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Reportaje:

Nicaragua el peligro de no hacer nada

La Administración norteamericana parece estar preparando a la opinión pública para una intervención dirigida a poner freno al creciente arsenal de armamento soviético en territorio nicaragüense.Washington ha convertido a Nicaragua en el caso de crisis exterior más espectacular, iniciada ésta, extrañamente, mientras aún se estaba realizando el recuento de votos de la victoria de Reagan en la noche del 6 de noviembre.

Se cree que, actuando por su cuenta o en nombre de una autoridad superior, un funcionario de la Casa Blanca, con lazos muy especiales con los servicios de inteligencia, y exigiendo mantenerse en el anonimato, pasó a dos redes de televisión la noticia de que un barco soviético estaba a punto de entregar aviones de combate Mig 21 a los nicaragüenses.

Inevitablemente, la historia de los Mig, así como las afirmaciones de que Estados Unidos destruiría estos aviones antes de que despegaran, dominó las noticias de esa noche, junto con la reelección de Reagan. Y sigue dominándolas, a pesar del hecho de que finalmente no había ningún avión soviético a bordo del carguero, que atracó en un puerto nicaragüense unos días después.

Continuo cambio de táctica

Existen razones poderosas para sospechar que la Casa Blanca desea mantener viva la crisis, cambiando continuamente de táctica, presumiblemente para conseguir con rapidez su objetivo de destruir al Gobierno marxista de Managua, que lleva cinco años en el poder. Pero existen también fuertes indicios de que la Administración norteamericana está vergonzosamente dividida sobre la forma de enfocar la cuestión de Nicaragua.

La Agencia Central de Inteligencia (CIA), los principales dirigentes civiles del Pentágono, así como la embajadora de Estados Unidos en las Naciones Unidas, Jeane Kirkpatrick, están a favor de tomar medidas drásticas con la excusa de un pretexto razonablemente admisible, mientras que el Departamento de Estado, y de manera destacada su titular, George F. Shultz, se opone a cualquier enfrentamiento que lleve a una posible intervencion millitar norteamericana.

El secretario de Estado tiene una opinión bastante desfavorable de cómo se está manejando la crisis de Nicaragua, y ha recalcado en público, la semana pasada, que desconoce que se haya previsto cualquier tipo de medidas militares inmediatas y específicas y que, por razones políticas, consideraba un delito la filtración de las acusaciones sobre los Mig.

Shultz se ha abstenido de manera especial de colaborar con el secretario de Defensa, Caspar W. Weinberger, en las amenazas públicas contra Managua, dando, por el contrario, instrucciones al portavoz de su departamento para que negara desde el comienzo de la crisis que Estados Unidos estuviera planteando a una invasión del país centroamericano.

Entre tanto, la Casa Blanca se convirtió la semana pasada en escenario de una guerra de guerrillas entre asesores presidene ciales de mayor o menor rangos sobre la cuestión de Nicaragua. a Algunos pedían de manera insistente la rápida solución del proá blema creado por la existencia e misma de los sandinistas, miene tras que otros preferían una política más prudente.

La decisión que el presidente Reagan tome en los próximos á días o semanas sobre la cuestión s de Nicaragua definirá, sin duda, el rumbo general de la política

brigada soviética en Cuba la vez anterior, para impedir las conversaciones sobre temas nucleares en el segundo mandato de Reagan. Una conjetura bien fundamentada es que es posible que la filtración de la cuestión de los Mig en la noche de las elecciones se debiera, en parte, a la esperanza de los enemigos de las conversaciones de que una crisis aguda en Centroamérica, causada por los envíos de armas soviéticas a Nicaragua, garantizase una larga parálisis en las negociaciones con los soviéticos.

La crisis nicaragüense se desató justo en el momento en que Ronald Reagan estaba reafirmando sus intenciones de entablar conversaciones sobre armas estratégicas con los rusos en 1985.

Atrapados por la retórica

En cualquier caso, la Administración norteamericana se ve atrapada tanto por su retórica como por el desarrollo de la situación en la región centroamericana. Es en este punto donde mayores son los peligros de una política de crisis extremas y de profecías que provocan su propio cumplimiento.

Si bien el Pentágono afirmó el pasado martes que los envíos de armas soviéticas a Nicaragua en los últimos seis meses no tienen precedentes y que los sandinistas suponen una amenaza militar para sus vecinos, resulta bastante difícil no relacionar estas entregas con los intentos, dirigidos y financiados por Estados Unidos a lo largo de los últimos dos años y medio, de derribar al régimen de Managua.

No se trata de disculpar el comportamiento de niciragüenses, cubanos o soviéticos, o de subestimar la cuestión del comunismo en América Central, sino de poner las cosas en claro para descartar como equívoca la afirmación de la Administración norteamericana de que las armas recibidas por Managua exceden sus legítimas necesidades. No está muy claro cómo se pueden definir las necesidades legítimas, pero la realidad nicaragüense es que el régimen revolucionario se encuentra bajo ataque militar por parte de cerca de 10.000 contrarrevolucion arios, los guerrilleros pagados y dirigidos por la CIA en la guerra secreta iniciada en 1982.

Marcha atrás del Congreso

Inicialmente, el Congreso aprobó fondos para que la CIA financiase a los contrarrevolucionarios, con la explicación oficial de que el papel de éstos consistía en impedir los envíos de armas desde Nicaragua a la guerrilla izquierdista de El Salvador, país en el que Estados Unidos presta ayuda militar al Gobierno.

Cuando se descubrió que el verdadero objetivo era derribar a los sandinistas, el Congreso prohibió de manera explícita la utilización de los fondos de la CIA, sobre la base de que Estados Unidos no debería intervenir de manera activa en el derrocamiento de los Gobiernos de pequeños países.

La Administración Reagan no prestó la mínima atención a esta prohibición, colaborando en el minado de los puertos nicaragüenses, normalmente considerado acto de guerra, y embarcándose en otras jugarretas dirigidas a destrozar la economía nicaragüense. Al mismo tiempo convenció a Francia de que reconsiderase la venta de helicópteros Alouette a Nicaragua, con lo cual Managua acudió a los soviéticos para la compra de los grandes helicópteros MI-24. Es posible que los dirigentes nicaragüenses, marxistas, prefieran de todas formas las armas soviéticas, pero se podría argumentar que fueron las medidas de Reagan las que les empujaron de manera definitiva a los brazos de soviéticos y cubanos.

El mes pasado, el Congreso norteamericano congeló todos los fondos para los contrarrevolucionarios, indignado por la duplicidad de la Administración y preocupado por el buen nombre de Estados Unidos, especialmente después de las revelaciones de que la CIA había preparado un manual para las guerrillas derechistas, instruyéndolas en la neutralización de los dirigentes sandinistas.

Casualmente, el mismo Reagan había firmado con anterioridad una orden del Ejecutivo prohibiendo la participación de Estados Unidos en el asesinato de dirigentes extranjeros, aunque la Administración norteamericana quedó bloqueada en una cuestión de semántica sobre el significado del término neutralizar, y el presidente se limitó a una suave reprimenda.

La localización de un carguero soviético en ruta a Nicaragua y los informes secretos de que podría llevar a bordo reactores Mig fue utilizada por la Administración norteamericana, según parece, como un intento de crear un clima en el que el Congreso estuviera dispuesto a votar nuevos fondos para los contrarrevolucionarios cuando vuelvan a solicitarse en febrero.

Y aún después de que se averiguara que no había aviones Mig a la vista, se mantuvo el bombardeo antisandinista, que se justificaba por los envíos de nuevos helicópteros y patrulleras soviéticas. Sin embargo, en este punto, la cuestión es qué planes tiene Reagan para el futuro inmediato.

El peligro reside en que la Administración norteamericana puede qaedar en ridículo si no actúa tras las dos semanas de bombardeo de declaraciones antisandinistas. El instinto del propio Reagan es intervencionista, tal cual demostró la invasión, en octubre de 1983, de la isla caribeña de Granada, y los duros de la Administración se sienten frustrados por el caso de Nicaragua, hasta el punto de que creen que Reagan y Estados Unidos saldrían políticamente impunes del derrocamiento, de los marxistas nicaragüenses por uno u otro medio.

El episodio de los Mig y sus secuelas contribuyeron a preparar a la opinión pública a favor de una decisión dura de Reagan. Aproximadamente en esos días, la Administración norteamericana informaba al Tribunal de Justicia Internacional que todas las acciones norteamericanas en Nicaragua estaban de acuerdo con las provisiones de defensa propia colectiva del Tratado de Asistencia Mutua Interamericano (el pacto de Río). La deducción lógica era que tal aparta do podía amparar hasta un caso de invasión, ya que la seguridad de Estados Unidos estaba directamente en peligro.

Sin embargo, resulta interesante que el secretario de Estado, Shultz, no hiciera esfuerzo alguno por buscar el apoyo de los países latinoamericanos a sus acciones contra Nicaragua durante la asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA) celebrada en Brasilia la semana pasada, si bien al mismo tiempo portavoces de Washington ofrecían ayuda a Honduras y El Salvador contra un ataque nicaragüense.

Resulta lógico pensar que Estados Unidos optará por enfrentarse solo a Nicaragua, sabiendo que el apoyo de los países latinoamericanos está excluido de todas formas, porque estos Gobiernos están a favor de una solución diplomática mediante la llamada propuesta de Contadora, cuyo objetivo es poner fin, a toda intervención militar extranjera en América Central. Estados Unidos piensa que el tratado propuesto no es adecuado.

Más ingenieros de EE UU

Reagan debe actuar con rapidez para solucionar el dilema de Nicaragua. Se dice que hay más cargueros soviéticos en ruta a este país. La semana pasada llegaron 100 ingenieros más del Ejército nortearnericano a Honduras (donde tienen su base los contrarrevolucionarios y donde Estados Unidos mantiene 1.300 soldados) con el objetivo de mejorar la base aérea de Palmerola, punto lógico de lanzamiento de las operaciones contra Nicaragua.

La semana pasada se desarrollaron en Honduras siete ejercicios militares norteamericanos. Hay barcos de guerra norteamericanos frente a las costas de Nicaragua, y no se puede descartar en este momento una acción militar.

Los aviones espías norteamericanos que han estado sobrevolando Nicaragua diariamente han causado fuertes estampidos sobre las ciudades al romper la barrera del sonido, seguramente con el fin de poner nerviosa a una población totalmente convencida por el régimen sandinista de que es inminente una invasión. Pero ¿podrá Reagan resistir las crecientes presiones para establecer, de una vez por todas (o, al menos, por el momento), el dominio incuestionable de Estados Unidos en América Central, o sucumbirá ante ellas?

©1984, Los Ángeles Times.

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