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Dalí, divinizado en una ópera

Se edita una obra lírica del pintor, grabada en 1974

AGUSTI FANCELLI Corría el año 1971. Oriol Regás, creador de la discoteca Bocaccio, punto de referencia obligado de la noche barcelonesa de finales de los años sesenta, daba rienda suelta a su íntima vocación de promotor de actividades: Bocaccio Films, Bocaccio Dessign y Bocaccio Records habían nacido de su tenaz voluntad y también de su fino instinto para dar con la persona justa con la que asociarse. En Bocaccio Records esta persona era Alain Milhaud, productor de éxitos tan sonados como Black is black de los Bravos -furor en EE UU-, Mamy Blue de los Pop Tops y otros no tan sonados, pero con evidentes posibilidades que el futuro confirmaría, como María de Mar Bonet o el grupo Smash, iniciador de un flamenco-rock que se adelantó a su tiempo.

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Una ópera (¿rock?) con Dalí: la idea, necesariamente imprecisa, surgió de una conversación del todo informal, cuando pensar la utopía era de las pocas cosas que no estaban prohibidas. La primera conversación entre el pintor y el promotor se produjo en Port-Lligat, en el año señalado. Recuerda Regás que la primera condición puesta por Dalí para empezar a hablar del proyecto fue establecer previamente una cantidad en billetes, honrando así una vez más, el acertado anagrama de Avida Dollars acuñado por André Breton. "Pidió" -cree Regás- "unos 2.000 dólares cuando el dólar iba por las sesenta pesetas. A cambio se compro metía a ceder un cuadro que ya tenía hecho, valorado en unos 5.000 dólares, y un guión para la ópera a entregar al cabo de unos meses".

El primer esbozo de guión tenía unas 15 líneas, en pésima ortografía catalana, que, en opinión de Dalí, eran más que suficientes para que "el poeta" (que sería Manuel Vázquez Montalbán) la "inflara" hasta conseguir un libreto completo.

En el hotel Meurice

El caso es que, al final, el pintor escribió otro texto en francés, tan genial como el anterior, en el que planteaba su propia divinidad. Tituló el escrito Etre Dieu, a fin de evitar toda ambigüedad.

A partir de él, Regás, Milhaud y Vázquez Montalbán, incorporado al proyecto, vieron ya la posibilidad de ponerse a trabajar, siempre. que el verbo pierda toda connotación de rutina bancaria y se sitúe debidamente en el contexto daliniano. En efecto: por "trabajar" debe entenderse aquí la asistencia de la troika operística, durante unos días, al show que Dalí tenía montado en el Hotel Meurice de París, donde solía pasar el otoño y parte del invierno (precisamente hasta el 31 de diciembre, fecha en que viajaba a Nueva York).

Vázquez Montalbán recuerda aquellos días: "Nosotros estábamos sentaditos ahí, dándole conversación, provocándole y cogiendo notas escritas o mentales. Independientemente de tomas de posición históricas detestables, para mí, ver cómo actuaba Dalí de cerca durante unas horas, y, sobre todo, conocer el mundo de los dalinianos fue una experiencia de lo más sugestiva. Jamás habría imaginado que un tipo de gente así pudiera existir. Supongo que los seguidores de Elvis Presley debían ser similares, pero los dalinianos tenían unas ínfulas culturales, de exquisitez y de esnobismo tan grotescas que desde luego hacía falta la piel de Dalí para soportarlo".

Los recuerdos de Vázquez Montalbán y de Regás permiten imaginar aquella vivencia parisina como la transformación del Hotel Meurice en un portal de Belén de cinco estrellas al que acudían los más improbables pastores con el fin de adorar al niño Dalí.-0 como una delirante audiencia papal cuya feligresía se componía del presidente del gremio de joyeros de París, el director de la revista Vogue, unos sujetos disfrazados de San José y la Virgen (a los que Dalí cubría de harina) o un enigmático individuo cuya habilidad, que mostraba al pintor en fiesta privada, era la de levantar una botella de champaña con su miembro masculino a la vista de una robusta e inquietante dama polaca, con aspecto de generala...

El libreto, a punto

A partir de todo ello, Vázquez Montalbán confeccionó un libreto de 22 páginas, rubricado por el propio Dalí, que luego, a la hora de iniciarse las grabaciones en los estudios Pathé-Marconi de París, en 1974, el pintor no quiso seguir ("Dalí nunca se repite"), improvisando en todo momento (ejemplo: "Juventud, divino tesoro/ Ya te vas para no volver/ Que cuando quiero llorar no lloro/ Ya a veces lloro sin querer/ Y hace luego desfilar/ Cuatrocientos elefantes/ A orillas del mar") y cantando canciones populares catalanas. Precisamente por ello se introdujo un nuevo personaje en el texto, el de divino Dalí, a fin de que el genio, celoso siempre de su unicum, pudiera introducir cuantas acotaciones creyera oportunas. Aunque, eso sí, respetó el distanciamiento irónico introducido por Vázquez Montalbán, sintetizado en la frase que pronuncia varias veces el narrador: "Pero si fueras Dios, no serías Dalí".

En la ópera, Dalí vuelve a crear el mundo, poblándolo de sus mitos histórico-políticos y de sus falsas divinidades: Marilyn Monroe, Mao Zedong, los Marx Brothers, Juana de Arco, Ana de Bretaña, las Naciones Unidas, Gilles de Rais, la inevitable estación de Perpiñán... Luego, hace la siesta y, cuando despierta, cuenta sus impresiones: "Desde el punto de vista de la imaginación, la creación es nula. La única cosa maravillosa es el ser humano, y cuando el ser humano es hermoso y cuando el ser humano, además de hermoso, tiene un alma angélica, porque entonces el ser humano se acerca al ángel que es la finalidad de toda nuestra energía cósmica, no comment (...). Pero como que el Divino, que soy yo, soy muy exhibicionista, entonces resulta que para no pasar desapercibido a pesar de de mis bigotes, chaleco y todos los artefactos que llevo para distinguirme, aprovecho que es Navidad para llevar una pequeña campanita como llevan ... le père Noël, unas barbas. Y entonces, si alguien no presta atención, toco, cling, cling-. y entonces se gira y me pide un autógrafo. Es la única manera. Nadie se escapa..."

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