciada por Reagan para restaurar los valores tradicionales seguirá siendo eso en el segundo mandato, es decir una cruzada más bien retórica. Las posibilidades reales de criminalizar el aborto mediante una enmienda constitucional son inexistentes, lo mismo que los intentos de restablecer la plegaria en las escuelas. La nueva derecha, que tan útil le fue a Reagan en las elecciones de 1980 y 1984, seguirá predicando en el desierto en estas cuestiones. El amplio electorado de Reagan es pragmático y no desea que el Estado, que el presidente prometió quitar de sus espaldas, se introduzca ahora en su vida privada.

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