En torno a la cultura catalana y su circunstancia
Hace un año se decía que la cultura catalana iba a la deriva y se estaba hundiendo espectacularmente al estilo de un famoso transatlántico. Ahora con motivo de cambios en la cumbre de la gestión cultural del gobierno catalán, se especula otra vez sobre el presente y el futuro de la cultura de Cataluña. Por lo visto es ese un tema que sigue suscitando polémica y levantando una cierta polvareda pasional. Me parece perfecto. Incluso diría que saben a poco las aportaciones públicas sobre este tema, dentro y fuera de Cataluña, máxime si tenemos en cuenta que la catalana es una cultura "de peage" -como la calificó Joan Triadú durante la dictadura franquista-, una cultura cuyo desarrollo tropieza con dificultades superiores a las que tiene una cultura con apoyatura estatal.En el marco de la singladura política estrenada hace pocos me ses pretenden algunos descubrir raros cambios trascendentales, como si de pronto debiera producirse una conversión fulminante, a lo Pablo de Tarso, de no sé qué ni cuántos pecados cometidos. Detrás de ciertos pronunciamientos y consideraciones hasta ahora emitidos a propósito de la nueva etapa se huele uno el deseo de que se produzca una especie de relajamiento del carácter nacional propio de la cultura catalana, claramente evidenciado en los últimos tiempos de su trayectoria. Como si se quisiera que no fuera verdad la afirmación de que en Cataluña lengua, cultura y nacionalidad se han identificado desde la Renaixença hasta hoy. La formulación de un pacto cultural amplio, capaz de integrar las más diversas fuentes de energía cultural en una tarea eficaz para el país, y la asunción del pluralismo real en que esa cultura se manifiesta, no tienen por qué llevar aparejada una remisión en el terreno de las exigencias nacionales de esa cultura. Los que conciben la cultura española como un todo único y uniforme prefieren, claro está, una progresiva desnaturalización de las culturas hispánicas no castellanas. Los que en el plano político no admiten en España más que una sola nación tampoco son partidarios de conceder beligerancia real y posibilidades de desarrollo y expansión a esas culturas de área más restringida. Aunque quizá nunca se atrevan a formulárselo con sinceridad y crudeza, para todos ellos las culturas no castellanas no son una riqueza de España. Toman ante ellas una postura extrinsecista, las contemplan desde fuera. Ni llegan a captar lo que han sido y son, ni les importa lo que puedan ser.
Cinco son las constataciones que, a mi modo de ver, hay que dejar sentadas en la coyuntura actual de la cultura catalana.
Primero, la convicción de que lo que está en juego es la suerte de una cultura nacional, es decir, una cultura fundamental de una comunidad poseedora de una identidad nacional. La cultura catalana no es un subproducto "regional" de la cultura española, presentada con el inevitable y siempre pintoresco acento catalán, y tocada con la tradicional barretina.
Segundo, y consecuentemente, el propósito de potenciar esa cultura como contradistinta de la española. La cultura catalana es, a lo sumo, una porción, quizá mejor una faceta autónoma de la cultura hispánica -ojalá se entendiera así desde las instancias del poder o de la administración del Estado-, pero no es esa cultura española tipo que se presenta como heredera del Siglo de Oro y de la Generación del 98, y que se exporta en bloque al exterior.
Patrimonio de los catalanes
Tercero, que la cultura catalana es sin duda alguna patrimonio de todos los catalanes y, por consiguiente, también responsabilidad de todos ellos sin excepción. A la hora de proyectar las líneas básicas de la dinámica que debe animar la trayectoria de la cultura catalana en este fin de siglo, sería un error creer que se puede prescindir del sector de los catalanes "nuevos", es decir de los llegados a Cataluña en los últimos veinticinco o treinta años. Además de error, eso sería tanto como oponerse al modo de ser histórico de este país. En Cataluña ha cabido y cabe todo aquel que, no digo ya que asuma generosamente, sino que respete sin más una identidad de pueblo que viene de siglos. Nadie tiene por qué sentirse extraño: salvo las consabidas e inevitables excepciones, la capacidad de comprensión de los catalanes "viejos" hacia los catalanes "nuevos", en vías de integración, es casi infinita.
Cuarto, la conveniencia de promover una intensa interacción entre la cultura catalana y las demás culturas hispánicas. Hay todavía distancias abismales mutuas entre las diversas culturas que perviven en suelo hispánico. Por esa razón, escritores gallegos, vascos y catalanes sellaban a principios de este verano, en su Manifest de Poblet, "el firme compromiso de establecer relaciones continuas de intercambio y de acción conjunta entre las literaturas y otras expresiones culturales de Galicia, Euskalerría y los Països Catalans". Hay que intentar la pronta superación de la ignorancia mutua. Hay que eliminar el déficit de ocasiones de diálogo intercultural, y sobre todo terminar con la inapetencia general de intelectuales, políticos e investigadores de los fenómenos culturales, por sabor qué ocurre en el interior de cada una de las culturas hispánicas. Los gestores centrales del Estado de las autoriomías recurren con frecuencia al sustantivo solidaridad: solidaridad económica, solidarida política... Y se olvidan de la que es previa, y quizá decisiva para despertar las anteriores, la solidaridad cultural. Existen razones más que suficientes para recordar aquellas palabras que Américo Castro pronunció en 1930 con motivo de la visita de los intelectuales castellanos a Cataluña: "En Madrid no se concede a las culturas peninsulares el lugar que se merecen, y es indispensable que lleguen allí, sobre todo la cultura catalana".
Quinto, la necesidad de proyectar la cultura catalana fuera del ámbito estrictamente peninsular. Durante la dictadura precedente la cultura catalana procuró mantenerse abierta, en estado receptivo respecto a la europea. Pero, en cambio, la cultura catalana gozó de contadas ocasiones de proyectarse, en cuanto tal a Europa. Casi siempre se la presentó al exterior como subsumida -mejor sería decir sometida- en un bloque homogéneo y artificioso denominado oficialmente "cultura española". Es decir, no hubo verdadera influencia bilateral entre cultura catalana y cultura europea. Ahora es el momento para recuperar el tiempo perdido. "Una cultura nacional -dejó escrito T. S. Eliot en 1963- que se aísla voluntariamente o que es separada de las demás por circunstancias que no puede controlar, se ve perjudicada por ese aislamiento". Si quiere superar posibles declives, empobrecimientos o marginaciones, y sobre todo si desea contribuir a la configuración de la cultura europea, la cultura catalana debe dar razón de sí y demostrar su vitalidad allende sus fronteras.
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