El museo del presente / y 2
Las relaciones entre el Estado y los creadores e intelectuales suelen ser conflictivas. El justificado temor frente a un proteccionismo que puede tender a formas encubiertas de dirigismo cultural se agudiza en los artistas conscientes de la necesidad de guardar su independencia y su poder crítico. Quienes conocieron situaciones represivas en el pasado se liberarán difícilmente del vicio de la desconfianza frente a este delicado tema. En diversos aspectos de la cultura española, es sorprendente comprobar cómo personas sin gran formación, o muy recientemente vinculadas al mundo del arte, e incluso los propios artistas -casi siempre en detrimento de sus capacidades creadoras-, son quienes sustituyen a los verdaderos y posiblemente inexistentes especialistas. Este ambiente de improvisación y de amateurismo, que conlleva responsabilidades alejadas de los problemas creacionales, no solamente no es benéfico para los artistas que lo aceptan, sino que contribuye a crear situaciones irremediablemente anquilosadas y malsanas. Personalmente, pienso que esta relación debe de plantearse con sutileza, y que más vale la conquistada libertad que cualquier forma de injerencia, aunque parezca lógico exigir, dentro de tan difícil conquista, la participación del Estado en cuanto se refiere a su misión ideal de favorecer la eclosión creadora y proporcionar los instrumentos adecuados para lograrla.
Política de adquisiciones
Tal participación supone una actitud diferente y cabal frente a aspectos muy diversos y complementarios: en primer lugar, una política de adquisiciones bajo criterios de rigor, al margen de la condición engañosa de la amistad, el origen común o la identificación ideológica -cosas, al parecer, bien dificiles de evitar en nuestro país-, y, paralelamente a las adquisiciones, la creación de becas interesantes para los artistas que deseen trabajar en el extranjero. Algo muy positivo, por ejemplo, sería la renovación y apertura de la abandonada Casa de España en la ciudad universitaria de París, habida cuenta de las dificultades de sobrevivencia de los artistas, científicos y estudiantes en una ciudad que todavía ofrece un extraordinario poder catalizador y nutricio y de cuanto este lugar supuso para la formación de diversas generaciones en momentos bien difíciles.Esta comunicación directa con la realidad internacional, unida a la presencia de obras contemporáneas en las colecciones, así como el replanteamiento de un costoso programa de exposiciones -hoy día basado únicamente en una política de prestigio y de rivalidad entre diferentes organismos-, para abandonar el espejismo de la recuperación del pasado y concentrar el esfuerzo en una actividad polifocal y abierta mediante manifestaciones de síntesis audaces, me parecen las bases positivas de una renovación efectiva en este aspecto de la cultura española. Sólo así, mediante la lucha y la confrontación en el terreno de la realidad misma, podríase sustituir el mimetismo que provoca la sombra tardía y ya digerida que nos ofrecen, de forma casi exclusiva y mediatizada, los medios de comunicación.
La adquisición de obras de arte, la importación de las mismas, no hace más que contribuir, a corto plazo, al enriquecimiento del acervo cultural del país. Toda obra válida y prestigiosa puede y debe integrar, tarde o temprano, el fondo cultural de la nación, siendo para ello necesario, en primer lugar, favorecer bajo ciertas condiciones la adquisición y estipular en debida forma la protección del patrimonio. La única forma de no empobrecerlo es la de despertar el incentivo del coleccionista y no coartarlo mediante condiciones inexistentes en otros países. La liberación condicionada de ciertas cargas fiscales, el favorecimiento de la importación de obras de arte y el estímulo a la donación, tanto por parte de los coleccionistas como de los propios artistas, tendría sin duda repercusiones positivas. El Estado, de esta forma, colaboraría de forma justa y constructiva con quienes de hecho, y al margen de muy justificadas satisfacciones personales, contribuyen activamente al presente y al futuro cultural del país.
Lucidez rechazada
Una lúcida propuesta fue hace años rechazada para desgracia de la nación. En el lugar que ocupaba la antigua Casa de la Moneda pudo haberse construido, en condiciones ideales, un museo de arte contemporáneo, conservándose además, como edificios anexos, dos bellas edificaciones antiguas -los llamados Jareños-, hoy ignominiosamente derribados. Despreciando tal proposición, y en la operación más desgraciada del urbanismo madrileño, fue construido un inhóspito y desolado jardín y un pretencioso y pesante monumento, destrozándose además la que fue bella plaza de Colón para convertirla en impersonal y desequilibrado conjunto. Fue desaprovechada una extraordinaria ocasión, prefiriéndose la construcción, en lugar de difícil acceso, de un repelente edificio de mortuoria e inequívoca presencia. Este engendro arquitectónico, que sustituyó aquello que pudo haber sido céntrico lugar de cultural disfrute, y a pesar de recientes y laudatorios esfuerzos de renovación realizados por su nueva dirección y de una presentación de las colecciones coherente, diáfana y abierta, no reúne, es preciso reconocerlo, condiciones para contener en el futuro el deseado museo del presente que tantos ambicionamos.Este abandonado proyecto, ¿no hubiera podido volverse a considerar, en operación semejante a la realizada en París con la creación del Centro Pompidou, la afirmativa abertura, en lugar central y prestigioso, del arte de nuestro tiempo? La vecindad y confrontación cultural con la Biblioteca Nacional y el Museo Arqueológico, la sustitución del inútil e híbrido monumento por un edificio apropiado, la remodelación del jardín que podría en parte conservarse, el mejoramiento estético de una calle que ahora sólo muestra el relativo encanto de unas fachadas disminuidas y desamparadas y, sobre todo, la necesidad de un ámbito central, apropiado para contener actividades pluridisciplinarias, ¿no podría hacer despertar la dormida sugerencia con el fin de realizarse, por una vez y para siempre, un proyecto audaz, digno de nuestra época, en inestimable y crucial lugar ahora solamente ocupado por la desidia? Tal sugerencia, en todo caso, no me parece incompatible con el proyectado Centro Doña Sofía: quizá en este posible espacio el Guernica, de Picasso, liberándose para siempre de un catafalco cristalino, pueda ser centro y matiz de una colección todavía sin formar. La sugerencia que apuntamos creemos que debe de tenerse en cuenta para poder disponer en lugar central de un edificio afirmativo de la nueva libertad.
Babelia
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