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Carta a Pierre Emmanuel

Esta carta fue escrita ayer mismo, en el mínimo vagar de la tarde del domingo. Mientras tanto, su destinatario ha dejado de existir. Añado a mi inicial inquietud el dolor por la pérdida de un grande, entrañable y viejo amigo. La carta queda en tus manos, lector.Querido Pierre: acabo de recibir tu último libro de poemas, Le grand oeuvre. De pronto, al abrirlo, me extrañó no encontrar la esperada y cordial dedicatoria. La obra venía directamente de las Editions du Seuil. Dentro, una breve nota: "Pierre Emmanuel lamenta vivamente que su estado de salud no le permita dedicar esta obra, y espera que usted la acepte como signo de su cordial amistad". ¿Qué sucede?

De siempre sé que tu organismo no te responde como debiera. Una persona fornida como tú, y en lo mejor de la edad, ha pasado ya por diversas y muy ingratas situaciones patológicas. Alguna de ellas llegó a poner en peligro tu vida. ¿Qué sucede?, repito. No lo sé. Por eso te escribo esta carta. Deseo conocer el aleance de la enfermedad. Y, sobre todo, me interesa conocer tu situación anímica. ¿Cómo vives lo que te ocurre? ¿Hasta dónde cala el dolor, o la incomodidad, o la impotencia, en la riqueza inmensa de tu espíritu?

Mientras no llegan noticias tuyas, quizá pueda el libro ofrecerme alguna. ayuda orientadora. Pues siempre los libros son, en buena medida, como los heraldos de lo que va a acontecerle al autor. Pienso que un texto, cuando es auténtico, cumple decir, cuando arrancó de las entrañas del corazón (pues el corazón tiene sus ocultas y difíciles entrañas), es algo así como la profecía de quien lo escribió. El libro adelanta al autor. Suele afirmarse, ya lo sé, todo lo contrario, a saber, que el Ebro es algo así como un precipitado, como un duro sedimento de lo vivido. Sí, esto parece evidente. Pero ese poso toma forma y significado en función del porvenir. Es un adelanto del futuro. Y si no es eso, no es nada.

Todo escritor es, en gran medida, un precursor de sí mismo. Y en la medida en que esto sucede, es en la medida en la que habrá de dar con lectores años más tarde. La obra vive en el alma de los lectores porque antes el escritor depositó en los entresijos de la narración, o del poema, su propio y aleatorio devenir.

Realidad adivinada

Aún no he comenzado la lectura de Le grand oeuvre. Pretendo adivinar su contenido. El subtítulo es Cosmogonie. Pero, ¿en qué consiste tu particular cosmogonía? ¿Cómo ves tú el orden y la disposición del universo mundo y cómo lo entroncas con tu universo privado? Creo conocer bien la textura de tu interioridad. Los problemas que te acucian, las soluciones que encuentras, las dudas que te atenazan. Y, por encima de todo esto, la creencia que te libera. Una creencia hecha de intuición finísima y de visión agudísima.

Intento decir con esto que tu "sistema del mundo" es una realidad adivinada y entrevista. No es una realidad deducida. Por lo que tiene de intuición, va más allá de todo razonamiento, es decir, se sitúa detrás de las palabras, a su espalda.

Quizá fuera más exacto afirmar que es la sombra de las palabras. Porque son sombra, dependen de lo que no lo es. Dependen, en gran medida, de la capacidad de expresión. Pero justo, y además, por esa su cualidad de penumbra, confieren bulto, dan perspectiva al estilo. Escribes, pues, con tercera dimensión. Tus versos se palpan. Tienen cuerpo. Y porque se palpan, se toman más accesibles a la ideación.

Tu obra lírica permite la captación por los ojos de tus fulguraciones. Tú fulguras. Esto es, iluminas súbitamente aquello que tocas. Tienes mucho de fulgur, relámpago. De lo imprevisto y, al tiempo, sobrecogedor. El rayo alumbra con su fulgor, ésa es su función, mas también, anuncia lo que va a venir después: el estruendo. Al temor del deslumbramiento sigue el temblor del estampido. El uno anuncia al otro. Lo que se ve es subsidiario de lo que sé escucha. Veo, pues, sin leerlas, las entrecortadas líneas de tus poemas. Veo su indiscriminado, fulgor. Y presiento su detonación. Hablo al azar y doy con este decir: "Plus je pènétre / Plus je bute". Y no sigo. He aqui una de tus constantes existenciales. Penetras y tropiezas. Progresas y chocas. Entiendes e ignoras. Ordenas y a tu alrededor el desorden crece. Aclaras y la confusión te asedia.

Juego vital

Yo considero que este zigzag, este ir y venir siempre al mismo punto de partida, es el secreto último de tu juego vital. Desde lo erótico hasta lo creencial, todo lo tuyo anda impregnado de ese peregrinaje constante. Y ahora, querido Pierre, considera lo que es la enfermedad, la que sea, la que ahora mismo te atenaza y te limita. ¿En qué consiste? Pues, sencillamente, en esa ida y ese retomo a lo de antes. En ese arrancar de un desorden para acceder al orden anterior. En dejar que un oscuro proceso realice, él también, su propio peregrinaje. En aceptarlo, combatiéndolo, esto por descontado, pero, simultáneamente, ofreciéndole ese margen de distanciamiento e ironía sin el cual ninguna cosa importante se conquista en la vida. Deja, por ende, que los médicos te curen. Pero ejerce, de paso, tus propias capacidades. Quiero decir que contemples al morbo como sólo tú sabes contemplar las realidades absurdas de la aventura de la vida.

Así estás tú ahora, supongo. El detalle de no poder escribir unas líneas en el libro lo denuncia claramente. Pero no importa, amigo Pierre. Saldrás de ese infierno provisional. Volverás a tu optimismo condicionado, esto es, a tu optimismo, que se hace cuestión de toda angustia y de toda tragedia. Volverás a mirar para el sexo y su misterio con los ojos discernidores y analíticos que tanto te caracterizan. Escribirás otros libros. Y entonces, sólo entonces, este de ahora cobrará todo su hondo y trascendente sentido.

Tu caminar incansable en torno a los problemas esenciales del hombre ganará unos pasos más. Unos pasos que te alejarán un cierto trecho del punto de partida. Y un día, sin quererlo y sin notarlo, te encontrarás de nuevo en el lugar de donde partiste. Con el relámpago de tu obra y con el trueno apabullante de tus premoniciones. Todo ello, reunido, será el desfile de palabras, de hermosas palabras a las que tú mismo, con tu esfuerzo, habrás dado sombra. Y en esa sombra estará lo mejor de ti mismo.

Y ahora, dicho todo esto, me dispongo a comenzar la lectura atenta de Le grand oeuvre. Tendrás noticias mías. Anímate.

Un abrazo.

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