Elogio sentimental del 'Far West'
Agotado el tema del Far West, la industria cultural norteamericana ha echado a Freud y Marx a los indios y al Séptimo de Caballería para revitalizar el invento. Para las nuevas generaciones, el Far West es un tema más de la larga y ancha arqueología del espíritu que empieza en La Odisea y termina en Michel Foucault. Tal vez a la obsolescencia del tema se deba el que Marcial Lafuente Estefanía no represente para las nuevas generaciones lo que fue para los púberes y adolescentes de los años cuarenta y cincuenta, cuando las novelas de aventuras y los seriales radiofónicos se repartían el mercado de la imaginación popular. España aportó docenas y docenas de novelistas bajitos y con bigote que escribieron kilómetros de novelas sobre el oeste americano, el FBI, la CIA o el Servicio Secreto. Recién salidos de El Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín o el TBO, nosotros fuimos los principales consumidores de aquella subliteratura mimética y por lo, que a mí respecta hasta los 14 años no supe que Alf Manz era en realidad Alfredo Manzañares, un señor respetable que en mi gimnasio se subía toda una cuerda a pulso, con el cuerpo en forma de ele. Lafuente Estefanía y Mallorquí eran los dueños del género. Mallorquí, gracias a un personaje, El Coyote, y Lafuente Estefanía, merced a una inteligente vulgarización de la escritura de Zane Grey y a un conocimiento directo de los paisajes que escribía, fruto de un viaje por EE UU realizado entre 1928 y 1931. La leyenda de La resistencia atribuye a Lafuente Estefanía un pasado de oficial del ejército republicano, obligado a refugiarse en un subgénero literario bajo el peso de las circunstancias de la posguerra. Lo cierto es que el escritor amaba su oficio y su escritura y que sin esa fe en lo que escribía no habría conseguido captar la credibilidad del público. Novelas las suyas llenas de humanismo al antiguo uso y concepto, repletas de héroes positivos que nos inculcaron un inocente romanticismo sobre el fin y los medios, que no está nada mal como sistema métrico moral conservable en un museo. Novela que alquilábamos en pequeñas librerías de portal o de quiosco a comerciantes cómplices que nos aconsejaban sobre éste o aquel título, primera orientación literaria para la mayoría de nosotros que luego podíamos discutir con el librero, en un sano efecto de lo que ahora se llama feedback. Novelas para llevar en el bolsillo de aquellas desgarbadas chaquetas, siempre arrugadas, o para sacar, ya abiertas por la parte de la lectura, en el metro o en el autobús llenos de culos y sobacos. "John oteaba el horizonte y la lejana polvareda le anunciaba la buena nueva de la diligencia, entre las luces reverberadas por la fresca pradera". Una estimulante lectura en el trayecto entre Cuatro Caminos y Callao. O entre la plaza de Catalunya y I'Hospitalet. O entre el Ludus Prior, primer curso de latín, y las Lecturas Graduadas por el Padre Balmes, el Padre Coloma o el Padre Claret. Lecturas clandestinas las de aquellas novelas ocultas como tentaciones entre las páginas de plomo de los libros de texto.Qué tiempos aquellos en que incluso existía el Lejano Oeste y los españoles se atrevían a anexionárselo mediante una máquina de escribir.
Babelia
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