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Dificultades para el AES

Nadie, en el ejercicio de una mínima objetividad, podía pensar que la consecución del Acuerdo Económico y Social (AES), que negocian Gobierno, centrales sindicales y patronal, sería tarea fácil y de rápida obtención. Son lo suficientemente contrapuestos los intereses y las tesis que defienden CEOE y sindicatos como para que la capacidad de convicción de los señores Boyer y Almunia consiga allanar las dificultades a las primeras de cambio.(...) La CEOE amenaza con no firmar el eventual acuerdo si el Gobierno no facilita más la inversión privada. Y José María Cuevas, como máximo responsable de la confederación empresarial, ha calificado las reuniones hasta ahora celebradas de "ceremonia de la confusión".

Por su parte, Comisiones Obreras muestra igualmente su reticencia e insiste en que el Gobierno no adquiere compromiso alguno en cuanto a la creación de empleo. El sindicato socialista, por contra, está conforme con las idílicas cifras presentadas por Boyer y se muestra partidario de la firma del AES. El cuadro macroeconómico presentado por el superministro económico llega incluso a admitir la posibilidad de casi llegar a cumplir la promesa electoral socialista de creación de 800.000 puestos de trabajo (315.000 en 1985 y 378.000 en 1986) como producto de un crecimiento del PIB del 3% en el próximo año y del 3,5% en el siguiente. Ni que decir tiene que estas estimaciones, sujetas a unas variables de casi imposible determinación previa, no constituyen otra cosa que una platónica declaración de voluntarismo político-económico.

Lo cierto es que, pese a las dficultades con las que se enfrenta, el AES significa una oportunidad, no única pero sí plausible, de empezar a consolidar los tímidos signos de recuperación del pulso económico que ahora se insinúan. Pero el Gobierno, a cambio de la nueva y enésima petición de recorte del poder adquisitivo de las rentas salariales que propugna, debe ofrecer algo más que palabras en la aún no conseguida reducción del déficit público. El empresariado ha de asumir igualmente el desafío de romper la tendencia negativa de la inversión que se arrastra desde, hace años. Y la banca debe coadyuvar a esa inversión con una reducción algo más que simbólica del coste del crédito, aun a costa de reducir sus cifras de beneficios. Si no se dan esas premisas, el acuerdo, en caso de lograrse, será en buena medida infecundo.

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