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Reportaje:

Esculturas de Alfaro en el nuevo parque del Mar de Mallorca

El objeto de este artículo no es volver a insistir sobre las incidencias de la construcción y las características del parque del Mar (véase EL PAIS del 7 de octubre), sino tratar de la exposición de esculturas que en él se exhiben de Andreu Alfaro (Valencia, 1929), que, además, ha sido también invitado simultáneamente a mostrar su obra en la Fundación Bartolomé March de Palma de Mallorca. En cualquier caso, antes de comentar esta doble exposición del escultor valenciano me parece justo destacar el acierto del Ayuntamiento de la ciudad al buscar la colaboración de artistas para engalanar este nuevo espacio, que cuenta con un mural diseñado por Joan Miró y ejecutado por el ceramista Castaldo, las esculturas de Alfaro, otra escultura de Enrique Broglia y una enorme pieza de Guinovart, aún en proyecto, que será realizada con piedras locales de marés de Santany. Del conjunto de obras de Alfaro, que ahora están estratégicamente diseminadas por el parque del Mar, sólo una permanecerá allí de manera definitiva. Se trata de la titulada La línea y el viento, llevada a cabo en 1983 en acero inoxidable. Alfaro decidió ubicarla en me dio de la laguna artificial que allí ha sido creada para llevar de nuevo el mar al pie de la muralla. La escultura se apoya en una plataforma flotante a ras de agua y pretende crear la ilusión de unas formas danzantes que emergen libremente, como si se tratara de una fuente.

La hermosa integración de La línea y el viento en su emplazamiento lagunar constituye un ejemplo más del talento de Alfaro como escultor en espacios abiertos, al aire libre. Recientemente, dentro de la deslumbrante línea de aciertos que está caracterizando su madurez creadora, ha dado sobradas muestras de esta capacidad para resolver la proyección emblemática y monumental de la escultura, como se puso de manifiesto en el montaje de piezas realizado en los jardines de las facultades de Filosofia y Derecho de la Complutense; en el claustro del convento de San Francisco, de Cáceres; en el Banco Exterior de España, sito en el madrileño paseo de la Castellana; en el antiguo mercado del Born, de Barcelona, o en el monumento a Ausiás March, de Valencia, a las que hay que añadir las ejecutadas por encargo de los municipios alemanes de las ciudades de Mul heim, Mainz, Munich y Koblenz.

Con todo, el experimento del parque del Mar suponía todo un desafio, porque, además de situar la escultura permanente antes comentada, tenía que colocar allí 15 obras más. Es cierto que la enorme explanada del nuevo parque ha sido diseñada de forma particularmente idónea para recibir esculturas, pero el carácter imponente del conjunto histórico-artístico que le circunda, su condición de espacio rehundido como un monumental cuenco de luz, la gran laguna cen tral y la complejidad y variedad de perspectivas visuales posibles ponen a prueba el auténtico valor de cada pieza creada, que ha de sobrevivir victoriosa al riquísimo e inesperado ambiente, no como un foco de atención escandaloso y disturbante, sino integrándose armoniosamente en él. Alfaro ha logrado con éxito este bello punto de equilibrio, que hace pensar al visitante que las esculturas son un elemento estructural más del diseño global del conjunto.

Simultáneamente con esta ma ravillosa muestra en el parque del Mar, Alfaro ha montado otra en la sede de la Fundación de Bartolomé March Servera, que ha colaborado generosamente, dicho sea de paso, también en la anterior. Esta segunda exposición está formada por algunas de las finas y dúctiles piezas metálicas que ya asombraron en su día con motivo de su primera muestra pública en la sala Gaspar de Barcelona, el año 198 1. Alfaro ha vuelto a confirmar que se halla en uno de sus mejores momentos de su ya dilatada carrera.

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