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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Carmen', en la Scala, entre la protesta y el aplauso

Pocas veces se han producido reacciones tan distintas entre la primera y la segunda representación de una ópera como en el caso de la Carmen de Piero Faggioni y Claudio Abbado, presentada por la Scala el pasado día 7 de diciembre, fiesta del patrono de la ciudad de Milán. Desde protestas muy concretas a Shirley Verret la noche del estreno hasta los aplausos y las flores en las siguientes, ¿qué pudo pasar? Simplemente, que los cantantes no son instrumentos mecánicos y de ahí la superioridad emocional de la voz humana sobre cualquier otro vehículo sonoro.

Los cantantes están sujetos a mil condicionantes, un poco como le sucede a los toreros en la plaza; pueden cortar orejas y rabo o recibir alguna bronca de mayor o menor calibre.Pues que de toros hablamos, habrá que resaltar que el personaje de Carmen es, por sí solo, un buen Miura, y si a mi modo personal de ver no es el que mejor conviene a la Verret, la versión aplaudida ahora alcanza niveles de excelencia, para situarse en línea con un don José admirable, el de Plácido Domingo, con su plenitud más brillante y sus más transidos registros emocionales. Que el tenor madrileño, cuando llega el caso, sabe hacernos olvidar su condición de divo, de mito de nuestro tiempo, para servir con altitud de miras a la música y al teatro abrazados en una solución extraña e inquietante llamada Carmen. Con la protagonista femenina, el tipo de don José es el único interesante de toda la pieza bizetiana.

Impuesta una tónica, artistas grandes como son Ruggiero Raimondi y Alida Ferrarina se movieron con éxito en un Escamillo liberado de gangas pintorescas y una Micaela sutilmente atractiva, un tanto al estilo de la de Mirella Freni, que no es mal modelo. Alegría grande fue volver a ver bailar a Mariemma que, en pareja con Miguel Sandoval, derrochó elegancia, sin tipismo, autenticidad propia deuna maestra y ligereza de artista juvenil.

Piero Faggioni -que ya ensayó su visión de Carmen en Edimburgo hace seis añosparte de conceptos de indudable calidad artística, pasa por el convencionalismo de ilustrar escénicamente el preludio y los intermedios, mostrándonos a don José tras las rejas de la prisión, evocando lo que fue su drama con la cigarrera de Sevilla. Cae, como otros muchos, en el pecado de la oscuridad. Sevilla, la narración de Mérimée y la invención de Bizet son creaciones fuertemente mediterráneas, y por mucho psicologismo que se intente, la verdad es que el drama de los personajes se desarrolla bajo la luz caliente y excitadora del sol meridional. Un acierto total: la última escena en la que Faggioni deja a Carmen sola frente a don José, esto es, frente a la muerte. Va hacia ella obedeciendo ciegamente la fuerza de su destino y en el momento final se escucha al fondo la iniúsica que anuncia el triunfo en la plaza de El Escamillo, último amor de Carmen.

Párrafo aparte merece Claudio Abbado como artífice magnífico de una de las mejores Cármenes posibles y la más cercana a los originales de Bizet, tan deformados en su intención y en sus formas cuando Ernest Guiraud convirtió en ópera lo que era ópera cómica o, si se quiere, zarzuela, por la característica alternancia de partes habladas y cantadas. No deja de ser curioso que esta versión original se haya representado en la Scala por vez primera.

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