El nudo gordiano de la CEE
LA CRISIS presupuestaria en la que el Parlamento Europeo ha sumido a la Comunidad Económica Europea (CEE) -acaba de rechazar el proyecto de presupuestos para 1985 presentado por el Consejo de Ministros- es, paradójicamente, la noticia más saludable ocurrida en las últimas semanas para la negociación de entrada de España en el club de los diez. Existe un auténtico nudo gordiano que enlaza todas esas cuestiones y algún Alejandro tendrá que cortarlo.Una vez más, todo queda pendiente de una nueva cumbre: en este caso, la que la Comunidad tendrá que celebrar a finales de marzo, bajo la batuta italiana y con una nueva comisión. Todo sigue ligado a una simple cuestión: no hay dinero. El Parlamento, al rechazar el proyecto de presupuestos, además de reafirmarse a sí mismo a través de los pocos poderes que tiene, obligará a los diez a replantearse las perspectivas. Mientras no haya nuevo presupuesto, no habrá en 1985 dinero para los programas mediterráneos integrados (PIM), con los cuales Grecia intenta bloquear el ingreso de España y Portugal. Pero tampoco habrá dinero para pagar a los agricultores comunitarios, lo que pone sobre el tapete el tema de los precios para la nueva campaña agrícola, que comienza en la primavera de 1985, y las discusiones para fijar un nuevo reglamento sobre el vino. Tampoco habrá dinero para hacer efectiva la rebaja que el Reino Unido consiguió en junio pasado en su contribución al presupuesto de la CEE. La conclusión es que, dada la escasez que padece, la CEE necesita nuevos recursos propios.
Así las cosas, la insistencia de la República Federal de Alemania en vincular la aprobación de nuevos recursos a la presencia en el seno de la CEE de España y Portugal es un elemento determinante de la negociación que juega a favor de nuestro país. Y en este contexto, la sesión negociadora entre España y la CEE que comienza mañana cobra una dimensión nueva. Si se pretende cumplir el objetivo de ingresar en 1986 -ya sea en enero o en junio-, las negociaciones tienen que quedar resueltas y totalmente perfiladas en sus aspectos técnicos como para que la cumbre de marzo no tenga más que ratificar los resultados y levantar las últimas reservas -como la griega- que quedan.
Perder este tren sería entrar en el terreno de las incóg nitas a largo plazo. Si no se ingresa en 1986, la adhesión de España al Tratado de Roma podría quedar relegada hasta la década siguiente, dado que, tras el verano de 1985, diversos países comunitarios -y muy especialmen te Francia- entrarán en campañas o precampañas elec torales, por lo que el proceso de ratificación de los trata dos en los Parlamentos nacionales se vería imposibilitado de hecho. No ingresar en 1986 tendría unas consecuen cias desastrosas en la opinión pública, no sólo en lo refe rente a la vocación europeísta de España, sino también de cara a la voluntad del Gobierno de permanecer en la OTAN y al referéndum prometido sobre el caso. Por eso resultan sorprendentes las declaraciones recientes del Gobierno en el sentido de que tampoco es tan grave si no se entra en la CEE o de que no hay por qué cambiar el plan sobre la OTAN en dicho caso. La opinión pública española estaíconvencida, gracias a múltiples declaracio nes del presidente del Ejecutivo, de que la permanencia en la Alianza Atlántica no responde a las necesidades objetivas de la seguridad y defensa de este país tanto como a la de pagar un precio político por el ingreso en el Mercado Común. Por lo demás, toda la política exterior y eco nórrtica del Gabinete ha sido orientada a obtener este ingreso, y un fracaso en la negociación abriría una crisis política sin precedentes y pondría al descubierto la inca pacidad del Gabinete para desarrollar su estrategia. Pero no es sólo en lo que se refiere a la actitud del Gobierno español en lo que OTAN y CEE parecen unidos. Un refe réndum anti-OTAN en España previo al ingreso formal en la Comunidad podría impedir la ratificación del tratado por parte de los Parlamentos alemán occidental y británico. En ese marco de análisis resulta aún más sorpren dente que Madrid no sea capaz de hacer ver a los colegas comunitarios que frente a las posiciones de chantaje y presión como las que Grecia ha ejercido recientemente es posible un cambio sustancial en una política exterior en la que la CEE formaba pieza clave de un conjunto de orien taciones que sólo parecen cumplirse en aquellos terrenos en los que nuestro país tiene menos que ganar y guarda menos interés. Las conversaciones entre España y la CEE tienen ya un grado de madurez suficiente como para entrar de lleno, sin dilaciones, en una verdadera negociación pennanente. Se deben abandonar los contactos formales y penetrar de una vez en los contenidos; a casi nadie le interesa si las aplicaciones en materia hortofrutícola se Haman "etapas", "fases" o "verificaciones de convergencias". Los sectores interesados están ansiosos de saber cuál ha de ser su futuro próximo, en el marco de la Comunidad o fuera de ella. Las frustraciones -en este terreno tienen cada vez mayor densidad política. No es una cuestión de arrogancia. Es simplemente una demanda para que el Gobierno de este país se ponga a hacer política en Europa, y no sólo reverencias.
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