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Crítica:CINE /'STALKER'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Elogio del mensaje

Stalker

Director: Andrei Tarlovski.

Intérpretes: Alexander Kaidanovski, Anatoli Solonitsine, Nikolai Grinko, Alisea Freindlikh, Natacha Abramova. Guión: Arkady y Boris Strougatski.

Fotografía: A lexander Knyajinsky. Música: Edouard Artemyev. Soviética, 1979.

Estreno en cine Luna 1. Madrid.

Ahora que un sentir mayoritario proclama la conveniencia de reivindicar el cine como experiencia lúdica -destino que, amén de lo horroroso de la formulación, nadie le ha negado nunca, al menos hasta el punto de exigir la conversión de las salas de exhibición en potros de tortura o tribunales de inquisición cultural-, el estreno de una película como Stalker tiene algo de provocación.

De entrada, porque, pareciéndose mucho a Encuentros en la tercera fase, renuncia a esa espectacularidad que tan bien maneja Spielberg y porque, además, su tema -la búsqueda de lo sagrado- es también el de En busca del arca perdida, solo que Tarkovski ni se aleja de él ni se limita a enunciarlo, tal y como hace el director americano, progresivamente convertido en un cineasta que pone su maestría al servicio de un artificio, sino que pretende desarrollar todas las posibilidades de ese sagrado que está en la base de todas las hipótesis que sugiere el filme.

Así, la zona prohibida que custodia el Ejército soviético desde que cayera en ella un meteorito, es la posible explicación de lo inexplicable, una metáfora de Dios o de Gulag, de la creación o la vida, del sentido o el sin sentido de la existencía, quién sabe si no es un mundo imaginario inventado por el protagonista, ese Stalker que, como un maquis, va y viene de un lado a otro guiando a los pocos espíritus que no se conforman con la verdad oficial.

En la película, sus compañeros de expedición son dos: un escritor que busca en la zona la inspiración perdida, y un científico que pretende destruir el mito, ya que no soporta la evidencia de que la razón no llega a explicarlo todo. Solo el Stalker que está dispuesto a convivir con la zona admitiendo que en ella rigen otras leyes y a sacar de ella todo lo que es capaz de imaginar -desde paisajes cambiantes hasta interpretaciones místicas, desde una manera de caminar y orientarse hasta un retorno al medievalismo- porque es el único que no reniega de sus angustias, que cree que el hombre es un ser que sueña y desea, que para estar y sentirse vivo ha de creerse permanentemente insatisfecho, no renunciar a su carácter errático ni dejar de luchar por lo inalcanzable.

La zona es también el monolito misterioso de 2001 -al que Tarkovski ya hacía referencia en Solaris-, esa inteligencia o destino que se nos escapa, o, en definitiva, al mismo tiempo que la irrupción de lo mágico o lo sublime en un mundo que no lo es, la reaparición en el cine -y en un primer plano destacado- de la voluntad de mensaje, esas ganas de decir algo, de crear emociones nuevas y hallar nuevas maneras de producirlas. Tarkovski no participa de esa apología de lo lúdico, que entroniza la concepción del cine como pasatiempo para analfabetos.

Pureza visual

Es más, en una época de vídeo-clips y multiplicación de mensajes visuales, en que hay inflación de imágenes, reivindica el pensamiento, la trascendencia, el sentido. Y lo hace a través de una película de gran pureza visual, que busca sus efectos especiales en el juego que proporciona una banda sonora bien trabajada y en la elección del agua como elemento base, qbe limpia y destruye.

Probablemente Stalker no sea una película redonda -es difícil no considerarla desmesurada-, pero sí es apasionante y de gran interés, o sea, exactamente lo contrario que En busca del arca perdida.

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