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Reportaje:

Rutina y manías del escritor

Desde el 'jogging' de Vargas Llosa a las núradas al gato de Álvaro Pombo

El escritor peruano Mario Vargas Llosa se confiesa totalmente rutinario en sus hábitos. Acaba de terminar Historia de Mayta, una reflexión sobre la violencia y la ficción política en Latinoamérica.Cada día se levanta a las 7.15 de la mañana. Corre durante 30 minutos por los alrededores de su casa de Lima y vuelve para desayunar y leer los periódicos. Hacia las 8.30 est á ya ante su escritorio, del que sólo se levanta cada dos horas para despejarse dando breves paseos.

La mitad de la jornada matutina la dedica a escribir directamente sobre una máquina y la segunda para releer y corregir. Jamás escribe por la noche y durante las tardes, sólo toma notas.

La mayor manía que confiesa Mario Vargas Llosa está en que sólo -y pase lo que pase- escribe sobre unos cuadernos de pastas de cartón rojo y hojas rayadas con una línea horizontal a los que se acostumbró durante su estancia en Londres. Debido a ello, cada vez que viaja a la capital británica sus maletas vuelven rebosantes de estos cuadernos.

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Durante el tiempo en el que escribe una novela su vida está también inmersa en la nueva obra. "Todas mis conversaciones giran en torno al nuevo trabajo. Me hago insoportable. Hay veces que me traslado al escenario en el que se desarrolla la historia y me alojo en un hotel de la zona para empaparme de la historia, porque necesito contaminarme de ese otro lugar y porque el contacto directo con las gentes me sirve muchísimo".

Dejo leer la obra antes de ser publicada. Me interesa la reacción, pero no sé si hago caso de las críticas y sugerencias. Creo que no. Jamás me lo había planteado y creo que es una señal de que no presto una excesiva atención a las sugerencias".

Ante un paisaje

Terenci Moix, nacido en Barcelona hace 41 años, autor de 20 obras, acaba de publicar Ámame, Alfredo, o polvo de estrellas, y ya ha iniciado un nuevo trabajo, El cine de los sábados, primer volumen de sus memorias.

El autor catalán tiene un estudio en Ampurias especialmente elegido por el paisaje que le rodea. Terenci dice no ser un hombre especialmente maniático, pero asegura estar necesitado de un entorno relajante. "No me impongo un horario fijo ni un mínimo de trabajo, aunque suelo escribir todos los días. Ahora, para mis memorias, me rodeo de música clásica, y a la vista de los jardines colgantes que rodean mi estudio, procuro darme un baño de lirismo que me provoque el reflujo sentimental de mi infancia, de mis recuerdos".

"Suelo escribir directamente a máquina. A veces hago anotaciones en una libreta. Ámame, Alfredo estaba disperso en veinte cuadernos. Lo guardo todo. No suelo provocar la inspiración con drogas. Lo único que tomo es algún vinito. En alguna ocasión fumaba porros, y cuando escribía me parecía genial. Pasados los efectos del porro, no me gustaba nada lo que había escrito".

El gato de Pombo

"Para escribir no soporto los ruidos. Necesito un silencio absoluto. Me molesta mucho el calor. Yo en verano soy muy improductivo. Prefiero el invierno. Otra de mis manías es dar la lata a los amigos leyéndoles fragmentos de lo que escribo en voz alta. Cuando la obra está acabada, se la dejo leer a algún amigo, generalmente a Enric Majó. Lo que jamás hago es dejar que lo lea un crítico. Escucho las sugerencias, aunqué muy pocas veces hago caso".

El escritor santanderino Álvaro Pombo, 45 años, autor, entre otros títulos, de El héroe de las mansardas de Mansard, aborrece la sol idea de que se le hable de un pos¡ ble escenario para su creación "porque las circunstancias, las mías, son la base de mi vida y de mis novelas. No hago ningún montaje artificial". Desde hace tres meses escribe un cuento, Doce lápices de colores, y una novela, Memoria de Álvarez.

Pombo manuscribe cientos de notas que va guardando en los rin cones de su casa. Escribe todos los días. El héroe de las mansardas de Mansard fue escrita en un año, en periodos de tres o cúatro horas diarias, porque entonces Álvaro Pombo trabajaba todavía en un banco.

Ahora puede dedicar todas las mañanas a su creatividad. De su admiración por los romances cultos ha elegido el sistema de dictar a otra persona todo lo que se le va ocurriendo. "Dictar es la contingencía de la improvisación. Te permite plasmar ocurrencias que sólo pasan una vez por tu cabeza. Te las oyes decir en voz alta y además son filtradas a través de otra persona".

Mientras dicta sólo tiene una necesidad: que su gato negro, gratis, esté a la vista. A ser posible, merodeando alrededor de la máquina de escribir. Si no ve al gato, Pombo deja de dictar.

Y a la hora de dictar, suelta todo lo que se le va ocurriendo. Todo lo que se le pasa por la cabeza. "Es algo así como la escritura automática. Muchas cosas son auténtica basura. Luego suelo , releer las cosas un mínimo de tres veces y retiro mucho material".

Respecto al proceso a partir del que desarrolla una novela, dice que suele ser casi siempre diferente. "Con El parecido, lo primero que se me ocurrió fue la escena de un funeral. A partir de ahí fuí creando toda la historia". Otras veces puede ser un recuerdo, un hecho circunstancial el que despierte su creatividad.

Después corrige muchísimo. "Es malo por lo que supone de obsesión, pero pulimenta el estilo. Rehago muchas partes. Por eso, ahora prefiero escribir bajo una cierta presión, bajo el plazo que te da el editor, porque de otra forma podría eternizarme cambiando cosas".

Chacel, sin lujos

Rosa Chacel trabaja actualmente en la tercera entrega de la trilogía formada por Alcancía y Acrópolis. Para ello, la escritora vallisoletana, de 86 años, se levanta cada día a las siete de la mañana y empieza a trabajar una hora después. Hacia las 10 de la mañana interrumpe su tarea para tomar un café y fumar una pipa.

Rosa Chacel escribe directamente a máquina en el despacho de su casa. "No tengo manías especiales. Ni siquiera el silencio. Con la ausencia de ruidos y la quietud total soñaba cuando era jovencita, pero ahora ya renuncio a toda clase de imposibles".

No hace ninguna anotación previa ni, recurre al magnetófono. "Todo lo retengo en la cabeza, porque tengo una excelente memoria y jamás he apuntado cosas por la calle".

El germen de una futura novela de Rosa Chacel surge de modos muy diversos: una persona, un he cho, un pensamiento, un drama mental. Y a partir de ahí trabaja concienzudamente. Al final da a conocer el resultado a dos o tres personas de su círculo más íntimo. "Me importa mucho o que me di gan y suelo hacer caso de sus suge rencias".

Mejor con ruido

Al contrario de Vargas Llosa, el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, de 55 años, sólo escribe por las tardes y reescribe por la noche. Nunca por las mañanas. De su paso por varias redaccionesde periódicos conserva la costumbre de escribir con ruidos, y cree que sería incapaz de redactar algo en medio del silencio sepulcral que otros añoran.

Suele escribir directamente a máquina, porque es la fórmula que mejor le permite ver un adelanto de impresión. "Nunca sé bien lo que he hecho hasta que no está edita do. Siempre utilizo las máquinas eléctricas, porque de una manera rápida puedes ir viendo físicamente qué es lo que haces". Cuando está dedicado a una novela, la úni ca diferencia resp . ecto a su actividad habitual es que suspende su hábito de escribir cartas a los amigos. Pero además de esto, relee y corrige mucho lo que escribe. Una vez terminado el libro, se lo deja leer a su mujer, Miriam Gómez, de la que se fia totalmente, hasta el punto de que por indicación de ella suprimió nada menos que 100 páginas de La Habana para un infante difunto.

Para empezar a escribir una historia, Cabrera sólo necesita tener el título. "Con el título yo tengo una novela condensada. En dos palabras se pueden contener todas las sugerencias del mundo. Por ejemplo, mi última novela, que por cierto es la primera que escribo directamente en inglés, el título se me ocurrió de repente: Puro humo. Y ahí está toda una historia pop del puro, el cine y los comediantes".

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