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Entrevista:Se expone en Madrid una muestra del nuevo expresionismo alemán occidental

Christos M. Joachimides: "El romanticismo es la experiencia decisiva de la emancipación del arte"

El crítico alemán occidental seleccionó la exposición del palacio de Velázquez

En colaboración con Norman Rosenthal, Joachimides organizó en 1981, en la Royal Acaderny de Londres, la célebre A new spirit in painting, seguida, a finales de 1982, por la no menos impactante Zeit Geist, de Berlín.Pregunta. ¿Es posible hablar, a un año vista de su exposición de Berlín, de un nuevo Zeit Geist, de alguna variación de ese espíritu de la época?

Respuesta. Básicamente, no. Hay, desde luego, matices distintos, y, de hecho, una nueva selección, planteada desde el presente, conformaría de modo sutil otro argumento. Pero lo esencial sigue siendo lo mismo: esa situación política, social, estética y filosófica que nos enfrenta a una crisis profunda que los artistas han sabido percibir muy bien, gracias a ese poder de intuición de lo social que caracteriza al creador.

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El gran impacto de ese tipo de creatividad puede apreciarse muy bien, por ejemplo, en los artistas alemanes reunidos para la exposición de Madrid. Aunque hoy se hable mucho de una moda internacional de expresionismo, hemos de pensar que nos encontramos aquí con artistas como Baselitz o Penck, que tienen 20 años de trabajo a sus espaldas, 10 de ellos pasados en una total clandestinidad. El caso de los jóvenes es distinto: han pasado directamente de la escuela al estrellato. Mi intención ha sido presentar el espectro com pleto de la nueva pintura alemana, atendiendo al arco de la creativi dad y la búsqueda de los funda mentos históricos.

Tres generaciones

P. En la nueva pintura aleman se distinguien generaciones. ¿Qué es lo que las diferencia? R. La primera de ellas es la de los héroes de la resistencia frente a América y su imperialismo cultural. La segunda es más intelectual y política, más consciente de la si tuación histórica del país; en ella resulta fundamental la estrecha relación, durante los años sesenta, de Kiefer, Immendorff y Hacker con Joseph Beuys. Por último, lade los jóvenes es mucho más ahistórica y explosiva. Son diferencias profundas, que corresponden a experiencias distintas. Curiosamente, la recepción sociológica fue en sentido inverso; primero fueron descubiertos los más jóvenes.

P. Se habla mucho de la importancia del factor nacional o regional, frente al internacionali smo que caracterizó al mundo del arte hasta hace unos años. La peculiar situación territorial de Alemania ¿de qué modo ha influido?

R. Ya no hay un centro imperial del arte, como lo fueron París o Nueva York. Hoy la tendencia es la aparición de centros importantes de creatividad que se hallan dispersos. Nueva York tiene únicamente hoy un carácter de centro como mercado, por razones económicas, pero en lo creativo es equivalente a otros focos. El caso alemán tiene en común con el de los americanos y el de los italianos el deseo de investigación en sus propias raíces en este siglo. En nuestro caso eso se concreta en el expresionismo; en el de los italia nos, en sus orígenes futuristas y metafísicos, y en el ole América, en el expresionismo atistracto.

Pero en nuestro caso, hay también un factor más grrave y profun do, que es el problema de la identidad. Eso es algo que un artista español o italiano no conoce, pues ha vivido en un continuo de identidad nacional a través de los siglos. Nosotros tenemos ese corte radical, generado por la era del fascismo alemán, que genera en la posguerra una situación filosófica puramente esquizofrénica. Como tras la división del pais, impuesta por los grandes poderes, era preciso adoptar una decisión para no desaparecer en el océano, Adenauer -una figura políticamente fundamental para nosotros, pese a su carácter conservador- quiso formar un país en el sentido de Bismarck y propuso como modelo la idea de Europa. Fue el sueño de la ideología de una vieja generación de políticos cristianos -y que hoy ha degenerado en una Europa de mercaderes-, que era, ante todo, una visión mística que recreaba el imperio de Carlomagno y que incluso en sus fronteras iniciales de demarcación coincidía extrañamente con él. Pero eso nada tenía que ver con la identidad alemana. Por otra parte, la generación de la posguerra, fuertemente marcada por un sentimiento de culpa, lo interiorizó, desviándolo, en un inmenso esfuerzo, hacia una solución de orden económico. Pero todo eso acabó.

Surge después una generación que no es sólo de artistas plásticos, sino en la que se encuentran también cineastas como Herzog o Fassbinder, que ya nada tiene que ver con esa mala conciencia, y en la que las preguntas esenciales son: %Quiénes somos? ¿Cuál es nuestra verdadera identidad?".

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