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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Autocompasión

El Grand Magic Circus ha hecho un espectáculo de autocompasión acerca de la decadencia de su arte y a partir de unas estadísticas que indican que sólo en París hay 10.000 actores en paro. No investiga mucho las razones, pero para el espectador pueden quedar patentes en la contemplación misma de lo que se le ofrece, algo seriamente aburrido, sentimentaloide, periodístico y desvitalizado.El armazón de Bye bye show biz es el de un grupo de artistas sin trabajo que esperan un teatro desafectado, convertido en lonja de contratación, de una contratación que no llega nunca. Cada uno de los personajes cuenta y escenifica la lamentable historia de su fracaso; se vuelve atrás, se contempla lo bonito que era el teatro (pero estos remedos nunca son bonitos), se imitan viejos números, a veces con una intención de ternura humorística, a veces con melodramatismo. El texto viene de la línea de Candilejas, de Chaplin, pero con una solicitud extraordinaria para no salirse del tópico. Lo mismo sucede con la letra y la música de las canciones. A pesar de los tímidos intentos de distanciamiento o de ironía, todo en esta pieza está en el camino de ida; no progresa el segundo vistazo, la reflexión, ni siquiera la nostalgia con la que se quiere operar y que es materia peligrosísima; puede atravesar fácilmente la frontera de la cursilería o de lo ridículo, y aquí ocurre así muchas veces.

Bye bye show biz, de Jerôme Savary

Intérpretes: Aurèlie Balte, Caroline de Diesbach, Mona Heftre, Maxime Lombard, Bruno Raffaely, Jerbme Savary. Dirección: Jeróme Savary. Compañía del Grand Magic Circus, de París. Teatro María Guerrero, 20 de junio de 1984.

El prestigio de la interpretación

Los actores tienen generalmente esa buena preparación global que a veces envidiamos: para cantar, bailar o tañer. Un strip-tease, un número de mimo, una imitación de cantante negra tienen, apareciendo dentro del espectáculo, el verdadero prestigio de la interpretación, es decir, que los no profesionales de esas especialidades, pero buenos actores, pueden extraer una calidad determinada. Les falla el arte de hablar en escena. Es una cuestión muy común, que aparece hoy en toda Europa -España es una muestra-, por la cual una minusvaloración continua del teatro de texto ha llevado a los nuevos actores a colocar en un puesto secundario el arte de hablar. Cierto que el texto llorón de Savary no permite grandes matices.Es también víctima el espectáculo de la ominipresencia del director: como autor de los textos, de la puesta en escena y como actor que conduce la acción a la manera de Kantor, pero sin dejar de hablar, y hay que agradecerle que lo hiciera principalmente en castellano. Texto y acción, por tanto, tienen esta unidad del creador: conducen fatalmente al sentimentalismo buscado, a la autocompasión.

La primera parte fue acogida con más entusiasmo: con una clara esperanza debida al nombre ilustre del Grand Magic Circus, y a la personalidad de Jeróme Savary, director de escena reconocido y admirado: últimamente, por un Cyrano (pero con el texto de Rostand). En la segunda parte, el desmayo fue demasiado patente y el tiempo se hizo de plomo.

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