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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El terror de la impotencia

EL TERRORISMO de extrema derecha en Italia ha tenido siempre un carácter particularmente abominable y sanguinario. El ultrafascismo de la península alpina se ha distinguido por su carácter brutal, indiscriminado, sin más objetivo que la desestabilización pura y simple, expresión de una rabia incontinente ante la consolidación del Estado democrático en el país. A ese terrorismo masivo le ha convenido especialmente el atentado ferroviario, bien fuera como el de la estación de Bolonia en 1980 o el que se registró hace 10 años contra el mismo tramo de vía férrea en el norte de Italia, donde el domingo estalló una bomba de relojería en el expreso Direttisimo, causando 17 muertos.Las raíces de ese terrorismo hay que buscarlas en las circunstancias en que se produjo la derrota italiana en la II Guerra Mundial. Depuesto Mussolini en julio de 1943, Italia obtuvo un armisticio de los aliados pocos meses más tarde y, al menos formalmente, el Gobierno de la monarquía se libró al final de la gran contienda de figurar en el bando de los vencidos. Si la desnazificación en Alemania se ha dicho que no se condujo con todo el rigor necesario, la desfascistización en la Italia del dopo-Mussolini fue aún más dudosa y vacilante. De esa manera, el Estado que nació con el referéndum que liquidaba la monarquía de Saboya había hecho cualquier cosa menos limpiar profundamente los bajos del edificio republicano. No sólo el Ejército resultó durante gran parte de la posguerra más que sospechoso en sus lealtades democráticas, sino que esa democracia cristiana que ha llegado a confundirse con el propio Estado en su ininterrumpido mandato, fue menos que escrupulosa a la hora de hacer cuenta nueva democrática.

Por todo ello, el fascismo legal, el partido misino de Giorgio Almirante, es sólo el fascismo presentable; aquel que, con matizaciones retóricas a lo largo de los años, parece resignado a jugar el juego democrático. Pero, por debajo queda un fascismo residual rico de complicidades que no sólo sigue infiltrado en una parte del aparato estatal, sino que ha podido medrar al amparo de lo que hoy muchos califican de fracaso de la Administración pública italiana. Con todo, esas fuerzas aún poderosas tienen que enfrentarse crecientemente a un enemigo mucho más temible que un aparato de Estado ineficiente, si no corrompido; ese enemigo es la propia sociedad italiana. El mismo cuerpo social que ha creado una salud económica y aun política, paralela a la de las realidades oficiales, se halla cada día más decidido a derrotar a sus antiguos demonios familiares y, de la misma forma que exige a ese Estado democratización en la eficacia, sabe oponerse cada día más firmemente a la Mafia, al terrorismo brigadista y a la asechanza rabiosa y desesperada del terror ciego de la ultraderecha.

El terrorismo de Orden Negro, Orden Nuevo o cualquier otra ominosa apelación al orden, es el despilfarro sangriento de la impotencia, la conjura criminal de un pasado benditamente irrecuperable. Es un signo que puntea en rojo la fortaleza de la sociedad civil italiana más que su debilidad. Sin plan, sin proyecto, sin esperanza, la ultraderecha criminalmente nostáigica mata por el despecho de saber que la sangre derramada no ahogará la democracia.

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