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Confianza en el futuro del catalán

Si es cierto que los malentendidos suelen generar confusión, por lo que es de lamentar que se produzcan, no es menos cierto que otras veces con ellos se da pie a que se aclare una situación antes menos precisa. Esto es lo que le ha ocurrido al delicado y discutido tema del futuro de la lengua catalana, reemprendido por Camilo José Cela en su artículo La salud del catalán (EL PAÍS, 24 de noviembre), a propósito de una conferencia mía, cuya reseña, aparecida en este mismo periódico el día 30 de octubre, parece ser la fuente de información de mi ilustre interlocutor. Vaya por delante mi hondo agradecimiento, y sin duda, con el mío, el de muchos, por haber intervenido él en la siempre viva y actual polémica entre sociolingüistas sobre el tema.En efecto, yo había dado, el 29 de octubre, y bajo el título LLengua ¡ poder, una conferencia en el Club de Amigos de la Unesco de Cataluña. En ella traté del tema en términos generales, pero sin dejar de particularizar sobre la lengua catalana. Refiriéndome a ésta, lo más duro que dije en la dimensión que comenta Cela fue, más o menos, que las lenguas no correspondientes a una estructura de Estado, aún las que se han mantenido con vigor hasta nuestros días, lo pueden pasar muy mal, si no consiguen tener acceso a los poderosos medios de comunicación y de cultura de masas de hoy. Esto dije. Y estoy tan convecido de ello, como de que el catalán subsistirá, en parte porque se le abrirán las puertas -como de hecho ya se le están abriendo- a dichos medios, en parte porque el tesón y la entereza de sus hablantes suplirán lo que convenga, como siempre ha sucedido, y como sigue sucediendo en la actualidad (y pido perdón por decirlo así).

Hablé, sí, de lenguas "truncadas" o "amputadas" (no de lenguas "rotas", como erróneamente tradujo el periodista en su aludida reseña). El término catalán usado por mí era, a su vez, adaptación del que titula el sugestivo libro de Sergio Salvi Le lingue tagliate (Milano 1975). Para mí eran -o habían sido- lenguas así adjetivables, entre otras, el osco y el umbro, con respecto al latín; el leonés y el aragonés, frente al castellano; el picardo, frente al habla de Hlede-France, etcétera. Lo más notable era que en la gran selección histórica acaecida en cada caso, las lenguas relegadas nunca lo habían sido en razón de sus respectivas estructuras lingüísticas (todas las lenguas son igualmente perfectas), sino por motivos sociolingüísticos, es decir, políticos o de poder.

Que el catalán sea hoy lengua "truncada" o "amputada" (en el sentido de que carece de algunos sectores expresivos que las lenguas "plenas" poseen) no significa, a mi ver, que tenga que desaparecer, como así se desprendía de la reseña de mi conferencia. Por ello mi reacción fue enviar una carta al director; en la que yo profesaba mi fe en la supervivencia del catalán (carta que apareció en EL PAÍS el día 7 de noviembre, cuando es de creer que Cela ya había redactado su artículo). Me apresuro, pues, a puntualizar que yo no identifico "la desaparición de la lengua catalana con la ausencia de una estructura estatal", como se daba a entender inexactamente en la reseña de mi conferencia. Es más: desde la publicación del "manifiesto" sobre este importante tema, insertado en la revista Els Marges (1979), repetidas veces me he manifestado en contra de tal interpretación. No diré que la tesis carezca de verosimilitud en un plano teórico, ni que no se pueda ejemplificar con múltiples casos concretos; lo que afirmo es que, por lo menos hasta ahora, no reza para. el catalán. No en vano en coloquios y reuniones de sociolingüística he tenido que escuchar, en más de una ocasión, como si a los catalanohablantes se nos tuviera que envidiar por ello, que el catalán es un caso único en la sociolingüística universal. A lo que yo suelo responder: ¡Qué más quisiéramos nosotros, que no ser una muestra tan característica, y poder llevar la vida de una lengua "normal"! La cuestión es que el catalán se ha mantenido, y no de modo vergonzante, sino con personalidad y empuje, pese a que hace siglos dejó de ser lengua de Estado y que ya casi van tres que vive sin instituciones (salvo breves pa

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réntesis sueltos que no suman ni una docena de años).

Reconozco que en mi conferencia yo recogía una afirmación usual hoy entre sociolingüistas: las lenguas que no están respaldadas por una estructura de Estado han de escoger entre la normalización y la sustitución. Parece que no hay un camino intermedio. Esto es lo que hace creer a muchos que normalizar una lengua habrá de exigir un estado detrás de ella, para convertirla de "truncada" en "plena". Y no. La alternativa entre ambas opciones se decide según las actitudes tanto de la masa hablante como de los grupos dirigentes. Por otro lado, normalización y sustitución son extremadamente lentas, dolorosas, zigzagueantes. Según como, uno diría que el occitano ya estaba condenado a la desaparición, sustituido por el francés victorioso, desde la cruzada de los albigenses. Pues bien, el occitano no sólo no ha perecido, sino que en los últimos años parece reanimarse un tanto. La verdad es que cuesta mucho que una lengua se muera. No cuesta menos normalizarla. Cuando un puñado de hombres de letras catalanes optó, en el siglo pasado, por la normalización de la lengua (sin darse cuenta de cómo se comprometían ellos mismos, y cómo comprometían a sus sucesores), todos ellos estaban lejos de imaginar la trascendencia de su decisión. En lo que va de este siglo, la lengua ha sido restaurada, depurada, codificada. Ha sido reducida a una gramática y a un diccionario. Sólo así el pueblo que en ella se expresaba se podía lanzar a un ambicioso proyecto cultural, como sucedió, en efecto: literatura, ensayo, pensamiento, ciencia, técnica, divulgación, etcétera, han ido ensanchando, sin cesar el abanico de su lengua propia. Ésta ha sido difundida, enseñada, conocida, respetada. Un pujante movimiento editorial (prensa periódica, ediciones, traducciones, libros de niños, de piedad, de texto, etcétera) y una no menos pujante creación de instituciones de toda índole flanquean la lengua y la cultura recuperadas. La normalización se ha ido tornando realidad. Hoy, no obstante graves contratiempos recientes, algunos de suma gravedad -y bien conocidos-, la normalización continúa siendo una realidad. Y, sin embargo, ¡qué lejos estamos de una lengua normalizada! Por eso hay que entender la normalización como un proceso en marcha, como la misma vida de la lenguá que a ella tiende. Lo repito: como una actitud. Personal y colectiva. Normalizar una lengua "truncada" nunca llega a su término. Pero, sin la normalización, no cabría más que la desaparición. No hay un camino intermedio.

Así las cosas, para poder hablar de la salud del catalán, hay que analizar actitudes y realidades. Por razones de espacio, sólo señalaré tres aspectos, y de manera muy sucinta. El primero: la proverbial adhesión de los catalanohablantes a su lengua no decrece.

Cierto es que en no pocos de ellos actúan factores de rutina, de cálculo, de miedo. Pero la masa social de usuarios permace fiel a la lengua, ésta se defiende, se propaga, se hereda y progresa. Por eso estamos donde estamos (increíblemente para muchos).

Segundo aspecto: la presencia entre nosotros de un alto porcentaje de castellanohablantes. Salvando todas las excepciones, salvando todas las barreras, el catalán es respetado por ellos. Cada vez son más los que lo entienden. Interrogados mediante encuestas objetivas, nos muestran sus actitudes favorables, y desean para sus hijos su enseñanza y su empleo. No los desean: los exigen.

Tercer aspecto: la apertura a los contenidos más recientes de la cultura. A diferencia de lo que hace Cela, prefiero no pronunciarme sobre tales contenidos. Fervientes defensores de su cultura tradicional, los catalanes de hoy han comprendido, más por instinto que por reflexión, que no podían encerrarse. Hace menos de un siglo, el peso de lo rural era evidente, aun en la misma Barcelona, que se hizo grande por las extracciones del campo. Con el paso de la sociedad agraria a la sociedad industrial, la vieja dialectología de "palabras y cosas" se ha visto desplazada por la dialectología sociológica. Últimamente imperan los contenidos de los grandes medios de comunicación (televisión, vídeos y Dios sabe lo que nos espera). Bueno o malo, autóctono o importado, la verdad es que, entre nosotros, uno no se siente anacrónico, ante las cosas que pasan. Sin que ello esté reñido con el cultivo de la canción popular y las tradiciones...

Sólo son tres aspectos. Más habría. Pero los que acabo de presentar me hacen sentir, como he dicho en más de una ocasión, "moderadamente optimista". Sé que nos acechan díficultades. A las lenguas que no corresponde a una estructura de Estado, todo se les pone cada vez más duro. La normalización es dolorosa. Pero sufrir no es morir, ni dificultad supone imposibilidad. Viendo lo que veo, tengo confianza.

El catalán, que se ha encontrado a menudo, a lo largo de su historia, bajo el signo de la desaparición, siempre ha reaccionado contra una suerte que parecía inevitable.

Más aún: consciente de que la voluntad de sobrevivir exige un esfuerzo considerable, la sociedad catalanohablante luchó siempre por obtener un desenvolvimiento que pudiera comprarse al de cualquier otra lengua no condenada. La tensión entre un destino implacable y la voluntad colectiva de oponerse a él, ha salvado sistemáticamente la lengua. Y estoy seguro de que continuará salvándola en el porvenir.

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