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Reportaje:32º Festival de Cine de San Sebastián

El día de la libertad de Tasio

Las esperanzas formuladas ayer respecto a la mejora de la programación de este 322 Festival de San Sebastián parecen tomar cuerpo, aunque las películas seleccionadas adolezcan, en ocasiones, de falta de rigor. Eso al menos han manifestado los miembros del jurado de Cine Vasco, que han visionado ya los 11 filmes que participan en dicha sección, la mayoría de ellos en formato de super-8, cuando han otorgado sus premios.Declarando desierto el previsto para la mejor película de 35 milímetros, dado que ninguna se presentó en tal formato (Los reporteros, de Maki Aizpuru, fue seleccionada para Nuevos Realizadores), los actores Xabier Elorriaga e Imanol Arias, los escritores Anjel Lertxundi y Arantxa Urretavizcaya y el director Pedro Olea, componentes de dicho jurado, han insistido en la necesidad de que los títulos que compitan reciban una criba previa que elimine el exceso de simpáticas películas familiares. Los cortometrajes vascos no se presentan con tanta facilidad en esta sección del Festival, aguardando su oportunidad para el de Bilbao, de mayor realce en los filmes, de tal duración.

Esta limitación fomentó el interés previo por Tasio, el largometraje que el cineasta navarro Montxo Armendáriz ha presentado en la sección oficial. Los aplausos obtenidos finalmente por la película dependieron ya de sus propias calidades. Tasio es un filme hermoso, un sorprendente documento etnológico y lleno de emoción: Aun cuando discurra por tiempos narrativos que no ofrecen los estímulos propios del habitual producto de consumo, va calando en la sensibilidad del espectador según sus imágenes muestran la vida vulgar de ese carbonero que desde niño debió trabajar. Tasio, es un hombre del bosque, criado en sus costumbres y ritos, que, contra corriente, quiere mantener una independencia moral que no le sujete a servilismos, a lazos que arruinen su sentido de esa libertad que goza, aunque a su alrededor no sea la libertad la ley de la vida.

Amor de adolescencia

Desde que contrae matrirnonio con aquella muchacha qué le encandiló en la adolescencia, el carbonero debe alternar su rutina, con la pesca o la caza furtiva, aun sabiendo que ese medio de vida está reservado al placer de quienes mandan. Lentamente, solo, Tasio continúa defendiendo su principio de vida, lleno de una alegría que el filme sugiere con claro sentido poético. El tiempo y el paisaje acompañan la vida de ese hombre, que puede ser entendido, por otra parte, como síntesis de un concepto idílico y amargo de Armendáriz, como un resumen de la tiarre, que quiere y de la que no se pueda gozar el aire, quizá por ineviltable destino del hombre al que otros gobiernan.

Tasio no ha sido, en verdad , una sorpresa, puesto que, junto a La noche más hermosa, aún no prohibida, se esperaba como "la película del festival". Cuantos la conocían por las sesiones privadas en que fue mostrada propagaron su; excelencias desde el primer dila en comentarios que apuntaban el talento de este nuevo autor de 35 años, barbudo, medio calvo, que corresponde a la imagen de aquel muchacho del 68 que no ha querido adaptarse a los nuevos códigos de la moda.

No fueron menores los aplausos para Todo va mal, de Emilio Martínez Lázaro, filme rodado para la televisión y que sé ha exhibido en la gran pantalla con carácter excepcional, si los criterios de Prado del Rey no varían al respecto. No es sorprendente que dos películas españolas protagonicen lo mejor de la jornada, puesto que el Festival de San Sebastián atiende con especial cuidado la producción de todo el Estado. Todo va mal ha sorprendido a cuantos no habíamos valorado con igual interés los anteriores títulos del autor (Las palabras de Max y Sus años dorados) por, cuanto el humor que aquí aparece no es sólo nuevo en él, sino heredero de cierta tradición del disparate. Siguiendo las aventurás de dos hipotéticos periodistas de televisión, Todo va mal enlaza una complicada historia que nace de las últimas palabras de un famoso actor que ha completado su vida como mecenas de múltiples asociaciones caritativas. Como el rosebud del ciudadano Kane, esas palabras sólo son una disculpa para el enredo, puro juego de divertimientos que el público rió en sus diálogos y en el gracioso talante del amplio reparto.

Situación en todo caso distinta a la de Los motivos de Berta, primer largometraje de José Luis Erín, presentado en la sección Cine Español. Pudo absorber en sus primeros momentos por el encanto de unas raras imágenes en blanco y negro, pero que a este cronista pesó fuertemente en su larga segunda mitad, donde los silencios de la Berta adolescente, que vive inmersa en un paisaje yerto y mudo, parecían inútilmente alargados, con más pretensión que logro. Un decadente sentido plástico sustituye la emoción, y esa Berta que crece entre viejos y su hermano niño, que queda seducida por el romántico vecino suicida, que conserva su dieciochesco sombrero como el amuleto que la acerca a la vida que sueña, ralentiza su callado cambio, alcanzando lo moroso.

El ambiente del festival ha quedad o, pues, marcado por la presencia de esas dos películas españolas y, coyunturalmente, por la pequeña polémica planteada por el cineasta soviético Alexandr Surin respecto a la película norteamericana de Paul Mazursky (Véase EL PAÍS de ayer), que, a su juicio, ridiculiza la vida actual en la Unión Soviética. Aun siendo corroborado en su discurso, Surin obtuvo menos éxito con la película mostrada en la sección oficial, El retorno de la órbita, que, prometida como una réplica de Elegidos para la gloria, ha sido criticada por su falta de imaginación, su pesadez y, en definitiva, su antigüedad.

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