Hitchcok, boca abajo
Aparece un cadáver en las afueras de un pequeño pueblo en el que sólo habitan pacíficos y encantadores personajes. Es un muerto absurdo, tumbado en la hierba, panza arriba, sin identificación, sin atributos destacados ni historia conocida que, además, se vestía con llamativos calcetines de colores, tan disparatados como su propia presencia en ese valle idílico donde nunca llegó tragedia alguna.Pero lo cierto es que el cadáver existe. Salvo el excéntrico profesor que tropieza con él y le pide perdón, todos los demás contemplan su presencia con arrobo e inquietud. Hasta un ligero sentimiento de culpa se va apoderando de cuantos contemplan la realidad de ese imprevisible hombre a quien uno solo de los ciudadanos reconoce como Harry ("era mi marido") pero del que apenas se sabe nada más.
¿Pero, ¿quién mató a Harry?
Director. Alfred Hitchcock. Guión: John Michael Hayes, según la novela de Jack Trevor Story. Intérpretes: Edmund Gwenn, John Forsythe, Shirley MacLaine. Comedia. Norteamericana, 1955.
Todo es poco o todo es dernasiado para ellos porque, en el fondo, a ninguno le importa mucho su existencia o su muerte.
Cada uno tiene otros temas en qué pensar: aquel amor aplazado que, ahora, con la aventura del muerto, puede cobrar definitiva vida, o aquella historia frustrada que sólo en este momento se perfila con caracteres reales.
Todo va a ser posible con la no existencia de Harry, siempre y cuando llegue a investigarse, de espaldas a la justicia, que ninguno de ellos fue su auténtico asesino.
Elemento curioso en el cine de Hitchcock, y en el género policíaco en general: se trata, como siempre, de descubrir la identidad de quien le mató, pero en sentido inverso, es decir, demostrando que son inocentes cuantos se sospechan culpables. Quien más y quien menos se cree posible autor de su muerte, y ese cadáver finalmente sepultado debe ser puesto de nuevo al descubierto para comprobar que aquella supuesta arma no fue la que motivó su último suspiro.
Peripecia divertida
Divertida, extravagante, insólita es esta película del llamado mago del suspense, posiblemente la más joven de cuantas ahora se reponen bajo el genérico Lo esencial de Hitchcock. Si tantas líneas se han escrito sobre este autor o, mejor aún, contra cuantos no participan del mismo entusiasmo por el conjunto de su obra, pocas se han volcado sobre este filme que se toma a broma a sí mismo y, por extensión, a la parte más seria de la filmografía del director. Es obvio que Hitchcock tuvo siempre un agudo sentido del humor, pero no se reflejó éste con idéntica sabiduría en todas sus películas. Aquí, en cambio, hay un caso claro de que, con risas, era más serio su juego y de que, en consecuencia, muchas de las sesudas teorías que tratan de desbrozar ahora su cine como si tratara de la obra de un trascendente pensador, son mas trasposiciones adolescentes de los propios analistas quejuicios basados en la realidad.La broma preside el filme, y la incógnita permanece en el espectador incluso cuando la película ha concluido. Mientras tanto, una caricatura de personajes improbables, pero verosímiles, ha cubierto la hora y media de espectáculo, prometiendo suspenses no cumplidos, angustias inexistentes o malabarismos que se agotan en sí mismos, como guiño, artificio, como pura diversión.
No fue un filme de claro éxito en su momento, donde se le consideró un paréntesis menor en la filmografia de quien había inventado peripecias inusuales en el cine de misterio. El tiempo ha podido trastocar aquellas valoraciones, disminuyendo el interés de obras consideradas como ambiciosas y, por contra, aumentan do el placer de, entre otras, esta aventura que culmina con una incógnita heterodoxa en un género que siempre debe dar respuestas definitivas a su propio planteamiento: pero, de verdad, ¿quién mató a Harry?,
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.