OTAN: la salvación del alma y la lógica / y 2
El autor afirma, en esta segunda parte de su respuesta a Claudín y Paramio sobre la permanencia de España en la OTAN, que lo que es preciso provocar es la disidencia con relación a los dos grandes bloques militares que hoy existen en el mundo. Y pensar que la integración de España en la OTAN pueda favorecer la creación de una Europa desnuclearizada y en paz no pasa de ser, en su opinión, una utopía malintencionada.
Lo más característico del artículo de Claudín y Paramio es la gratuidad de las afirmaciones, el mal razonamiento (cuando lo hay) y el tradicionalismo de sus concepciones políticas. Sorprende -como otras muchas cosas del artículo- que los autores asuman ciegamente la falacia de los halcones de los dos bloques, basada en la ignorancia de nociones comunes de los juegos de estrategia. Claudín y Paramio, por su partidismo, la aplican sólo a la URSS, de esta manera: "Si España saliera de la OTAN, se puede sospechar que los equivalentes soviéticos de Reagan verían en tal decisión una confirmación de la justa línea por ellos seguida y acentuarían su dureza, esperando nuevas escisiones de la alianza occidental. Sólo serviría para aumentar la tensión". Si uno no está cegado por el partidismo nota en seguida que, de ser esa conjetura estratégica base racional de actuación, también habría de serlo desde el lado ruso, por lo que la situación desembocaría en una espiral de réplicas duras recíprocas y, dado el marco nuclear, en la catástrofe. Por lo demás, también en este punto hay ignorancia de hechos pertinentes, a saber, que ni la desvinculación de Yugoslavia del bloque oriental ni la salida de Albania del Pacto de Varsovia aumentaron el peligro de guerra en Europa, sino todo lo contrario. Lo que han de promover los hombres y las mujeres de buena voluntad es precisamente muchas escisiones de los dos bloques, hasta la disolución de éstos.Otra falsedad, ésta de particular interés para el lector español, es la tesis de que la pertenencia a la Comunidad Económica Europea implica la pertenencia a la OTAN. Sin discutir ahora la problemática conveniencia de ingresar en la CEE, sobre todo en su mal estado actual, la afirmación choca con el contraejemplo de Irlanda, que es miembro de la CEE y no lo es de la OTAN. No hay, pues, tal necesidad.
Otra afirmación inconsistente es la tesis de que ser neutral es "practicar la política del avestruz". "Nuestro razonamiento" (así llaman Claudín y Paramio a una mera conjetura muy endeble) "es que, si se opta por el voluntarismo y por contribuir a la causa de la paz, la permanencia en la OTAN nos ofrece perspectivas no desdeñables, y, desde luego, inasequibles si la abandonamos". También aquí nos limitaremos, por brevedad, a recordar un contraejemplo: no es verdad que Suecia, desde fuera de la OTAN, pueda hacer y haga por la paz menos que Noruega desde dentro de la Alianza; ni que el Gobierno Yugoslavo, desde fuera del Pacto de Varsovia, pueda hacer por la paz menos que el Gobierno polaco desde dentro.
El pacifismo y los bloques
El mal razonar empieza a ser cómico cuando, para Claudín y Paramio, la evidencia de "profundos intereses económicos que trabajan en favor de la integración europea". (aspecto parcial, dicho sea de paso, de una situación caracterizada más decisivamente por la progresiva aceptación europea de su posición subordinada respecto de la economía norteamericana) resulta ser un motivo para reforzar hoy la división de Europa en bloques. Y ya se llega a la risa cuando se lee que "no resulta inimaginable una Europa neutral y desnuclearizada, de la que España sería marginada si no permaneciera en la OTAN de modo que si somos neutrales y desnuclearizados desde el principio quedaremos aislados de una posible Europa neutral y desnuclearizada; áteme usted esa mosca por el rabo. Claudín y Paramio reconocen que "el objetivo estratégico (debe) ser, obviamente, la desaparición de los bloques". Y para eso proponen reforzarlos, por lo menos uno de ellos. El intríngulis de ese giro mental debe de ser la negación de la negación: parece que a Claudín y Paramio les queda demasiada lógica dialéctica de antes de su conversión.
Claudín y Paramio creen que el movimiento pacifista se mueve por viejos prejuicios. Esa creencia se basa en su ignorancia del desarrollo del movimiento pacifista y en el prejuicio de que el pacifismo es pro ruso. Los dos defectos aparecen, por ejemplo, en este paso: "Los pacifistas que argumentan sobre la base del ya muy sobrepasado overkill para criticar el despliegue de los misiles Pershing o de crucero bien podrían aplicar el mismo criterio a los cachivaches soviéticos". En primer lugar, el pacifismo de los años ochenta no razona principalmente sobre la base del overkill, copio era acertado en los años sesenta, sino teniendo en cuenta las características de las armas de contrafuerza. Y en segundo lugar, los pacifistas españoles aplican, el mismo criterio a los cachivaches soviéticos; por ejemplo, uno de nosotros, hace ya casi dos años, en las mismas páginas de EL PAIS, a propósito de los SS-20.
Muy viejos son Claudín y Paramio en su concepción de la política. Para ellos, de acuerdo con la siniestra sabiduría de todos los Gobiernos tradicionales -incluido el moscovita-, la respuesta a la crisis internacional es "un acrecentado aparato militar"; y no sienten siquiera la necesidad de mencionar las posibles defensas alternativas que más de un jefe militar español -por ejemplo, y recientemente, el señor Piris- considera al menos con respeto, ya que no con aplauso.
Su tradicionalismo político impide a Claudín y Paramio entender el pacifismo. Así se explica que opongan a los pacifistas la afirmación de que en caso de guerra pereceríamos aunque no estuviéramos en la OTAN. La diferencia para un pacifista -diferencia que nuestros autores, evidentemente, ni aprecian ni siquiera perciben- consiste en que, no estando en ningún bloque, él no habría contribuido al asesinato innumerable. El pacifismo no consiste en sacrificar todo valor a la supervivencia, no consiste en no querer morir, sino en no querer matar. Un pacifismo inteligente sabe que ese programa no carece de dificultades, pero lo prefiere a la milenaria noria de crímenes que es la historia política.
La política tradicional nos parece un arte perverso de conducir a los pueblos adonde no quieren ir por medio de alguna forma de engaño más o menos paternalista, basado en el axioma de que la opinión de los interesados no viene a cuento, porque el pueblo es ignorante. En una eficaz división espontánea del trabajo, el uno intentando ampliar por la derecha y los otros dos por la izquierda el consabido 0,5%, Claudín y Paramio y el contralmirante Jesús Salgado profesan la sustancia de la política tradicional: los dos primeros creen salvarse al alma arrostrando como mártires la impopularidad del protagonismo en esta masa de ignorantes con prejuicios que seríamos los españoles; el contralmirante no considera prudente dejar la cuestión de la OTAN "a la sola influencia de unas cuantas pintadas y algunas escaramuzas bullangueras rebozadas de vinillo gratuito a tantos rublos el hectolitro", porque esas cosas requieren "profundos conocimientos sobre política exterior, política de defensa, geopolítica, geoestrategia, economía, táctica, logística... y otras muchas y variadas ciencias" que el pueblo, como es notorio, no posee. La calumnia de los rublos, vilipendio del sacrificio económico de tantos pacifistas, es la versión en lengua cuartelera, de la insinuación, más sutil, de que el movimiento pacifista es pro soviético hecha por Claudín y Paramio.
Los "medios antiimperialistas que -invirtiendo la paranoia de Reagan- parecen situar el imperio del mal en la Casa Blanca", a los que aluden Claudín y Paramio, somos, además de algunos amigos, el colectivo editor de Mientras Tanto, revista en la que apareció, acuñada para otros, la expresión "intelectuales orgánicos de la OTAN" que ellos temen (y con motivo, visto su artículo) que se les aplique. En la injusta alusión de nuestros autores hay ya algo peor que mala lógica (además de mucho de ésta): nosotros, que somos partidarios de la neutralidad de España y consideramos igualmente peligrosas para la humanidad a las dos superpotencias, por la razón de que el peligro más grave y característico de la presente situación arraiga en la irracional dinámica, que les es común, del armamentismo nuclear, químico y biológico, padeceríamos una paranoia partidista, mientras que Claudín y Paramio, partidistas en más de un sentido, defensores de la militancia de España en uno de los bloques, serían serenamente ecuánimes. Y mientras se escandalizan de la paja que es en el ojo pacifista la insignificante presencia de algún grupúsculo sectario que intenta parasitar el movimiento, no notan la maciza viga que campea en el órgano de su visión política internacional, el hecho de que esa política es la de la derecha conservadora, la derecha fascista y los militares de Franco.
Verdaderamente, Claudín y Paramio cultivan "lo vedado por la lógica y autorizado por la policía", que decía el viejo Marx.
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