Néstor Almendros y Samuel Fuller, dos cineastas críticos sin tapujos
No hay duda de que la revolución cubana ha ido perdiendo prestigio, que internacionalmente ha dejado de ser admirada con el entusiasmo con que la izquierda europea la contemplaba en los años sesenta. Pero Mala conducta, la película de Néstor Almendros y Orlando Jiménez, acaba no sólo con las simpatías populistas que merece una revolución que creíamos gozaba del apoyo de la mayoría de los cubanos, sino que además pone en cuestión los que se consideraban logros indiscutibles del castrismo, a saber: la eficacia de la alfabetización, el sistema sanitario o la mejora de las condiciones de vida de los campesinos.En Cuba hay campos de concentración, cárceles en las que se tortura y corrupción a todos los niveles. Eso es lo que vienen a demostrarnos los dos cineastas a través del testimonio de cubanos exiliados, una pequeña parte de ese 10% de la población que ha optado por huir de un Estado policiaco. La gran mayoría de los entrevistados es homosexual, y ésa es la causa principal de sus desventuras. En Cuba, la organización de la sociedad alrededor de la familia facilita el control de los ciudadanos. Homosexuales y lesbianas, aparte de poner en evidencia la mentalidad machista, tienen el defecto de escapar a la planificación a gran escala que se pretende, tanto del ámbito público y colectivo como de la intimidad.
Construido como un mosaico, hecho de retazos de conversaciones, Mala conducta va organizando su discurso al mismo tiempo que desvela la enormidad de la represión. Y la imagen de la Cuba para turistas o bien intencionadas delegaciones extranjeras se va diluyendo para dejar su lugar a un país en que todo el mundo es sospechoso, a una Administración tan preocupada por tenerlo todo en sus manos que no duda en convertir al Estado en proxeneta. Y al final aparece Castro jugando, una vez más, la carta del que reconoce errores, al tiempo que hace grandes declaraciones de principios; esos mismos principios y derechos que no se les reconoció a los cubanos que deseaban vivir su sexualidad al margen de la familia.
Sobre Vietnam .
La Semana ha ofrecido a sus asiduos dos platos exóticos y tentadores: Poussiére d` Empire y White Dog. El primero es un filme construido con gran rigor que ya causó gran impacto cuando fue presentado en la Mostra de Venecia. Entonces, las opiniones se dividieron de forma radical entre quienes lo consideraban una demostración de histerismo y pedantería y quienes se sentían fascinados por la utilización que Lâm Lê, el director, hace de cierta simbología china. En realidad, las dos posturas podrían simbolizarse también en los odios y devociones que despierta Dominique Sanda, la magnética actriz inventada por Robert Bresson.
En cualquier caso, la propuesta de Lâm Lê -acercarse a la historia reciente de Vietnam desde el punto de vista de los vietnamitas pero sin demagogia y sin recurrir a la redundancia de cierto realismo- es ambiciosa e innovadora
White Dog es el penúltimo filme de Samuel Fuller. White Dog ha visto reducida su carrera comercial al preferir la productora Paramount perder los seis millones de dólares invertidos en la película y afrontar los posibles conflictos de orden público que pudiera desatar el alegato antiracista de Fuller. Al margen de consideraciones políticas y morales, White Dog tiene el atractivo de lo insólito. Las películas protagonizadas por animales, habitualmente, juegan con clichés. Así, el perro es siempre "el mejor amigo del hombre", de la misma manera que la serpiente es la encarnación del diablo. En Wite Dog, el perro que comparte el estrellato con Kristy McNichol es ambiguo, como lo son en realidad todos los animales. El perro es visto como un recipiente susceptible de ser llenado de filias y fobias. A partir de ahí, de la imposibilidad de saber lo que piensa el can blanco programado por un amo racista para que ataque a los negros, se organiza toda la película Y Fuller se muestra como lo que siempre ha sido: un director con una gran inventiva visual, que se siente a gusto filmando escenas de acción y buscando la manera de expresar sus ideas de forma impactante. En White Dog llega un momento en que tener como protagonista a un perro crea una cierta monotonía, sobre todo debido a las obligaciones que genera en el momento de planificar. Si en el arranque, mientras la acción transcurre en buena parte en un apartamento y entre humanos, la cámara se mueve con precisión e imaginativamente, luego, cuando tiene que adaptarse a las posibilidades interpretativas del animal, el filme se resiente de ello.
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