Paseo por las casetas
Como acaba de llegar de Tulsa, Oklahoma, y es profesora de español en aquella universidad, le propongo un paseo por la Feria del Libro; acepta y nos vamos temprano pero por la tarde, cuando aún no se ha levantado el polvo y al parecer hay menos gente. Muchas casetas y muchos libros es la primera impresión; mi amiga busca ediciones de los clásicos, de san Juan de la Cruz sobre todo; yo no busco nada, que es la mejor manera de encontrar algo; dice mi americana que hay demasiadas enciclopedias y demasiados libros para niños, yo digo que sí y que Dios la oiga, porque si los no profesionales, y es una manera de hablar, se lanzan a comprar diccionarios, enciclopedias e historias, eso vamos ganando todos, y no digamos los niños; precisamente estamos ahora al lado de una parejita de niñas de 10 años que pregunta: "¿Tienen pegatinas?". La encargada dice que no y entonces una de las dos niñas, la más prometedora sin duda, insiste: "¿Y adhesivos?". La encargada sonríe y niega. Se coleccionan catálogos y prospectos que serán o no leídos, aprovechados o no, pero que llevarán la presencia de una producción libresca a muchos hogares.Como anuncian un pincho de tortilla nos detenemos, pinchamos y bebemos cerveza, le presento a la americana un novelista y dos editores, alguien me dice que aún es pronto, pero que más tarde vendrán tales y cuales y que habrá hasta un poquito de reunión.
Delante de nosotros, cuando seguimos el paseo, va un hombre de cara conocida, muy conocida y hasta temida, algunos miran y dudan, otros lo reconocen y los más no se fijan. "¿Quién es?", me pregunta la de Tulsa, pues es nada menos que el ministro Boyer, el encargado del fisco nacional, mi amiga se sobrecoge un poco pero admira (y eso que el ministro no es muy alto). En alguna caseta comentan: "Seguro que ha venido a enterarse de lo que vendemos"; pero creo que no, porque nuestro ministro, con el que nos cruzamos, va cargado de dos bolsas de libros, ha venido a comprar, simplemente.
Para un crítico severo, si aún quedan, esta feria es ante todo una feria, un lugar de comercio; para otro crítico más humano y por tanto más crítico, la Feria del Libro es ante todo una bendición de la diosa Cultura, así, como suena, porque no vamos a tener miedo de las palabras, sobre todo aquí. Para mi amiga la americana de Tulsa el recinto ferial, según afirma, es algo mágico porque incluso por él puede pasearse un ministro del fisco. Cierto que los libros han separado a los hombres, pero no es menos cierto que aquí, por lo menos, los reúnen.
Termino mi paseo cargado de catálogos, con dos libros que no quería comprar, una reproducción de Modigliani y una sonrisa de tranquilidad que no me reconozco.
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