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Tribuna:FERIA DE SAN ISIDRO
Tribuna
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Lenta agonía de una fiesta llamada nacional

Está de moda polemizar sobre la fiesta de los toros. En los últimos tiempos muchos periódicos y revistas insertan cartas de lectores a favor o en contra de las corridas, y en la radio se pueden oír cambios de impresiones de una sorprendente violencia verbal. Precisamente en este espacio se viene publicando una serie de artículos en torno a este espectáculo, algunos en su defensa y otros atacándolo. Como en distintos momentos claves de la historia española, parece que la venida de la democracia ha llevado consigo un examen a fondo del carácter nacional. ¿Quiénes somos los españoles?, se preguntan ahora los intelectuales en coloquios y tribunas. ¿Qué es España? Naturalmente, en dicho examen de conciencia colectiva se tiene que hablar de toros.Pero en muchos aspectos la polémica es estéril. Los dos bandos son inexorablemente irreconciliables, y emplean los mismos archisabidos argumentos de siglos. Los detractores sostienen que es un espectáculo peligroso, sangriento y cruel, un anacronismo en un país moderno que pronto entrará de lleno en Europa; tienen razón. Los defensores mantienen que es una singular manifestación cultural, un potencial conjunto de emoción y belleza que ha servido para conservar un animal único y para inspirar a artistas y escritores; también tienen razón. A fin de cuentas, esta polémica es más un diálogo de sordos que un examen a fondo de la fiesta y de su futuro.

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Los rejoneadores

Este futuro es sombrío. Es fácil que dentro de un siglo hayan desaparecido las corridas de toros en España o -acaso más denigrante- se reduzcan a una incruenta parodia folklórica. ¿Que cómo se llegará a esta situación? Pues por una combinación de factores, un círculo vicioso si se quiere: ganaderos, empresarios, toreros, veterinarios, Gobierno, medios de comunicación y aficionados están dejando agonizar la fiesta. Si no se reacciona conjuntamente muy pronto, será demasiado tarde; la acostumbrada dejadez nacional se habrá cobrado su víctima más castiza.

La base de la fiesta son los toros, pero desde la guerra civil para acá los ganaderos -ganaduros les ha bautizado un crítico- han ido quitando casta a sus pupilos. Esto es un hecho histórico e incontrovertible. En las últimas décadas estos explotadores, en busca del bobalicón torocolaborador, han adulterado la sangre brava en España hasta el extremo de que muchos expertos temen seriamente por el futuro de esta raza.

Medidas legales protegen a la capra hispánica. ¿Por qué no hay ley que obligue a desaprensivos criadores de bos taurus ibericus a mantener íntegro tan rico patrimonio nacional?

Los ganaderos reciben presiones de los omnipotentes empresarios-exclusivistas: para el ganadero que cría el auténtico toro de lidia o insiste en que se lidie íntegro, es difícil encontrar comprador, porque la mafia que controla la fiesta no quiere el toro de verdad. No lo quiere porque casi todos los torerillos que administra no pueden con este toro. También reciben presiones los veterinarios, que aprueban reses de indecente trapío. El resultado es un toreo anodino que ha echado al público de las plazas.

El Gobierno se muestra pasivo ante estos abusos. Al día siguiente de acceder al poder, el ministro del Interior tenía que haber ordenado a todos los gobernadores civiles hacer cumplir a rajatabla el vigente reglamento taurino. Pero no: en este período sólo se ha ido preparando un nuevo reglamento que -si es que se aprueba- con toda probabilidad tampoco se hará cumplir. Entretanto, la temporada pasada fue una de las peores en cuanto al afeitado de las defensas de los toros, con verdaderos escándalos que siguen sin castigarse, en algunos casos hasta sin reconocerse oficialmente. Las autoridades demuestran el mayor desconcierto e irresponsabilidad. Vaya cambio.

También han sido remisos los medios de comunicación. A finales de la temporada pasada, RTVE quitó el único programa semanal dedicado a la fiesta, y todavía no hay ningún programa sustituto. La mayoría de los periódicos dedica un espacio mínimo a las corridas, dejando de informar sobre importantes noticias taurinas. Esto no sólo es mal periodismo sino mala democracia: aficionados desinformados difícilmente podrán ejercer sus derechos constitucionales de llamar a cuenta a sus gobernantes en materia taurina. Parece que para los formadores de la opinión pública la fiesta de los toros es algo embarazoso. "Sí, es una interesante manifestación cultural", vienen a decir, más o menos, "pero vamos, ya que queremos dar la mejor cara a Europa...". Adoptan casi la peor actitud posible: la benigna negligencia.

Finalmente, tienen su parte de culpa los aficionados. A veces parece que las peñas taurinas sólo buscan los puntos que les separan en vez de las reivindicaciones que les unen. ¿En Las Ventas, llamada la primera plaza del mundo, los casi 9.000 abonados no son capaces de formar un eficaz grupo de presión para proteger sus derechos? Se hizo en la plaza antigua.

Así que detractores, antitaurinos, taurófobos y demás gente por el estilo no tienen que temer: con un poco de paciencia, la polémica terminará a su favor, ya no habrá auténtica fiesta de toros que levante sus iras. Lo habremos destruido nosotros, sus supuestos defensores, entre todos.

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