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Tribuna:El número 1.000 del Libro de Bolsillo de Alianza
Tribuna
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Revolución editorial y revolución cultural

Está visto que por más esfuerzos que haga una crítica idealista no hay manera de separar los fenómenos espirituales, digámoslo así, de los aconteceres materiales; y lo mismo ocurre con una cierta crítica materialista, que basada simplemente en hechos materiales no puede prescindir de lo que llamamos espiritual. En el mundo de la cultura, y sobre todo en el mundo del libro, que se presenta como el portavoz más caracterizado de esa cultura, un cambio o una revolución editorial engendra repercusiones de gran alcance cultural, espiritual, difíciles de medir y calibrar. Todos sabemos lo que pudo significar la aparición de la imprenta en cuanto a extensión de la cultura, pero no todos alcanzan a comprender que la imprenta propició también una nueva manera de leer (que ya no se leyó más en voz alta, que la espacialización medió una nueva visión del lector, etcétera). También sabemos que la moda editorial de las entregas décimonónicas puso al alcance de los que económicamente no sólo eran débiles sino que estaban alejados del libro, una serie de obras que no siempre fueron novelones; también existieron enciclopedias, diccionarios, libros de viajes...En el siglo actual la verdadera revolución editorial viene del llamado libro de bolsillo, pero de momento no sabemos muy bien definir qué cosa es un libro de bolsillo: en principio, un libro pequeño capaz de entrar en un bolsillo. Pero si esto fuera así podríamos recordar que todas las colecciones y bibliotecas de señoritas del siglo pasado eran ya libros de bolsillo de muy pequeño formato; no es, pues, una cuestión de tamaño, sino una cuestión de precio, y sobre todo una cuestión de difusión de los puntos de venta. Abaratar una mercancía que se llama libro no era, al parecer, suficiente, había que multiplicar la oferta a base de mostrar esta nueva mercancía en el mayor número posible de lugares. Y así empezaron a funcionar las famosas librerías de las estaciones y más tarde los quioscos, sobre todo los quioscos.

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Que el libro sea ya, y siempre en parte, algo barato va en detrimento del libro mismo, como es natural; pero que el libro se pueda encontrar y comprar en cualquier sitio (estaciones, quioscos, almacenes y hasta en restaurantes y hoteles) indica, creo, una verdadera revolución de alcance cultural que sólo más tarde lograremos valorar.

No puede entrar aquí en línea de cuenta la calidad de las obras ofrecidas, pues sabido es que todo se vende y que basta salir a la calle para encontrarnos con una novela de cualquier tipo, con una obra de literatura clásica, con un libro político, con un álbum sobre la arquitectura de las catedrales y hasta muy últimamente con un texto filosófico de muy reconocida dificultad. No importa, pues, la calidad o el valor, importa la oferta multiplicada y después el precio.

Claro, que esta oferta multiplicada entraña ciertas características: una portada llamativa y a veces elegante y hasta sobria; la inclusión en una colección de la obra ofrecida, a fin de que el comprador continúe comprando; y sobre todo y desgraciadamente, aunque no siempre, una calidad de papel y de encuadernación un tanto precarias (pero éste es el precio que hay que pagar por el precio).

Todavía es pronto, repito, aunque quizá estemos asistiendo a un fenómeno de masificación de la lectura de alcances desconocidos. Sin duda esta masificación corroerá una vez más el estatuto escogido del creador y recortará sus privilegios espirituales (nunca tuvo otros), pero también y al mismo tiempo lo pondrá en relación con la anónima masa, con la siempre incomprensible y dura de entendederas masa, que al fin, ya lo vemos, ha empezado a leer y con tiempo y con suerte dejará de ser masa para ser otra cosa.

Juan Ignacio Ferreras escritor, es profesor de sociología de la literatura.

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