Tres banderilleros, tres
Quienes se lucieron ayer en Pamplona fueron tres peones, y precisamente en banderillas. Cada uno de ellos colocó dos pares que alcanzaron la categoría de soberanos, por lo bien que le andaban al toro, lo bien que reunían, lo bien que prendían en lo alto, lo bien que salían de la suerte: Chocolate en el primero (de Antoñete), Ecijano en el segundo (de Emilio Muñoz), Guillermo de Alba en el sexto (de Tomás Campuzano).Salvados estos brillantes momentos, que el público premió puesto en pie con atronadoras ovaciones, a las que tuvieron que corresponder los banderilleros saludando montera en mano, la actuación general de las cuadrillas no mejoró la mediocridad y hasta la incompetencia de que suelen hacer gala.
Plaza de Pamplona
13 de julio. Séptima corrida de feriaToros de Martínez Uranga (el tercero, sobrero de la misma ganadería), desiguales de presencia, con mucho peso y mansos Antoñete. Tres pinchazos, rueda de peones, otro y cinco descabellos (bronca). Estocada corta pescuecera (bronca). Fue despedido con lluvia de almohadillas. Emilio Muñoz. Estocada caída (silencio). Estocada caída (oreja). Tomás Campuzano. Bajonazo (vuelta). Pinchazo y estocada baja (vuelta)
Decir a estas alturas que ninguno toreó a una mano sería chiste, pues a una mano no torea nadie, nunca, jamás, por nada del mundo. Decir que varios de los banderilleros (los otros, los que no saludaron) clavaban palos por el rústico procedimiento de tirarlos a los lomos, o por el más astuto de arrojar uno y huir de la quema con el otro en la mano, seguramente se sobreentiende, pues ya va siendo norma. Y decir que la blindada de picar arrasó con sus ataques desvastadores partiendo costillas de toros inocentes, es describir lo que se ha hecho ley del primer tercio en la degenerada tauromaquia de nuestros días.
Sin embargo, tampoco conviene rasgarse las vestiduras por las inhibiciones y desvergüenzas de la gente de plata y de castoreño porque, en definitiva, no tienen toda la culpa de la degradación que padece el espectáculo. La autoridad, que les permite los desmanes, es tan culpable como ellos, y más aún sus jefes de cuadrilla, cuya torpeza y vulgaridad alcanzan la cima de lo clamoroso.
Cabeceras del cartel de ayer eran tres figuras del toreo, o eso dicen, o eso pretenden. Tres figuras del toreo incapaces de conducir la lidia por los cauces mínimos que la tauromaquia verdadera exige; incapaces de alentar a sus peones para que bregaran con acierto; incapaces de dar a sus picadores las órdenes necesarias para que hicieran la suerte en regla.
Si ya el matador -Antoñete, por ejemplo- se inhibe de la lidia, es un maestro sin cátedra ni ganas de ejercerla, mal va a pretender que su cuadrilla asuma la responsabilidad que él mismo declina. Antoñete fue ayer en Pamplona una fugaz sombra de si mismo, sin decisión, no ya para aguantar las embestidas -que no aguantó absolutamente ninguna- sino para machetear con mediano decoro.
Si ya el matador -Emilio Muñoz o Tomás Campuzano, tanto da- va de torpeza en despropósito, está reñido con el temple, cita y embarca al hilo del pitón o descaradamente fuera de cacho, renuncia de plano a crear arte, sería ocioso esperar que exija de los subalternos torería, lo cual ni intentará jamás, por si le emulan.
Campuzano dio vuelta al ruedo en un toro y Muñoz cortó la oreja a otro, pero este resultado es engañoso, pues nunca hicieron toreo de calidad. Muñoz no entendió al segundo de la tarde y sí al quinto, mas a éste le aplicó un muleteo, casi todo sobre la derecha, entorpecido por el abusivo alivio del pico y una extraña afectación. De novillero toreaba mucho mejor Emilio Muñoz y solo le queda de aquella esperanzadora etapa la hondura con que ejecuta los ayudados por bajo a dos manos.
Campuzano instrumentó al tercero una faena larguísima, ventajista, aburrida, y cuando ya llevaba cien pases, se llevó el toro a la proximidad de las peñas, con el consabido propósito de que le jalearan otro par de docenas de muletazos, que añadió a guisa de propina. Con la distraída y nada codiciosa embestida del sexto, estuvo voluntarioso.
Los toros de Martínez Uranga, grandes -sobre todo el primero, un aparatoso y bastorrón ejemplar de 600 kilos, y el sexto, 680 kilos de carne- fueron los más flojos de la feria (al tercero lo devolvieron al corral por tullido), mansos y sin casta. Es decir, que ni toros, ni toreros. Y si no llega a ser por los tres banderilleros, tres, que alegraron la fiesta con seis pares sobrados, la corrida de ayer en Pamplona habría sido insoportable.
"Vosotros sois el GAL"
Desde que empezó la corrida y hasta el arrastre del tercer toro, en la barrera de terrenos de sol hubo una gran pancarta en la que podía leerse "Felipe-Mitterrand, zue zarete GAL" ("Vosotros sois el GAL"). Un mozo disfrazado de torero dió la vuelta al ruedo después de arrastrase el quinto toro, llevando un pequeño cartel que decía: "Amnistía-Osoa". Fue abucheado por gran parte del público de los tendidos de sombra y aplaudido por las peñas.
Babelia
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